El Tribunal Constitucional polaco ha declarado ilegal el aborto más odioso de todos: el llamado aborto eugenésico. Parece -luego, encima, se equivocan- que el niño viene con alguna tara. Pues nos lo cargamos y en paz. Si algo caracteriza a la sociedad moderna es que el débil molesta.
Pero es que, además, la historia del Polonia con el aborto es formidable. La mejor ley de aborto, ciertamente, es la que no existe, pero los polacos, ante la arremetida contra la vida, lo que hicieron fue tomarse en serio la impostura, que es la mejor manera de delatar al impostor. Como saben, en todo Occidente imperan las leyes de supuestos: terapéutico, eugenésico y violación. El primero, con las dos derivadas: peligro para la salud física o para la salud psíquica de la madre. Pues bien, en España, cuando se discriminaban por motivos, resulta que el 98% de los abortos quirúrgicos se perpetraban, precisamente a través de este medio supuesto, el peligro para la salud psíquica de la madre. Total, que cuando la señora iba al abortorio ya tenía firmado el informe del psicólogo: si esta mujer no aborta sufrirá profunda depresiones. Se ponía el nombre de la mujer en el informe previo, sobre la línea de puntos, y a eliminar al indefenso y pagar la factura.
Lo que hicieron los polacos fue tomarse en serio la ley abortera. Y claro ningún médico en su sano juicio considera que matar al hijo resulte terapéutico para la salud de la madre. Conclusión: el número de abortos en Polonia era la centésima parte que en España.
Naturalmente, la Europa decadente e infanticida se ha revuelto contra Polonia. No soportan un país, uno sólo quizás junto a Hungría, que sea fiel a sus principios cristianos. Por eso ansían destruirlo.