- El signo de los tiempos actuales es un hombre enervado. Es decir, débil, también de los nervios.
- No es que no sepa lo que tiene que hacer, es que no es capaz.
- La imagen es la del percebe: duro y espinoso por fuera y casi gelatinoso por dentro.
Lo contaba un sacerdote. Un hombre fue a confesar y comenzó a vaciar el costal.
Hace 30 años que no me confieso.
-¿Y eso?
Es que no tenido tiempo.
Palabra que no se rió. Estaba convencido de llevar 30 años con la agenda repleta.
Uno de los siete dones del Espíritu Santo es la fortaleza, importante virtud asaz olvidada.
Que no significa estar cachas -a lo mejor la precisión sí es necesaria- sino que saber responder con la misma sonrisa
a la felicidad y a la adversidad (se lo aseguro, esta definición no le va a gustar a ningún teólogo).
El hombre del siglo XXI es un hombre enervado, que no significa cabreado (aunque siempre acaba ahí)
sino debilitado en su nervios. O sea, unos blanditos. Que la depresión sea la enfermedad más extendida ya ofrece alguna pista.
Y la mujer -ciudadanos y ciudadanas, que diría don
Pedro Sánchez- lo mismo de blanditas, según la consabida imagen del crustáceo: duros por fuera y gelatinosos por dentro. Áspero y con aristas para el próximo, meloso y viscoso para con uno mismo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com