- La única forma de conseguir que el dolor de la muerte sea tolerable es hacer que sea importante.
- No podemos programar la muerte. Cuando jugamos a ser dioses nos convertimos en verdugos.
- La muerte es donde todo comienza.
Decía
Chesterton que la única forma de conseguir que el dolor de la muerte sea tolerable es hacer que sea importante.
¿También los católicos, que consideramos que la muerte es el comienzo de la vida? Para esos, más todavía.
E
Ignacio de Loyola obligaba a sus jesuitas a limpiar y preparar para el entierro a sus hermanos muertos,
obra de misericordia de mucha enjundia.
Pero lo que no podemos hacer -y nos empeñamos en hacer- es programar la muerte. Cuando pretendemos ser dioses es cuando nos convertimos en verdugos. Porque el hombre no crea; en el mejor de los casos,
puede conservar lo recibido.
Y al igual que ocurre con la vida, la muerte se nos escapa, como el agua entre las manos.
La vida y la muerte son razonables pero no racionales. Demasiado importantes como para resultar asequibles a nuestro
magro entendimiento. Quizás porque la muerte es donde todo comienza. No podemos dar razón de nuestra existencia pero
podemos confiar en Cristo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com