Si Donald Trump, un occidental y un demócrata, hubiera visitado España, la izquierda se habría lanzado a la calle para increpar al fascista gringo.
Pero está aquí el mayor déspota del mundo, el antioccidental rabioso, Xi Jinping (una especie de malvado Winnie the Pooh) y tanto el jefe de Estado como el jefe de Gobierno le rinden honores. Ni una protesta en las calles de Madrid que el autócrata chino colapsó.
Ni una palabra ni un gesto, que pudiera incomodar a este grandísimo miserable, que mantiene aherrojados a 1.300 millones de chinos, adoradores del dios-dinero, una mezcla de lo peor del capitalismo con lo poder del comunismo.
Así estamos España: servil ante el mayor tirano del mundo. Más que un pueblo de leones, parecemos un pueblo de gallinas.
Y nadie le habló de libertad. ¿Para qué? Peligra el comercio.