Todavía no he visto a la Conferencia Episcopal Española (CEE) levantar la voz. El martes, la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, expulsaba a los monjes benedictinos del Valle de los Caídos. De paso, se desacralizaba el templo y se prepara la burla a la cruz más alta de Europa, que se pretende convertir en un monolito masónico.
No por nada, es sólo por molestar. Si mañana comienzan a asaltar conventos y asesinar a monjas y curas no se extrañen. La historia de la II República comenzó así, oponiendo cristianismo y democracia y cerrando lugares de culto.
Cuando la inhumación del cadáver de Franco, la jerarquía eclesiástica española se refugió en que se trataba de una cuestión política en la que no quería intervenir. Ahora, es cuando comprobamos que lo de Franco era una excusa: de lo que se trataba es, como los milicianos socialistas de la II República, en borrar las huellas cristianas de España.
¡Ah! y de rehacer la historia. Y la historia de España es historia cristiana. ¿A qué está esperando la Iglesia para hablar? Ya llega tarde.