Dijo Fernando García-Marlaska, uno de nuestros peores ciudadanos, que lo del general José Manuel Santiago, aquello de que la Guardia Civil estaba para mejorar la imagen del Gobierno y para perseguir a los críticos, fue un lapsus. Que no, Marlaska, que fue un error, el mayor error que puede cometer un político: decir la verdad.
A partir de ahí, Marlaska -uno de nuestros peores ciudadanos, como creo haber dicho antes-, superior jerárquico de Santiago, se afanó en demostrarnos que el Gobierno ama las críticas, pero que no puede permitir que se difundan bulos.
Nos advirtió que él solo monitoriza las redes sociales por si se dan los redichos bulos perniciosos para la salud. ¿Y qué hay más pernicioso para la salud mental del pueblo español que los malandrines que critican al Gobierno? Por eso, Marlaska se ve obligado a “monitorizar”. No a censurar, sino a monitorizar Internet. Nuestro buen guardián del orden constitucional se pasa el día entero buscando sospechosos de odio que ha dejado de ser un pecado para convertirse en un delito.
El hombre sensato no busca la objetividad, sino la verdad
¿Qué es un bulo? Aquello que no me gusta.
Pero el esqueleto teórico no era lo suficientemente claro. Por eso, Isabel Celaá, que no es una de nuestras peores ciudadanas pero sí de las más pedantes, apoya al ciudadano Marlaska al equipar los mensajes “negativos” con los mensajes “falsos”. Y todo ello, oiga usted, a pesar de que ambos, Marlaska y Celaá, aman las críticas, Siempre que sean constructivas, claro está.
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El fondo de la cuestión está en otro asunto, está en la objetividad. Un lamentable objetivo, no sólo imposible, sino, además, cobardón e inane. Lo que hay que buscar es la verdad, no la objetividad Sólo que, para ello, claro, hay que saber -no creer, sino saber- que la verdad existe.