El Banco Central Europeo (BCE), que preside la francesa Christine Lagarde, pretende lanzar, y de forma acelerada, el euro digital, mediante los distintos sistemas al uso pero todos ellos alrededor de la certificación digital.
Al tiempo, se trata de legalizar las criptomonedas (el bitcoin es la estrella). Se nos aclara que el euro digital será más seguro que el bitcoin en cuanto será emitido por un banco central. Es decir, tendría lo que no tiene el bitcoin: una referencia en caso de derrumbe de su valor o de especulación con el mismo. Y ahí tiene toda la razón. Una moneda es, ante todo, un instrumento de cambio con una referencia, con un responsable que está allá al fondo, que son los bancos centrales. Por eso, en la Edad Media, gente seria, la emisión fraudulenta de moneda se castigaba hasta con pena de muerte. Estos chicos medievales eran más inteligentes que clementes… y mucho más profundos que nosotros.
Ahora bien, el euro digital es peligroso y liberticida. Las criptomonedas son anónimas y peligrosas. Sobre todo anónimas, que es la parte más venenosa de ese regalo a la humanidad que ha constituido la red Internet. Sí, un regalo. ¿Qué en Internet está todo lo peor? Claro, y todo lo mejor, como siempre cuando reina la libertad.
Me explico: suprimir el dinero físico y pagar con medios electrónicos, el que sea, supone que toda nuestra vida se convierte en un espejo público o, si lo prefieren, que perdemos nuestra intimidad o, según expresión surgida cuando naciera Internet: nuestra cartas se convierten en postales. Nada desea más el poder que el individuo renuncie a su intimidad.
Y ojo: ni la salud puede ser el objetivo principal de nuestra vidas ni las matemáticas puede regir el mundo. La obsesión vírica que el Covid ha creado supone la mejor arma para la supresión del dinero físico. Pero si la salud constituye el único objetivo de nuestras vidas, y no la libertad, mal vamos. Y vamos mal.
Por su parte, los defensores del bitcoin aseguran que, al eliminar al responsable último -el Estado sólo tiene dos funciones: emitir moneda y garantizar la seguridad de sus ciudadanos- evitamos los excesos del poder y fiamos la cotización de la moneda a las muy imparciales matemáticas.
Ahora bien, recuerden que todo pitagorismo conduce a la tiranía. La libertad, no los algoritmos, debe ser lo que rija nuestra condición racional.
Por tanto, ni me gusta el bitcoin ni me gusta el euro digital. Mejor sería, al igual que con el covid, evitar medidas radicales y volvernos más… normales.