Francisco no ha cambiado la doctrina sobre la homosexualidad que, sigue siendo la del catecismo de San Juan Pablo II, cuya fiesta celebramos hoy, jueves 22 de octubre. Esa doctrina supone que la Iglesia condena las prácticas homosexuales. Cita textual: Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8).
Y más: los actos homosexuales son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”.
El Papa Francisco no se ha salido de esta norma ‘como no podría ser de otro modo’, que diría doña Carmen Calvo.
Dicho esto, por lo que ha apostado el Papa -o al menos eso parece- es por las uniones civiles entre homosexuales, porque “tienen derecho a pertenecer a una familia”. Ojo, aquí Francisco no habla como Papa porque no se está refiriendo a cuestiones de moral o costumbres. Se refiere a un nuevo modelo de convivencia regulado legalmente y recogido en el BOE. Por tanto, no está revestido de autoridad. Yo, como católico, tengo otra opinión. A ver: ¿por qué el Estado, por muy laico que sea, otorga un estatuto especial al matrimonio? ¿Quizás le encanta el compromiso, la entrega y la apertura a la vida? Evidentemente no.
El Estado protege al matrimonio porque produce contribuyentes, también llamados hijos. No es una graciosa concesión: es una contraprestación. Al Estado le importa un pimiento el amor entre las personas: lo que le importa es que le aportan nuevos ciudadanos, nuevos contribuyentes.
Es cierto: son hijos de Dios y tienen derecho a pertenecer a una familia pero no eso no significa que se le otorgue el estatus de matrimonio ni de unión civil. Sobre todo por una evidencia: uno más uno no da ni una ni uno. El fruto viene de uno más una.
En lo que Francisco, una vez más, acierta, es cuando afirma que los homosexuales son hijos de Dios y tienen derecho a tener una familia. Claro, también los solteros, y los consagrados, también tienen derecho a tener una familia. Por supuesto. A lo que no tienen “derecho” es a la vida sexual, porque para la Iglesia la vida sexual tiene otro origen y otra finalidad. No lo digo yo, lo dice el catecismo en su punto 2359: “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismos que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Y lo de que los homosexuales son hijos de Dios -verdad inapelable- y por tanto dignos de todo aprecio y consideración, tampoco lo duda el Catecismo. De hecho, el punto 2358, afirma lo siguiente: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.
Habrá que insistir: Francisco es un Papa que trata de salvar lo salvable. Y, además, que trata con cariño a todo el mundo, también a los gays. Eso es lo que debe hacer un católico. Ahora bien, cuando el Papa propone una medida legal, que no religiosa, como la de las uniones civiles, entonces yo me permito discrepar de Su Santidad, y tengo todo el derecho a hacerlo, pues de política hablamos. Uno más uno no produce ni uno ni una. Para producir, tanto uno como una se necesita de una y de uno.