Mal de altura, dicen los clérigos cachondos, es lo que sufre el Papa Francisco cuando ofrece ruedas de prensa o habla con periodistas en un avión, en sus viajes pastorales, a 35.000 pies sobre el suelo. Esta vez ha sido en el viaje de ida a Madagascar (Mozambique e Islas Mauricio).
El diario argentino Clarín ha explicado los pormenores. Resulta que un periodista del francés La Croix aprovechó para venderle su libro sobre cómo Estados Unidos quiere cambiar al Papa. ‘Fermosa’ tesis: los millonarios gringos quieren cambiar al Papa. Lo cual es bastante posible: si yo fuera un multimillonario gringo, también quería cambiar al Papa.
Ahora bien, el verdadero complot contra Francisco no procede de Estados Unidos, sino de Alemania, como ya hemos explicado en Hispanidad.
Y el problema doctrinal –aunque créanme, esto es lo que menos, importa a los conspiradores de cualquier signo- el problema, en contra de lo que explica nuestro colega galo, no es la encíclica verde de Francisco, Laudato, sino Amoris Laetitia y su influencia sobre la posibilidad de que la iglesia esté permitiendo el sacrilegio a la hora de comulgar.
Por lo demás, no existe la conspiración del clero conservador. Los tradicionalistas están desazonados, no me extraña, ante lo que ven –y lo es- la mayor crisis de la Historia de la Iglesia, que parece hacer realidad aquella frase evangélica: “Cuando vuelva el hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Ahora bien, no se equivocan a la hora de identificar las causas, pero sí a la hora de marcar los culpables.
El ataque contra el Papa no procede de Estados Unidos: procede de Alemania y de algunos jesuitas… la orden de Francisco
Pero, en cualquier caso, no hay complot norteamericano, ni conservador. Los progres, que son los que realmente conspiran contra Francisco y los que realmente quieren echarle, aprovechan el aullido, que no conspiración, de los conservadores. Lo que hay es complot del complot para aprovechar el descontento ‘tradicionalista’ y colocar en el sitio de Pedro a un progre de verdad.
En suma, el ataque contra el Papa no procede de Estados Unidos: procede de Alemania y de algunos jesuitas… la orden de Francisco.
Y es un ataque doctrinal que tiene varios objetivos. El primero, la Eucaristía, con un intento de profanación sistemática. El segundo, la teología del cuerpo, entendida de forma progre que, perdonen la grosería, puede resumirse en aquel grito de la España del tardofranquismo: “Con Fraga hasta la braga”. Es decir, la parte de la jerarquía humana pretende una nueva doctrina sexual de barra libre, sobre todo porque entienden más de sexo que de amor.
Y todo esto acompañado de una fanfarria mediática que confunde la gimnasia con la magnesia. Intentaré explicarlo con aquella sentencia de Benedicto XVI que decía lo siguiente: “ser cristiano no consiste en adherirse a una serie de valores, sino en acercarse a Cristo”. O también, en frase del Pontífice germano: “El cristianismo no un qué, es un quien”. Esto es lo que los progres no entienden, y algunos tradicionalistas tampoco.