Dos noticias del día que demuestran la altura tecnológica de la cosa de Internet. Algún pirata ha entrado en las cuentas de Twitter de, por ejemplo, Barack Obama, Elon Musk, Bill Gates, etc. Desde ellas, han ofrecido servicios de inversión en criptomonedas y en media hora han conseguido, que se sepa, medio millón de dólares.
El fundador de Twitter, Jack Dorsey, y su actual presidente, Omi Kordestan, dos sujetos peligrosos, lamentan los hechos.
Al tiempo, Mark Zuckerberg, propietario de Facebook-Whatsapp, un sujeto a vigilar, recibía un varapalo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), un montón de sujetos extraordinariamente peligrosos, han dicho que el acuerdo de trasmisión de datos entre la UE y EEUU no sirve: supone una manejo de la privacidad del sujeto. No deja de tener gracia que hablando del mundo internet, los tribunales sigan presumiendo de defender la intimidad de la persona.
En cualquier caso, dos palos a las dos grandes redes sociales; más duro el que ha recibido Twitter que el de Facebook.
Para entendernos. Las redes sociales son bonísimas, aunque tengan muy mala fama, dado que son patios de comadres globales. Pero siguen siendo ámbitos de libertad, o deberían serlo.
Lo malo no son las redes sociales sino es el duopolio mundial de redes sociales que poseen Facebook y Twitter y el sectarismo creciente entre sus dirigentes. Especialmente Jack Dorsey y su grupos de Twitter, agente oficial del Nuevo Orden Mundial (NOM) y uno de nuestros más agresivos sectarios, capaz de acumular todos los tópicos del desarrollo sostenible (más sostenible que sustentable), todos ellos profundamente anticristianos.
Twitter censura lo que no le parece correcto y deciden qué es lo correcto y qué es delito de oído (¡Ah, los odiadores!). Y como si no estas en la red no eres nadie, pues, que no se hable más. Dorsey y compañía deciden lo que está bien y lo que está mal. Y al que diga algo políticamente incorrecto, mordaza.
Twitter, el censor hackeado; Facebook el censor colador. Lo primero es más grave.