La muerte por asfixia es una muerte horrible. En Cataluña, y me temo que en otros lugares de España también, empiezan a mandar a los viejecitos afectados por el coronavirus a morir a casa.
Y morir en casa es una suerte, pero morir de asfixia, sin acceso a cuidados paliativos, no es una buena muerte. Y eso es lo que se precisa: paliativos no eutanasia.
Y para los católicos, como recordaba el líder de Vox, Santiago Abascal, morir sin auxilios espirituales sin sacramentos, sin viático, tampoco es agradable.
En cualquier caso decíamos ayer, y repetimos hoy, que ningún país, ninguna autoridad, ni política ni sanitaria, puede decidir quién vive y quién muere.
Tampoco podemos aceptar la filosofía de fondo de que una vida inicial vale más que una terminal. Una cosa es que el anciano ceda el lugar a los jóvenes y otra que un tercero evalué el derecho de cada cual según el único criterio de elección: quien puede aportar más a la sociedad.