El viaje de Pedro Sánchez a Brasil y Chile tiene, sin duda, un carácter económico -este jueves el presidente del Gobierno inauguró, precisamente, el foro empresarial entre ambos países-, y otro mucho más importante pero mucho menos vistoso: la pretensión de Sánchez de liderar los Brics, el grupo de países formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que el 1 de enero se unieron Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Argentina también se iba a incorporar, pero Milei lo frenó.

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Volviendo al encuentro interplanetario Lula-Pedro, ambos aprovecharon su comparecencia conjunta del miércoles para exhibir el espantajo de la ultraderecha. “Hace dos años el presidente de la República convocó a todos los embajadores e insinuó que las elecciones en Brasil no eran honestas”, afirmó Lula da Silva, a lo que Sánchez respondió: “En España también he tenido yo algunos miembros de la oposición que han cuestionado los resultados electorales”. Pobrecitos.

Lo cierto es que el presidente brasileño -que fue condenado por corrupción, conviene recordarlo- había preparado el terreno asegurando, al inicio de su intervención, que su cometido es defender la democracia frente a los extremismos, esto es, frente a la extrema derecha -la extrema izquierda no existe-, que actúa de manera coordinada internacionalmente, alimentando el odio a través de las noticias falsas.

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En otras palabras, todo el que critique el progresismo es un ultra y hay que censurarle. Ese es el programa político de Lula que comparte Sánchez y que marca la senda de los Brics. ¿No es maravilloso?