Caso real. Charla sobre cine con adolescentes. El conferenciante habla de los distintos gustos que, en materia de cine, tienen varones y mujeres. A ninguno de los adolescentes allí presentes les asombra el distingo, pero un grupo de ‘adolescentas’ con el lavado de cerebro feminista tan habitual en el momento presente, se manifiestan ofendidísimas: ellos y ellas no pueden tener gustos distintos porque entonces ellos y ellas no serían iguales. Pero lo mejor es cuando una profesora, escasamente adolescente, coge el micro y espeta al conferenciante:
-¿Qué pretende usted? ¿provocar una guerra de géneros? (Ojo, de género, que no de sexos).
A lo que el conferenciante responde:
-Pues la guerra de sexos constituye el motor de la comedia romántica. (Es decir, de lo que se estaba hablando)
Nada más distinto a un varón que una mujer… afortunadamente para ambos sexos
Que a un grupo de ‘adolencentas’ les hayan lavado el cerebro con la tontuna feminista de la igualdad integral entre los dos sexos resulta comprensible: no pretendo encontrar cabezas viejas sobre hombros jóvenes. Pero que una profesora talludita cambie la evidencia por el tópico es para preocupar.
La evidencia consiste en que no hay nada más distinto a un hombre que una mujer… afortunadamente para ambos. Y no hablamos de derechos, hablamos de gustos.
¿Qué es lo que ha ocurrido? Pues que la mujer es maestra de amor, que constituye la fuerza más formidable de una persona, sea mujer o varón. Pero el amor no es más que donación y entrega, y el feminismo ha convencido a muchas de que esa donación y esa entrega –libérrimas– que exige el amor, es servilismo y sumisión. Y así nos encontramos con una mujer desamorada; por desamorada, desmoralizada y, por desmoralizada, (falsa moral) desquiciada.
El feminismo ha convertido a algunas mujeres en adolescentes incapaces de entregarse. Y si la situación se generaliza, yo abandono el planeta.