El problema de Isabel Celaá es sólo uno: su soberbia. Como diría don José Ortega y Gasset, la “soberbia vasca”. Orgullo de haber nacido donde me nacieron, como definía el filósofo español. Y traducido al román paladino significa: “¿No quieres caldo? ¡Pues toma dos tazas!”. ¿Te resistes. Miserable educador de la privada, a la marginalidad? Pues ahora te eliminaremos.
Sí, ya sé que con la enseñanza católica no ha terminado el laicismo sino la tibieza formativa de tantos católicos pero eso no justifica a Isabel Celaá ni al gobierno frentepopulista de Sánchez-Iglesias.
El proyecto de ley educativa de la ministra Isabel Celaá era resumida así por la Confederación Católica de Padres de Familia (CINCAPA):
“¿Por dónde va la nueva ley? Pues por lo que todos adivinábamos: suprimir la libertad educativa -por ejemplo, se castiga a los modelos de coeducación-, se degrada a la asignatura de Religión -sin alternativa y peso específico alguno, vulnerando la libertad religiosa-, se impone una asignatura de educación en valores cívicos y éticos -vuelta a la antigua EpC-, se da más peso a las Comunidades Autónomas en los contenidos y en la lengua -olvidando el conocimiento de la lengua materna-, se añaden algunas trasversales “nuevas” como el desarrollo sostenible o la igualdad de género -creando más controversia-, y finalmente se apuesta por la gratuidad de la enseñanza de 0 a 3 años vertebrándola por la red pública -en claro perjuicio de la red concertada-”.
Estamos en el ataque final del Gobierno contra la educación católica
No me parece mal resumen. En efecto, por ahí va la Ley Celaá, y se queremos resumirlo aún más se trata de dos cosas: alejar a los niños de Cristo y amamantar alumnos -y profes- perezosos en nombre de la igualdad. O sea, igualar por lo bajo y castigar la excelencia. Pero todo ello dialogando ¿eh?, con un democrático pacto por la educación: ¡Hay que tener rostro pétreo, doña Isabel!
Ahora, con el coronavirus, la soberbia vasca de doña Isabel Celaá se dispara. Aprovecha lo que, con buen hallazgo periodístico, ha sido denominado “ventanilla única”. Es decir, que la pandemia ‘obliga’ al Gobierno a decidir qué alumno va a cada sitio, porque el “dos tazas” de Isabel Celaá ante la proposición a su reforma socialista de la educación, consiste en que sea el Estado quien, por razón de urgencia coronavírica, decida a qué colegios acuden nuestros hijos. Si le peta, al concertado, si no, a la pública.
Esto aboca la enseñanza católica al elitismo, dado que al final, ningún padre estará seguro de dar una educación en la escuela, cristiana a sus hijos si acuden a la concertada. Así que tendrán que pagar un privado, que es muy caro y no todo el mundo se lo puede permitir. Y encima encarece el gasto público, dado que la enseñanza concertada es mejor y más barata que la estatal y le ahorra un dineral al contribuyente.
El problema de la soberbia vasca: orgullo de haber nacido donde me nacieron
Es el ataque final contra la enseñanza católica a cargo de los bolivarianismo que nos gobiernan en el caso de Isabel Celaá, eso si, “bolivariana de Loewe”.
Estamos ante el ataque final del Gobierno contra la enseñanza católica y la respuesta sólo puede ser una: volver a introducir a Cristo en las escuelas, sin miedos ni tibiezas.