• Una madre pierde los nervios y abofetea a su hija de 10 años por llegar tarde a casa.
  • La madre acaba en el calabozo por violencia doméstica.
  • El Estado no debe inmiscuirse en asuntos de familia.
La niña tiene diez añitos. Llega dos horas tarde a casa y no es la primera vez. Su madre, histérica por si le ha pasado algo, pierde los nervios y le arrea una bofetada, le coge de los pelos y la mete en su habitación de un empujón. Y entonces comenzó el tinglado de la antigua farsa. Un vecino, jugando el papel de delator -básico en el progresismo dominante- observa la bofetada y decide denunciar los hechos a la policía. Un buen ciudadano, sin duda. Llegan los celosos agentes del orden, asimismo buenos ciudadanos, y detienen a la madre, que va directamente al calabozo por violencia doméstica. Suena a chiste pero no es una cuestión menor. Mírenlo así:
  1. El Estado se inmiscuye en la vida familiar hasta romper por la fuerza la autoridad de los padres sobre los hijos. Sí, la autoridad, aunque ésta no deba expresarse a bofetadas.
Con ello, la familia deja de ser una célula de resistencia a la opresión para convertirse en una entidad oprimida.
  1. A nadie se le debe propinar una bofetada pero no es lo mismo dársela a una mujer o a un bebé que a una preadolescente petarda de diez años
  2. No contra el delito fiscal ni contra la violencia de género vale la delación. El chivateo, en principio, no es bueno.
Sigamos dejando que el Estado se inmiscuya en la familia… y ya verán. Llegaremos al estado de histeria vecinal, es decir, global. Eulogio López eulogio@hispanidad.com