Hablé con un ‘voluntario’ que ayuda a las Misioneras de la caridad en un mortuorio, que es la especialidad de la congregación fundada por la madre Teresa de Calcuta. Le pregunté qué es lo más duro cuando se trata con la miseria. Y respondió sin dudar:
-El olor. Muchos no lo aguantan.
También me explicó que era la razón por la que muchos voluntarios se echaban atrás. Porque la miseria huele, el pobre huele, y sólo los estadísticos de la caridad –o de la solidaridad, lo mismo da- consideran que decir que el pobre huele es aporofobia, cuando sólo es evidencia.
Porque a Dios le preocupa más el corazón que el don
Teresa de Calcuta supone vencer la natural repugnancia al hedor que acompaña a la miseria y convivió entre ella como una campeona. No me extraña lo de aquella famosa que llegó a visitarla y le dijo: “¡Yo no hago esto ni por un millón de dólares!”. A lo que la madre Teresa respondió: “¡Por un millón de dólares, yo tampoco!”.
Lo hacía por Cristo. Y lo hacía de forma muy ‘racional’. Porque todo el secreto de Teresa de Calcuta se encerraba en el 4+8. Es decir, cuatro horas de oración y ocho de trabajo duro con los necesitados. Pero ella tenía muy claro que lo segundo sin lo primero se quedaba en mero activismo onegero. Y lo que diferencia a una obra de caridad cristiana de una obra de solidaridad onegera es la vieja máxima de que en a Dios le preocupa más el corazón que el don. Vamos que una ONG da pan, mientras un cristiano está obligado a dar pan y, de postre, un abrazo.
Cualquiera que contemple a algunas obras cristianas, también católicas, observará la eficacia fría de la solidaridad estadística y de la caridad televisada
Cualquiera que contemple a algunas obras cristianas, también católicas, observará la eficacia fría de la solidaridad estadística y de la caridad televisada.
Por eso Santa Teresa de Calcuta, primero rezaba y luego soportaba el mal olor.