Por los canales pequeños circula la verdad. Ejemplo, una de las crónicas más acertadas de lo ocurrido el miércoles 6 en el Capitolio norteamericano es la del pequeño y brillante digital Navarra Confidencial.
En efecto, ¿los cinco muertos en el asalto al Capitolio eran demócratas o seguidores de Donald Trump? La primera de esas víctimas mortales, la que ha dado la vuelta al mundo (ver el vídeo) es una mujer partidaria de Trump, de 34 años de edad, de nombre Ashli Babbitt, desarmada, que es ejecutada, no tiene otra definición, por un guardaespaldas. El vídeo habla por sí mismo.
El vídeo de la ejecución, y digo ejecución, de la mujer que entraba en el Capitolio. Por si alguien todavía no lo ha visto. pic.twitter.com/NoLGYoWRsH
— Philmore A. Mellows (@PhilAMellows) January 7, 2021
¿Se acuerdan ustedes de lo ocurrido con George Floyd, víctima de una salvajada policial y que se convirtió en el detonante del movimiento ‘Black Lives Matter’ (BLM), cuyo objetivo no era acabar con la violencia racista sino derribar a Donald Trump? ¿Y lo consiguieron? ¿Se acuerdan ustedes de la inefable Nancy Pelosi, arrodillada rezando fervorosamente, no se sabía si por el alma de Floyd o por la caída de Trump? ¿Hará lo mismo por Ashli Babbitt, no asfixiada por un poli sino abatida a tiros por uno de sus gorilas?
Viendo las portadas norteamericanas y europeas uno se pregunta si los muertos eran seguidores o víctimas de Trump
A ver si nos entendemos: no se trataba, no sólo, de que Joe Biden ganara las elecciones de noviembre y de que el amigo Donald saliera de la Casa Blanca. Se trataba -y se trata- de acabar con Trump pero, sobre todo, de acabar con el trumpismo.
¿Y por qué? A fin de cuentas Donald no es un portento intelectual y a veces tendía a comportarse como un adolescente. Sí, pero era el mutante de Isaac Asimov, el personaje que rompía todo el programa previsto. Era y es, además, un hombre de principios firmes, coherente con ellos, que no jugaba con las cosa de comer y que ha protagonizado la legislatura más fructífera desde Ronald Reagan. Cuatro años con Trump en la Casa Blanca habían detenido la depravación progre. Con ello habían detenido un proceso repugnante y liberticida que ahora se reanuda y potencia.
Con Biden, regresa la globalización más retorcida: la de un gobierno mundial. Por supuesto, cristófobo. Para traerlo, que no para presidirlo, que no para dirigirlo, nadie mejor que un católico abortero
Trump podía ser un mal cristiano, pero era cristiano. Tras el asalto al Capitolio, el objetivo del Nuevo Orden Mundial (NOM) y de su marioneta Joe Biden -cada día recuerda más a Jimmy Carter- es doble: acabar con Trump y sobre todo, acabar con el trumpismo, con el siguiente mensaje: a partir de ahora, que nadie se atreva a reivindicar su nombre ni su legado, o acabará como Ashli Babbitt: ejecutada.
Con Biden, regresa la globalización más retorcida: la de un gobierno mundial. Por supuesto, cristófobo. Para traerlo, que no para presidirlo, que no para dirigirlo, nadie mejor que un católico abortero.
No habrá rezos por Ashli Babbitt ni condenas para su ejecutor.