Acabo del leer al insigne jetas José Manuel Vidal, ese noble clérigo que tras colgar los hábitos se ha dedicado a explicarnos, por ejemplo desde las páginas del diario El Mundo, lo que deben hacer y evitar clérigos y laicos para evangelizar el mundo y, mayormente, para salvar a la Iglesia de la caverna y del tristísimo final al que está abocada.

Las conferencias episcopales son un calco de los gobiernos, con sus distintos ministerios: no son necesarias para la Iglesia

O sea, un convencido de que los papas pasan pero él permanece y de que una columna vale más que una mitra. Resume así el ex mosén Vidal, la situación: volver al Espíritu del concilio, representado en el Papa Francisco. Esto último pertenece al secuestro del Papa Francisco. ¿Quieren reformar la Iglesia? Sencillo: cierren las conferencias episcopales. Y, ya puestos, eliminen o reduzcan al mínimo la Curia vaticana, convertida en una especie de megaconferencia episcopal global. Que los obispos vuelvan a mandar en su territorio, siempre de acuerdo con el Obispo de Roma. No se necesitan curias, ni vaticanas -quizás está sí, pero reducidas- ni episcopales. En la Iglesia sobran los ministerios y sobran las comisiones. La Iglesia la gobierna el Espíritu Santo, y le basta con un ministro: el Papa. Por las mismas, la Iglesia universal no se divide en países sino en obispados. Las conferencias episcopales no son otra cosa que una politización de la Iglesia. Si quieren reformar la Iglesia acaben con las estructuras burocráticas y vuelvan a la actividad pastoral, que viene de pastor, actividad un tanto harta, bucólica, y poco amiga de sistemas y estructuras. Ahora bien, reducir al mínimo la curia y suprimir las conferencias episcopales no dejan de ser una medida en negativo, es decir, social, colectiva, eclesial. Pero la Iglesia no existe para cambiar las estructuras sino para salvar las almas, siendo que las almas se salvan de una en una. Por tanto, suprimir las conferencias episcopales sería una medida buena pero en negativo. Se necesitan medidas en positivo. Por ejemplo, la adoración eucarística. Hay una diferencia entre la situación de hoy y la de los años 30 del pasado siglo: el anticlericalismo es el mismo pero ahora, hay cristofobia también en un clero degradado y triste. ¿Cuál es la solución, en positivo, contra ese clero desganado y desamorado? La adoración eucarística. Toda Iglesia que pueda, y pueden poder todas, debería convertirse en centro de adoración permanente al Santísimo Sacramento, permanentemente expuesto, estilo 'Seven eleven': 24 horas al día, 365 días al año. Eulogio López eulogio@hispanidad.com