Si la revista ‘Nature’ hubiese existido en el año 3.200 antes de Cristo, sin duda habría incluido la rueda en su ranking de científicos del año. Oiga, la rueda revolucionó la vida de toda la humanidad, sí, pero no deja de ser una herramienta. Efectivamente, lo mismo que ChatGPT, que este año se ha colado en esa, hasta ahora, prestigiosa lista.

Por cierto, tanto ha sido el interés por incluir a esta herramienta que Nature ha ampliado la lista de diez a once nombres entre los que está, en el puesto número 6, el científico jefe de OpenIA, la propietaria del ‘científico’ ChatGPT.

En su artículo, ‘ChatGPT. ¿Beneficio o carga?’, la revista califica la herramienta de, atención, “obediente, atrayente, entretenida e incluso aterradora”. ¿Comprenden? Es la personificación de una máquina que, como tal, no puede ser inteligente y mucho menos persona. “ChatGPT asume cualquier papel que desean sus interlocutores, y algunos que no”, concluye la publicación.

La inteligencia artificial no existe: si es inteligencia no puede ser artificial y si es artificial no puede ser inteligencia. Y no, ChatGPT no puede firmar ningún trabajo científico. Como mucho, debería figurar que el autor, el científico, lo ha utilizado para elaborar su artículo.

Si lo de 'Nature' fuera un premio, ¿quién iría a recogerlo?