Me lo dice un amigo, padre de familia y que, por razones profesionales, ha tenido que vivir de cerca el comportamiento de adolescentes en discotecas y otros lugares de diversión ligeramente promiscua: “Follan como respiran”. Se refiere con tamaña grosería a la banalidad del sexo entre nuestros jóvenes, una generación a la que nadie ha enseñado a distinguir entre el bien y el mal, categorías que, para ellos, sencillamente no existen. Les apetece el coito y lo hacen, en el lavabo si es necesario, o en el parque. ¿Amor entre copuladores de ocasión? ¡No me haga reír!
Porque lo cierto es que no distinguen entre el bien y el mal
El problema es que no nos atrevemos a decirles que masturbarse es malo porque nosotros tenemos la cabeza llena de semen y porque nos hemos burlado de las monsergas de los curas.
No nos atrevemos a decirles que los anticonceptivos son abortivos, además de una negación de la procreación porque nosotros consumimos la píldora.
No nos atrevemos a decirles que la pornografía es mala porque somos pornógrafos.
Naturalmente el sexo nada tiene que ver con el amor ni con la procreación
No nos atrevemos a decirles que vistan decentemente porque eso sería puritanismo.
No nos atrevemos a decirles que lo importante es amar y procrear porque para nosotros lo importante era copular.
Y luego pretendemos que respeten a las mujeres y que las mujeres se respeten a sí mismas: ¿por qué habrían de hacerlo?
Y después de todo esto, pretendemos que respeten a la mujer y pretendemos que la mujer se respete a sí misma. ¿Por qué habrían hacerlo?
Con una sociedad hipersexualizada, las nuevas generaciones nos recordarán que el mejor predicador es Fray Ejemplo. Nos lo recordarán a nosotros y a nosotras.