- Para los británicos del XVIII, ¡qué cosas!, no había maldad en algo tan degradante como la esclavitud.
- ¿Había ingeniería social entonces? Desde luego, aunque mucho menos sofisticada que ahora pero el fin era el mismo: engañar al personal.
Los
británicos fueron capaces de
inmunizar a la sociedad del siglo XVIII contra la barbaridad de la
esclavitud para que las plantaciones de algodón de los colonos americanos fueran más rentables. La barbaridad siguió después con la Declaración de Independencia y no se detuvo hasta bien entrado el siglo XIX.
Pues bien, si eso pasó con la esclavitud, sólo hace falta echarle un poco de hilo a la cometa para imaginar de cuántas tropelías es capaz el hombre en su humana condición para darle la vuelta a la
condición humana.
Me ayudo del ejemplo de la esclavitud para decir que ahora está sucediendo lo mismo, pero en sentido inverso, con una serie de valores universales como la
familia, el
bien común o la
justicia social. No debería haber necesidad de defender esos valores -pelín razonables sí que parecen- y, sin embargo, hay que hacerlo como si no fueran universales. Pero precisamente en esa contradicción están también la razones que explican toda la maquinaria en marcha para tirarlos por tierra.
Uno se sorprende, pero es así.
En España, es verdad que hay un antes y un después de
Zapatero, el ingeniero social por excelencia, pero el empeño viene de mucho más atrás. Está en las
teles (ya sé que la telebasura siempre merece un aparte), en las
radios y
periódicos que se llaman a sí mismos progresistas (como si el resto fueran imbéciles que no defienden el progreso), en los partidos políticos (reyes de los principios cambiantes) y flota, ¿qué quieren que les diga?, en todos los ambientes.
Explica muy bien ese proceso
Javier López en su libro
Más allá de Podemos, que reseñamos en su día. Ahí cuenta como España ha pasado en apenas 40 años de ser un defensor ejemplar de la
moralidad (no exenta de hipocresía en tiempos más remotos) a ser el más listo entre los tontos para defender esos "llamados derechos civiles precedidos
de toneladas de ideología".
Tengo para mí que España no es una excepción en la misma corriente que aplasta al Viejo Continente y que pivota fundamentalmente sobre dos ideas: no reconocer la
herencia cristiana en los valores que los europeos han exportado al mundo (a ver, sino cómo se explica el avance de la justicia sobre la venganza) y en una
revolución subliminal para cambiar mentalidades y valores, según el
hombre nuevo que impone el ideólogo de turno.
O sea,
ingeniería social en toda regla.
Visualizando, que es gerundio.
¿Qué sentido tienen tantas loas a los más variopintos
modelos de familia, si no es para atacar precisamente a la familia? Ojo, que la moda -ya me entienden, no es una moda sino algo más- penetra hasta en el lenguaje de lo políticamente correcto. ¿Conocen a algún
figura de la tele que hable de la
familia natural, como eso, lo más natural del mundo?
Pasó lo mismo, hace años, con el
matrimonio. Parecía que había que pedir perdón para decir que uno estaba casado como Dios manda. Imperaba el
amor, entendido sólo de una manera, no el compromiso.
¿Más ingeniería social? La pueden comprobar en las leyes diversas sobre el
aborto. Como los británicos con la esclavitud, igualito. Matar a una criatura antes de nacer ha dejado de ser una barbaridad para ser un derecho.
Y también hay ingeniería social para que justificar la omnipresente ley de los mercados, inherente en un
capitalismo sin escrúpulos, que sirve para un roto -la justificación de los excesos del dinero- como para un descosido: acabar con la dignidad del trabajo y de las condiciones de los trabajadores.
Ya dijo
Chateaubriand que"si el bien y el mal fueran relativos, toda moralidad desaparecería de las acciones humanas". Es una obviedad, de algún modo, pero el escritor francés lo dijo después de vivir en propia carne una revolución como la francesa de 1789, que puso a prueba todo, hasta el sentido común. Esa revolución tuvo aciertos, como toda revolución, pero Francia pasó en ese trance del
Siglo de las Luces, no es coña, a una de las etapas más apagadas de la historia (sobre todo por su furia antireligiosa). Lo describe con una lucidez extraordinaria en sus
Memorias de Ultratumba.
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com