- La exhortación postsinodal ha provocado récords en demagogia teológica.
- Y el reverdecer del sofisma.
- Insisto: ¿la Exhortación contradice la teoría? No, la teoría está tranquila: el problema es la práctica.
Con la
exhortación postsinodal del malhadado Sínodo de la malhadada familia se ha dejado ver aquello de que por la dureza de vuestro corazón
os permitió Moisés repudiar a la parienta.
Lo dicho, la exhortación vulnera la doctrina o el Magisterio. No,
no toca la teoría pero abre escenarios tenebrosos a la práctica.
Y los demagogos teológicos -que son legión- y los sofistas de la fe -que son cohorte- preparan el sacrilegio, no legal pero sí reconocido.
El último sofisma que he escuchado es el de que, después de todo nadie es quien para juzgar si un divorciado ya rejuntado, o un
homosexual casado, o… lo que sea, está en
pecado mortal y por tanto,
NO pueden comulgar. Me encanta el argumento porque
simplifica toda la parafernalia conceptual del Sínodo para explicitar lo que tenían que decir: para comulgar hay que estar en
gracia de Dios, libres de pecado mortal.
Ahora bien, el sofisma llega a continuación: ¿Y usted que sabe si está en pecado? ¿Quién es usted para juzgar? Más misericordia y menos juicios.
El sofisma es algo que tiene apariencia de verdad y es mentira. Las dos preguntas y la proposición son justamente eso.
En primer lugar,
la confesión sacramental no es más que un juicio, sólo que, al revés de lo que ocurre en los tribunales, nunca se condena al reo.
Ahora bien, eso no significa que no se pueda saber quién, objetivamente, no puede acceder a la
sagrada comunión. Los preceptos, o son objetivos o no son preceptos, y las conciencias sólo las juzga
Dios y el confesor pero los hechos los podemos juzgar todos a la luz de la norma.
Y así, no yo, ni éste ni aquel, sino el
Catecismo de la Iglesia Católica (2.384) dice lo siguiente: "
El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente". O sea, en pecado mortal, o sea, que no puede comulgar.
En cuanto a la misericordia la mejor misericordia con el profanador consiste en impedirle la profanación. La mejor misericordia con el sacrílego es impedirle el sacrilegio.
Que se dejen de coñas:
el obispo o el sacerdote que ofrezca la eucaristía a quien vive en una situación objetivamente irregular está alentando el sacrilegio. Y eso no es muy grave: es lo único grave, lo único que puede provocar al hartazgo de Dios que, además de infinitamente misericordioso, es infinitamente justo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com