Recientemente se ha celebrado en Madrid el centenario de un empresario extraordinariamente singular, de Ignacio Hernando de Larramendi, uno de los grandes empresarios de la historia de España, el hombre de Mapfre. Desde que empecé a velar armas como periodista económico escuché historias de este empresario singular, que siendo el todopoderoso número uno de Mapfre continuaba viajando en tercera clase, en los trenes de Renfe.
En efecto, si por algo destacó Hernando de Larramendi fue por su austeridad, además de por su obra de apoyo en distintos campos, por ejemplo, en la investigación médica.
Pero hoy me interesa otra faceta, la de Larramendi como creador de la ‘patronal’ de empresarios católicos ASE (no, patrón cristiano no es una contradicción ‘in terminis’) que lo suyo fue una simbiosis, al parecer muy buena, entre un hombre del dinero y un hombre de Cristo.
Se va a cumplir ahora, en junio, el centenario de su nacimiento. Y el asunto viene acuento porque en la presente campaña electoral, en la Batalla de Madrid, todo se ha polarizado -¡menuda horterada, lo de la polarización!-, hasta el debate económico y ahora resulta que lo público es maravilloso -e ineficaz- mientras lo privado debe ser destruido. Ahora resulta que lo grande es bueno y lo pequeño es malo, ahora resulta que todos somos socialdemócratas y el apelativo liberal es un insulto. Naturalmente, los empresarios son malos, los trabajares buenos y los funcionarios óptimos. Y ahora resulta, sobre todo, que se confunden la inversión con la subvención.
En definitiva, Ignacio Hernando de Larramendi, además de un gran gestor, era un convencido de que para poder dar, alguien tiene que tener... y para repartir alguien tiene que producir. En definitiva, dentro de una austeridad monacal, Larramendi con hechos, no con palabras, reivindicó la tarea del empresario. Fue un empresario por el bien común y un gran defensor de papel social del patrón. Su primer mandamiento era inapelable: si todos piden, alguien tiene que dar, alguien tiene que crear riqueza. Pero no para él, sino para los demás.
¿Se puede ser buen empresario y cristiano? Sí, aquí tienen un ejemplo.