Cuando se rondan los veinte años y se enseña más de lo debido, no es necesario rebosar belleza e inteligencia para convertirse en una mujer atractiva. Y Teresa Cabarrús (1773-1835) muy pronto fue celebrada como una de las mujeres más fascinantes de París, porque salvo en la edad, pues no llegaba todavía a los veinte, se excedía en las otras tres condiciones: enseñaba con generosidad, era guapísima y tenía una inteligencia muy viva.
Así se explica que se casara con quince años, tuviera un hijo con dieciséis, se divorciase a los diecinueve y se convirtiera con veinte años en la amante de Jean-Lambert Tallien (1767-1820), uno de los jacobinos más destacados de la Revolución Francesa, con quien se casó con veintiún años.
Aborto: el mayor genocidio de la historia
Tras romper con Tallien, fue amante de Barras y Ouvrard, y volvió a casarse por tercera vez con el príncipe de Chimay, con quien compartió los treinta últimos años de su vida, comportándose como una fiel esposa.
Su padre, Francisco Cabarrús, fundador del Banco de San Carlos, precedente del Banco de España, la envió a Francia para que se educase con unas monjas. Pocos años después, se casó mal y en el peor momento con el marqués de Fontenay, porque la ruptura de este matrimonio coincidió con el estallido de la Revolución Francesa, y por este enlace matrimonial, Teresa Cabarrús pasó a formar parte del estamento nobiliario de Francia. La radicalización del proceso revolucionario, con el ascenso de los jacobinos en 1793, la obligó a huir de París, para refugiarse en Burdeos.
La saña con que fueron perseguidos los nobles durante la época del Terror dio con Teresa Cabarrús en la cárcel. Fue encerrada en el castillo de Hâ de Burdeos. Precisamente Robespierre había enviado allí a Tallien como responsable para mantener viva la Revolución en la capital de la Gironda, objetivo que cumplió con la ayuda de la guillotina.
Y como la Historia es la historia de la libertad, se desarrolla a golpe de decisiones. Y en este caso la determinación fue amorosa, porque el carcelero de Teresa Cabarrús cayó rendido de amor a primera vista. Desde ese momento las relaciones de los amantes iban a interferir en la marcha de la Revolución.
-Si tú me amases, quitarías de mi vista esa máquina de sangre -le dijo Teresa a Tallien en uno de sus encuentros en casa de éste, ya que la guillotina de Burdeos estaba enfrente de la ventana de su habitación.
Y todavía hay quienes siguen enlodados en las charcas del mal menor
Y en efecto, no solo dejó de funcionar la guillotina en Burdeos, sino que, gracias a su intercesión, muchos presos y perseguidos de la Revolución se vieron beneficiados por la influencia que Teresa Cabarrús ejercía sobre Tallien. Y fueron tantos sus protegidos, que la amante del comisario de Robespierre empezó a ser conocida por los vecinos de Burdeos, como nuestra señora del buen socorro.
Afloraban ahora en su conducta las virtudes de la compasión y la misericordia, que había sembrado en su alma la educación cristiana de las monjas, porque debieron emplearse tanto empeño en explicarle tan bien y con tanto detalle lo del no matarás del quinto mandamiento, que a las buenas religiosas ya no les dio tiempo a enseñarle en qué consistía lo del siguiente mandamiento: el sexto.
Y todavía Teresa reservaba para París la frase explosiva, escrita en una carta, que iba a torcer el brazo a la Revolución y a salvar miles de vidas. Los espías de Robespierre, al informarle que se entibiaba la Revolución en Burdeos, hizo llamar a París a Tallien, y Teresa le siguió. Pero perseguida por orden directa de Robespierre, fue nuevamente encarcelada y conducida a la prisión de La Force, la peor de las cárceles de París, porque entrar en ella equivalía a una sentencia de muerte.
Y fue desde esta cárcel desde donde hizo llegar una carta a Tallien, que contenía la frase que dinamitó los cimientos de la Convención Jacobina, impulsó a Tallien a derribar del poder a Robespierre, se puso freno a la actividad de la guillotina y alumbró una nueva época conocida como Convención Termidoriana, por lo que al título de nuestra señora del buen socorro, los franceses le otorgaron a Teresa Cabarrús también el de nuestra señora de Termidor.
Me ha golpeado el alma la famosa frase de la carta de Teresa Cabarrús, cuando desde los días pasados le daba vueltas a lo que podría decir en el artículo de Hispanidad de este domingo 25 de marzo, que por más que se sobreponga en esta fecha el Domingo de Ramos, no se puede olvidar que es la conmemoración de la Encarnación, nueve meses antes, día por día, de que celebremos la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
En la historia ha habido amantes de vida relajada mucho más misericordiosos que la mujer que aborta a su hijo
¡Cuántos recuerdos en el día conmemorativo del niño por nacer! ¡Cuánto dolor por los millones de niños abortados en todo el mundo, cifra a la que España desgraciadamente contribuye cada año con números escalofriantes! ¡Cuánta pena al ver el comportamiento decidido y sin complejos de los partidarios de la cultura de la muerte en mantener el peor genocidio de la Historia de la Humanidad! ¡Y cuánta decepción, cuánto escándalo, cuánta inmoralidad y cuánto pecado por parte de quienes tendrían que hacer y decir, pero permanecen inactivos y callados! Y lo más nauseabundo en este caso: ¡Cuánta hipocresía la de aquellos que colaboran y consienten y, a la vez, lavan sus conciencias en las aguas putrefactas de la charca del mal menor!
Esto no puede seguir así. Y doy por muy bien empleado el esfuerzo que me ha costado escribir estas líneas, con tal que cambie una sola persona. Si son más mejor, pero me conformo con una sola. Y por si a alguien le ayuda a cambiar, voy a contar lo que sucedió en la cárcel La Force. Sentenciada a muerte, como de hecho estaba Teresa Cabarrús en la prisión, contrastaba su situación con la de su amante. Tallien estaba libre y brujuleaba por los ambientes políticos, agradando y dejándose querer, hasta que alguien le entregó la carta de Teresa, escrita desde la celda. Y en un momento de la lectura, se detuvo, quedó petrificado y decidió echar del poder a Robespierre, aunque se jugara la vida. Su amante le había escrito lo siguiente: “Cualquier día de estos me llevarán a la guillotina, pero a mí lo que me mata es tu cobardía”.
Por eso, hoy desde este periódico de Hispanidad, que siempre defendió la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, y que sin cálculos ni miramientos ha denunciado la perversidad del mal menor, por compartir la enseñanza de San Juan Pablo II, lanzada al cielo de Madrid en su primer viaje apostólico a nuestra patria -“nunca se puede justificar la muerte de un inocente”- hago mía la frase de Teresa Cabarrús para, en nombre de tantas vidas segadas por el aborto que ya no tienen voz, gritar a la conciencia de obispos y sacerdotes, de políticos y de jueces, de intelectuales y de empresarios, de periodistas y de escritores, de padres y de educadores, de jóvenes y de viejos, de empleados y de obreros, y de hombres y de mujeres de bien de los que todavía abundan en España: ¡Sí, acabaron con nuestras vidas en los abortorios, pero lo que nos mató fue vuestra cobardía!