La cita no es directa pero démosla por cierta: Kamala Harris considera que la autoridad monetaria en Estados Unidos, la FED, debe ser independiente del Gobierno, mientras, que, según la misma nota de agencia, Donald Trump no lo cree así. Primero, Donald Trump es un empresario mientras Kamala Harris es una funcionaria. Es lógico que el empresario busque dinero barato para invertir, como es lógico que el burócrata busque contrapesos legítimos a los que agarrarse y con los que justificarse cuando la inflación, uno de nuestros males inocultables, demuestra que nuestros políticos son unos inútiles mayúsculos que nos han llevado a la ruina.

Por lo demás, Trump nunca ha puesto en solfa la independencia de la FED respecto a la Casa Blanca. Eso sí, en su habitual tono elevadito, aseguraba que la FED debería mantener los tipos bajos.

Y el asunto de la independencia de la autoridad monetaria es discutible. A favor, que contamos con unos políticos derrochones que, para contentar al vulgo y mantenerse en el poder, les encanta emitir deuda pública, es decir, endeudarnos a todos y a nuestros hijos, bajo el principio de ‘detrás de mí el diluvio’. Ejemplo: un tal Pedro Sánchez.

En contra de la independencia de los bancos centrales, que en ocasiones, como ocurre en el momento presente, que la inflación puede ser de oferta o de demanda. Contra la inflación de demanda, sí que hay que cortar el dinero fácil, y la actitud de los monetaristas es aceptable. Ahora bien, si la inflación es de oferta, como me temo que ocurre hoy, la subida de tipos y el drenaje de liquidez servirá de poco.

La infracción actual es el producto lógico de que, desde hace 25 años, la maldita ecología prima sobre la economía. Estamos ocupados en automutilarnos, en autolimitarnos, en producir menos, de lo que debemos, que obviamente suben los precios por la eterna ley de la oferta y la demanda e independientemente de la oferta monetaria en circulación.

Por tanto, en este duelo Trump-Harris, no hay buenos y malos. La autoridad monetaria debe ser independiente pero lo mejor sería su inexistencia.

Es cierto que los gobiernos del siglo XXI no hacen otra cosa que derrochar, pero no pasaría nada porque los bancos centrales no fueran independientes, como ocurría con el patrón oro, un sistema mucho más lógico. Esto es, cuando la cantidad de dinero en circulación la medía un patrón, una fórmula, no un conjunto de personas, subespecie políticos o economistas, dos profesiones donde abundan muchos de nuestros peores ciudadanos.