• Juegos Olímpicos de Río: ceremonia de inauguración cutre, hortera y ecopanteísta.
  • El espíritu fue el del carnaval: cárnico y alineante.
  • Gran cosa el mestizaje, pero no es un mérito, sólo una situación.
  • Y la multiculturalidad no es sino una contradicción. Cultura viene de culto.

La sanota sonrisa de Rafael Nadal portando la bandera de su patria en unos Juegos Olímpicos probablemente hará olvidar el entorno cutre y hortera que reinó en la ceremonia inaugural de las Olimpiadas de Río de Janeiro. Aseguran los cronistas (día aciago aquel en el que el periodismo cayó en lo políticamente correcto) que la inauguración de los Juegos Olímpicos 2016 consistió en una defensa del medio ambiente y de la multiculturalidad de Brasil. Pero aquello recodaba la vieja pintada de cuando el ecologismo era algo serio y, por tanto, se tomaba con buen humor: "No queremos medio ambiente lo queremos entero". La noche del viernes, servidor vio más culos enteros que medios ambientes medios. Es lógico, los tributos a la madre tierra (la Pachamama, de Evo Morales), de suyo madrastra y machihembrada, acaban siempre en bacanales, preámbulo de la conversión clásica (en la griega Corinto, sin ir más lejos) de la prostitución en algo sagrado. Y la inauguración de Río parecía una bacanal, eso sí, con ritmo alienante, como esa música de carnaval. Y con la multiculturalidad y el mestizaje ocurre algo similar a la pobreza. Ser pobre no es un mérito, aunque pueda ser una posibilidad: la de luchar por dejar de serlo y la de que los menos pobres echen una mano al impecune. El hecho de muchas razas no significa que se consiga el mestizaje ni el mestizaje tiene que resultar lo mejor. Cada hombre hace su vida, independientemente de su color y del color de su esposa. Pero ya puestos a hablar de mestizaje, Brasil es el país iberoamericano donde menos mestizaje se produjo. Los portugueses evangelizaron menos que los españoles y colonizaron más. Quizás porque no contaron con la alianza entre el Trono y el Altar y, ante todo, con una reina como Isabel la Católica. Y así, hasta la independencia del siglo XIX, no se vio a los indígenas como hijos de Dios. Por eso existe la raza hispana, menos la raza portuguesa-brasileña y muchas culturas (la cultura no es más que muchas religiones, que cultura y culto son una misma cosa)-. En plata, la multiculturalidad no es sino una contradicción. Cultura viene de culto. Me temo que el mestizaje brasileño no es el suficiente, pero eso se puede cambiar. Lo que resultará más difícil borrar es la paganización panteísta del culto cristiano y esa adoración cárnica, la misma que late en el Carnaval de Río y que hace de Brasil un país, por un lado grandioso, por el otro, esclavo de la carne, y con ella de la violencia y de cierta irracionalidad. Quedémonos con la sonrisa de Nadal y con el potencial de Brasil que, al menos, y no como Europa, es una tierra joven. Lo de la ceremonia inaugural y lo del paganismo ramplón, cutre y hortera, así como el ecopanteísmo bobalicón, olvidémoslo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com