Hoy es el Corpus Christi. Bueno, como el Jueves de la Ascensión, la fecha se ha pasado a domingo, dentro de esas concesiones que la jerarquía eclesiástica otorga al poder laico… y que sólo sirven para que el poder laico te coja la mano y luego te pida el brazo.
Pero no pienso hablar de Eucaristía, asunto clave de nuestro siglo XXI, allí donde nos jugamos el ser o no ser de la humanidad entera, sino de curas, que son los protagonistas de la Eucaristía.
Decíamos ayer que el cardenal arzobispo de Barcelona estudia el cierre de parroquias. Perdón, estudia fusiones ente parroquias. La razón de ambos proyectos, que son un mismo proyecto, es que faltan curas, un fenómeno que tiene su importancia. Más que nada porque corremos el riesgo de vivir como paganos y morir como perros, sin asistencia religiosa alguna. La pandemia ha resultado un banco de pruebas forzoso en este sentido Y no es agradable.
En Italia se reducen las diócesis y las órdenes religiosas fusionan conventos.
Las vocaciones surgen en ambientes exigentes y con sacerdotes que no quieren hacer carrera
Faltan curas porque faltan vocaciones y porque, como decía el Papa Francisco, algunos están en el sacerdocio “para hacer carrera” o, digo yo, si no han hecho carrera como funcionarios. Mientras el pueblo muere de indiferencia algunos hacen lo mismo que hacían hace 20 años, Que no digo que estuviera mal lo que hacían: digo que hora no es suficiente.
Ahora bien, ¿por qué no surgen vocaciones? Las razones son muchas y no voy a extenderme que no me dedico a esto. Sólo diré esto: las vocaciones surgen en ambientes exigentes y con sacerdotes que sirven de ejemplo y de referencia.
Un joven se enamora de su vocación cuando merece la pena. Si no, oposita al Estado y se da a la vida muelle
No es casualidad que algunas órdenes religiosas, nuevas en su mayor parte, pero también antiguas que se caracterizan por reverdecer la regla primigenia o por imponer reglas duras exigentes, rebosen de vocaciones mientras otras se hunden en la tibieza.
Tampoco es normal que los seminarios ‘preconciliares’ tengan más vocaciones que aquellos cenobios progresistas, vaciados y casi vacíos.
Cuanto más se moderniza un movimiento eclesial o una congregación, menos vocaciones tiene. Lógico: Dios es exigente, y un joven se enamora de su vocación cuando merece la pena. Si no, oposita al Estado y se da a la vida muelle.