Kaliningrado no es más que la antigua ciudad prusiana de Konigsberg donde era fama -seguramente un bulo- que sus ciudadanos ponían en hora sus relojes cuando pasaba el pelma de Immanuel Kant. Y esto para enfatizar la exactitud prusiana del foco del idealismo, esa filosofía imperante en toda la era moderna y que nos ha condenado a la melancolía. Quería enseñarnos cómo conocer y acabamos siendo las sociedad que nada conoce y de todo duda.
Con esa historia, no podía ser de otra forma: Kaliningrado es hoy un enclave militar ruso incrustado entre Polonia y Lituania, miembros de la UE y de la OTAN. Tras anunciar Finlandia que solicita su entrada en la OTAN, Moscú ha vuelto a hablar de guerra nuclear y de instalar misiles en Kaliningrado. Más que nada para tener a tiro, más cerca, tanto a Polonia, como a Alemania y al conjunto de los países bálticos. ¿Qué esperaban?
Entendámonos: la guerra de Ucrania la ha empezado Vladimir Putin y él es el máximo responsable. Pero Occidente no ha aprovechado el regalo de la Virgen de Fátima, cuya festividad celebramos hoy, a la que el Papa Francisco ha vuelto a consagrar a Rusia. El actual Occidente quiere acabar con Moscú cuando su verdaderos enemigos están en Pekín y en Delhi. Rusia es cristiana y hay que ganarla para Occidente. Sería la forma de no desperdiciar la labor de San Juan Pablo II y del pueblo polaco, que fueron los que acabaron con los soviets.
Hoy es 13 de mayo, demos marcha atrás hasta 1989: hay que ganar a Rusia para Occidente y extender las fronteras de Occidente hasta Vladivostok.