El cartelito figura en las puertas de muchas iglesias. La cuestación de Manos Unidas sucedía el domingo 10. Como la inercia de esta obra de la Iglesia, llamémosle la Caritas del exterior, tiene todavía la inercia de un pasado espléndido, escribo el lunes 11, para no hacer daño a la precitada recogida de fondos.
Pero el presente de Manos Unidas me gusta menos que su pasado. Su lema para este año no era un propósito, sino un despropósito, una queja feminista y un poco hortera. Ojo al dato: en el cartel del presente año aparece una foto de una mujer del Tercer Mundo con un letrero reivindicativo: mujer no independiente, ni segura, ni sin voz (en la imagen). Sólo lo segundo resultaba interesante, y eso si por seguridad se entiende inseguridad física, no la caricatura que hemos creado en Europa con el maltrato de género, donde todo varón es un depredador y toda mujer es víctima del varón violento.
Lo grave sería que la Iglesia luchara por una mujer, o un varón, ‘visible’ es decir, vanidoso. Es lo que está haciendo Manos Unidas
Porque, sin atreverse –afortunadamente– a mencionarlo, el lema hace relación al más querido principio feminista del momento: la visibilidad, presentada, que cosa más cursi, como un derecho.
Pero resulta que la visibilidad no es ninguna virtud cristiana, sino todo lo contrario: representa el antiquísimo defecto de la vanidad (vanidad de vanidades y todo es vanidad) disfrazada de dignidad de corte televisivo, el medio más visible de todos.
Las contradicciones de Manos Unidas no comenzaron ayer, sino anteayer, y deberían terminar hoy mismo
Por contra, lo cristiano es la discreción, tanto para varones como para mujeres. Lo cristiano es la dependencia de Dios, tanto para varones como para mujeres. Y esto –tanto para mujeres como para varones– sin arrogarse portavocía ni representatividad alguna. Lo cristiano, en suma, es cumplir deberes y vivir para los demás, no reclamar derechos para uno mismo. Y lo cristiano también es la vida.
Y lo católico es la verdad, resulte o no políticamente correcta. Manos Unidas ha caído en la grandísima necedad de presentar a la mujer como un ser arcangélico, sin defecto alguno, y a los varones como seres demoniacos, depredadores miserables, sin mezcla de bien alguno.
Y todo esto demuestra algo bien sencillo: que la Iglesia no es una ONG y que Manos Unidas tampoco debería serlo, porque las contradicciones de esta institución de la Iglesia no comenzaron ayer, sino anteayer, pero deberían terminar hoy mismo.