Ya lo decía Homer Simpson: “el problema de los matrimonio modernos es la comunicación: demasiada comunicación”.
Discrepo de Homer, lo cual representa una audacia tremenda por mi parte: el problema del matrimonio actual es la excesiva gravedad, también conocida como soberbia. Vamos que falta el buen humor… en ellos y ellas. Recuerden que el siglo XXI no peca de frivolidad, peca de gravedad, de orgullo. Y recuerden también que el demonio se precipitó a los infiernos por la fuerza de la gravedad.
Volvamos al matrimonio: La sociedad actual vive marcada por las dos pandemias: la del virus y la del divorcio. Perdón, quería decir familias desestructuradas. Siempre ha resultado difícil hacer convivir a Marte con Venus. Ambos sexos son radicalmente distintos pero radicalmente complementarios. Pero como ahora estamos toqueteando los sexos -cosa seria- con la mano untuosa del género, más hortera que lasciva, que lo incompatible se vuelva complementario cuesta más mucho más. Traducido: que ni él ni ella están dispuestos a ceder en nada ni aguantar nada y, ante todo, no están dispuestos a servir al otro.
Alguien dijo que cuando un hombre entre en una habitación ve lo que hay mientras un mujer ve lo que falta. Y otro alguien acertó más cuando aseguró que un hombre entiende por entrega no molestar a los demás mientras una mujer entiende por entrega tomarse molestias por los demás… y que si se juega con ambos elementos es fácil que varón y mujer consideren a su pareja radicalmente egoísta. Este escenario, en un ambiente de pánico general ante el virus, puede resultar explosivo.
Y un poquito de paciencia tampoco vendría mal: “Señor, dame paciencia… ¡pero ya!”.
El virus ha segado vidas pero también ha destruido muchas familias. Las principales víctimas son los hijos, como siempre, pero la principal consecuencia para los adultos afectados por un divorcio es la desesperación, producto del fracaso vital.