Siempre he tenido la impresión de que, en el siglo XXI, sino has sido condenado, y en esencia firme, no eres una buena persona. Como mucho, uno del montón.
Días atrás, en la misa, tocaba leer unos versículos del Evangelio de San Lucas. En concreto lc 3, 22-30. No podían ser de más actualidad. Y, en principio, parecen un poco crípticos. A saber:
“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres:
los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo”.
Cuando se invierten las categorías, muere el perdón y muere la misericordia
Choca eso de que la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdonará en ese mundo ni en el otro, porque sinceramente, creo que estos versículos reflejan nuestra época: vivimos en la blasfemia contra el Espíritu Santo. Es la marca de fábrica del siglo XXI.
¿Y por qué no puede perdonarse? Porque los fariseos y compañías estaban llamando demonio al Hijo de Dios. Es decir, estaban llamando sumo mal al sumo bien. Y cuando llega esa inversión de conceptos y categorías, entonces no hay nada que hacer. El pecador no puede pedir perdón porque estaría solicitando perdón por lo bueno y la misericordia deja de operar porque no puede felicitar por lo malo.
Pues bien, estos son los tiempos de la blasfemia contra el Espíritu Santo. A lo bueno se le llama malo y a lo malo bueno. Aquellos mandamientos políticos, que constituyó la espléndida Declaración de los Derechos del Hombre de 1948, han dado paso, 70 años después, a unos llamados derechos de segunda generación, concentrados ahora en la viscosa Carta de la Tierra o en los horterísimos Objetivos del Desarrollo Sostenible, que tantos consideran su nueva religión.
¿Cuándo terminará todo? Cuando adoremos a la Bestia
Con un ejemplo primario se puede entender la cuestión que plantea San Lucas: a lo largo de toda la historia la humanidad ha condenado el aborto, y a lo largo de toda la historia, ha habido abortos e infanticidios. Ahora bien, nunca hasta este desgraciado siglo XXI se había hablado del “derecho al aborto”, una blasfemia contra el Espíritu Santo de División de Honor. ¿Asesinar a un niño en el seno de su madre, al pedido de sus propios padres y con ayuda de un médico destinado a dar vida y no muerte, todo ese mejunje, es un derecho? Pues sí, miren por donde, lo es.
¿Y cuándo terminará la era de la blasfemia contra el Espíritu Santo? Cuando adoremos a la Bestia. En ese momento se terminará la paciencia de Dios… y todo volverá a empezar.
A ver si va a ser por eso por lo que tenemos esa sensación, general, de vivir en una etapa fin de ciclo.