Mentiría si dijera que la figura de don José Cobo, nuevo arzobispo de Madrid despierta en mí un entusiasmo febril. Opino de él lo mismo que de su antecesor, el cardenal-arzobispo Carlos Osoro: un buen hombre que peca de omisión y menos preocupado de la sustancia que de las apariencias. Digamos que Madrid es una iglesia que continúa funcionando... a pesar de su jerarquía.
De igual forma, el discurso y la primera comparecencia de monseñor José Cobo, me supieron a poco. Con una excepción: esa declaración de Cobo de vivir "enamorado de Cristo". Eso sí que me ha gustado, mira, y sobre esas raíces bien se puede crecer hasta el infinito y más allá. Porque lo de la Iglesia de los pobres, relevante sin duda, como que suena a muy oído.
Por supuesto que se trata, como toda la vida cristiana, de palabras para vivir, que no para decir, pero la vida empieza por la palabra, porque el Verbo era Dios.
Además, recuerden lo de Benedicto XVI: la vida cristiana no es un qué, es un quién. Ahora hay que rezar por él, y dejar hacer al Espíritu.