Me acabo de dar cuenta de que los que de verdad me han quitado la afición son todos esos intermediarios de los obispos, depositarios oficiales del secreto de la pirámide, que están infiltrados en la COPE, en 13TV, en ciertas páginas digitales de religión y en la Universidades de la Iglesia en España.
Y es que este género de culebrillas despiertan en mí la aversión que tengo hacia los reptiles porque, como auténticos mercaderes del templo, viven y cobran a fin de mes no solo ellos, sino en algunos casos hasta sus parejas también, por difundir un mensaje descafeinado de la Doctrina Social de la Iglesia, y por etiquetar de un modo tan poco original llamándoles fachas a esos católicos que se la están jugando por su coherencia en los ámbitos civiles. Y así, mediante esta exclusión, puedan presentarse en público con un ropaje muy moderadito, que es lo que se lleva.
Es que llevan 2.000 años enseñándonos de manera asaz incorrecta. ¿Qué es eso de atraer vocaciones?
Pero mira por donde, hace unos días vino en forma de mensaje a mi teléfono el discurso del presidente de la Conferencia Episcopal, pronunciado con motivo de la reunión plenaria que comenzó el pasado 16 de abril. Y… ¿Qué se imaginan que me pasó? Pues que en lugar de borrarlo me dio por leerlo, y de repente lo entendí todo.
Iba yo leyendo el análisis del cardenal Ricardo Blázquez sobre la falta de vocaciones de sacerdotes y de religiosos, lo que no dejó de sorprenderme por su novedad, porque su discurso iba en contra de lo que cada año transmiten todas esas culebrillas y todos esos culebrillos cuando, por el mes de marzo, se celebra el día del Seminario. Resulta que para toda esta pandilla de paniaguados moderaditos, en cada ejercicio anual los resultados van en aumento, y para demostrarlo ofrecen los números en tantos por ciento, de manera que con que ingresen menos seminaristas que los dedos de las manos, con eso ya tenemos un aumento del 5% y hasta del 10%, ocultando así la realidad de que hace sesenta años había en España más de 20.000 (veinte mil) seminaristas y ahora no llegan ni a dos mil.
Pero por fin alguien ha dicho que el rey va desnudo, y el vocero en este caso ha sido, nada menos, que el presidente de todos los obispos, el cardenal Blázquez. Y si alguien piensa que a todos esos culebrillos y a todas esas culebrillas que parasitan en las instituciones eclesiásticas se les removerá la conciencia, están muy equivocados. Son unos magos de la supervivencia y se darán maña para convencer a sus auditorios de que lo que ha dicho el cardenal Blázquez es exactamente lo mismo que lo que ellos llevan diciendo desde hace años.
Pero por fin alguien ha dicho que el rey va desnudo, y el vocero en este caso ha sido, nada menos, que el presidente de todos los obispos, el cardenal Blázquez.
Y seguía yo con la lectura del discurso del cardenal Blázquez, cuando de repente: ¡Zas!..., en todos los morros. Y tras el dolor, se me hizo la luz y lo comprendí todo. Esto es lo que dijo el presidente de la Conferencia Episcopal: “La evangelización no es proselitismo, sino anuncio «de la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii gaudium, n. 1). Los cristianos no debemos ser proselitistas que «recorren mar y tierra» en busca de adeptos (cf. Mt 23, 15); tampoco somos en la pastoral vocacional reclutadores de personal para nuestras obras. El Señor llama porque quiere y nos lleva en el corazón. Cada persona, en el diálogo con Jesús, el único competente para invitar, verá adonde es llamado. La vocación nace del amor del Señor y se responde por amor”.
Sentí un profundo dolor porque toda mi vida he procurado seguir las enseñanzas que me inculcaron en la niñez y en la adolescencia para que me comportara, no como un cristiano apostólico y proselitista, sino para que fuera muy, pero que muy apostólico y muy, pero que muy proselitista, de modo que convirtiera cada circunstancia de mi vida en una ocasión de acercar a todas las almas a Dios, mediante la oración, la mortificación y la palabra. Y, con todos mis defectos y todas mis cobardías que se quiera, es lo que he procurado hacer desde hace casi cuarenta años dando la cara en una Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad pública de España, que en nada se parece a los ambientes enrarecidos en los que parasitan los culebrillos y las culebrillas clericales. Y tengo que confesar que no solo he hecho apostolado descaradamente, sino que también he hecho proselitismo con ocasión y hasta sin ella, por lo que debo ser un facha de mucho cuidado. Uno de mis alumnos con el que, además de tratar asuntos académicos, durante siete años he hablado también de temas espirituales animándole a que se hiciera sacerdote, después de defender brillantemente su tesis doctoral ha ingresado este año en el seminario de Alcalá de Henares.
Y tengo que confesar que no solo he hecho apostolado descaradamente, sino que también he hecho proselitismo con ocasión y hasta sin ella, por lo que debo ser un facha de mucho cuidado.
Y tras el dolor del zasca en los dientes, la luz. Ya lo he visto todo claro y he entendido la relación que existe entre el desierto vocacional y la recomendación del cardenal Blázquez de no hacer proselitismo. Ahora tengo la clave de lo que le ha sucedido a cierta congregación religiosa de monjas, que anda escasa de efectivos.
Les cuento. Sucedió que cierto día una de las chicas que estudiaba en uno de sus colegios, cuando estaba a punto de acabar el Bachillerato y abandonar el colegio para ingresar en la Universidad, manifestó a una de las religiosas que sentía algo en su interior y que no estaba segura si podían ser las señales de una posible vocación religiosa. Y como aquella monja, en consonancia con lo dicho por Blázquez, no era nada, pero nada proselitista, escurrió el bulto y le dejó todo el trabajo al Cielo. Así que se limitó a decir a aquella jovencita que ella no tenía nada que comentar, y que por lo tanto rezara para discernir.
Y la pobre criatura, a la que le habían conducido en aquel colegio más para sacar una buena media en la selectividad que para convertirse en experta en discernimiento, porque entre otras cosas no sabía ni lo que significaba esa palabra, pues a su modo y como era muy buen niña interpretó lo que debía hacer. Así es que a partir de ese consejo iba todos los días a la capilla y de rodillas ante una imagen de la Virgen que tenía al Niño Jesús en sus brazos, le decía:
—¡Virgencita…! ¿Monjita o señorita?
Pero pasaban los días, y no había respuesta del Cielo, hasta que después de un par de meses de pedir respuesta a su pregunta sucedió lo inesperado.
—Llevo muchos días viniendo y sigo sin saber qué hacer, si tengo que ser monjita o señorita.
Y al instante se oyó la voz del Niño Jesús que le decía con claridad:
—¡Monjita! ¡Monjita!
Y aquella chiquilla que era muy buen niña pero que, como a todo el mundo, le costaba la entrega, respondió:
—Tú no te metas en las conversaciones de mayores, que es una falta de educación, que estoy hablando con tu madre; y además, los niños pequeños no entendéis de estas cosas...
Y sucedió que las monjas de aquel colegio, por falta de vocaciones, se lo acabaron vendiendo a una cooperativa de profesores, que mantuvieron el nombre religioso del colegio de toda la vida para que la respectiva comunidad autonómica le siguiera pagando el concierto económico y en el comité de empresa la mayoría de los representantes estaban afiliados a la UGT.