Jesucristo, Dios encarnado, perfecto Dios y perfecto hombre, nació, vivió, murió y resucitó en un lugar y en un tiempo determinados. No, Jesucristo no es un invento de los curas; sin embargo, los curas sí que son un invento de Jesucristo, por eso son inaceptables los intentos de modificar el sacerdocio como Cristo lo estableció.

En efecto, Jesucristo es un personaje histórico que existió, y es tan histórico como lo son Julio César, Carlomagno, Napoleón o como todos nosotros mismos, queridos lectores, que también tenemos nuestra historia, aunque no sea ni tan famosa ni tan influyente como la de los grandes personajes; pero -insisto- todos, con el ejercicio de nuestra libertad, hacemos historia. Pues como dijo José Ortega y Gasset (1883-1955): “A diferencia de los animales que solo tienen tiempo, los hombres tenemos historia”. Por eso, dentro de un mes y medio, por San Blas, las cigüeñas volverán a España para hacer los nidos igual, exactamente igual que desde que el mundo es mundo; sin embargo, los hombres, aceptando o variando las herencias culturales que recibimos, construimos historias diferentes a las de nuestros antepasados.

Así es que, en vísperas de la Navidad, este domingo voy a trazar un apunte de los primeros momentos de la historia de Jesús, que nació de Santa María Virgen en una cueva de Belén, que adecentó como pudo su padre putativo San José, ya que no encontraron otro lugar mejor para que naciera el Hijo de Dios, porque “no hubo sitio para ellos en la posada”.

 

Batalla de Accio en los relieves Medinaceli. Siglo I d. C. Córdoba. Colección de la Duquesa de Cardona. Derrotada la flota de Marco Antonio y Cleopatra, Octavio cortó sus ambiciones sobre Roma y abrió el camino para la creación del Imperio

 

Empezamos. Roma y 23 de septiembre del año 63 antes de Cristo. Ese día en el seno de una de las familias de la alta nobleza romana nace Caius Octavianus. Su madre era sobrina de Julio César, vencedor de la Guerra de las Galias, que adoptó a su sobrino nieto y en su testamento le nombró su heredero personal y político. Por este motivo, tras el asesinato de Julio César en el año 44 antes de Cristo, recibió el nombre de César, convirtiéndose en Caius Iulius Caesar Octavianus. Desde entonces todo fue una carrera ascendente hasta convertirse en la máxima autoridad de Roma, tras su victoria en la batalla naval de Accio el 2 de septiembre del año 31 antes de Cristo, que acabó con las guerras civiles. Poco después, el año 27 antes de Cristo, el Senado le concedió el título de Augusto y se convirtió en Imperator Caesar Augustus, Emperador César Augusto, el primer emperador de Roma, título que mantuvo hasta su muerte el 19 de agosto del año 14 después de Cristo.

Augusto de Prima Porta. Museos Vaticanos. Esta escultura de César Augusto, de los primeros años del siglo I, se encontró en la Villa de Livia, mujer de Augusto, en la zona de Prima Porta en vía Flaminia de Roma

 

En el año 63 antes de Cristo, el general Pompeyo el Grande (106 a. C.-48 a. C.) conquistó Jerusalén, y desde entonces Judea pasó a ser un territorio dependiente de Roma; pero la dependencia se estrechó en el año 6, cuando Arquelao fue depuesto y desterrado a las Galias, y a partir de entonces los territorios de Judea, Samaria e Idumea fueron fusionados para constituir la provincia romana de Judea.

Por otra parte, las guerras civiles, que precedieron al nombramiento de César Augusto como emperador, habían sumido en el caos a la administración y a la hacienda romanas, lo que explica que un gobernante metódico, como fue César Augusto, decidiera cumplir con el primer trámite de una gobernanza efectiva, como es saber el número de sus administrados. Tenemos noticias históricas de que César Augusto mandó hacer varios censos en su imperio. Para su realización Roma respetaba los usos de cada lugar, y según las leyes judías el empadronamiento había que hacerse no en la localidad donde se residía, sino en el lugar del origen de cada cabeza de familia. El censo, como es sabido, tenía fundamentalmente una finalidad fiscal, por eso debía contener el nombre de los inscritos, su edad, la profesión, la fortuna y los hijos del cabeza de familia. Y es el evangelista san Lucas quien completa el relato histórico de lo que, debido a esa orden de César Augusto, se vieron obligados a hacer San José y la Virgen María:

“En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada una su ciudad. José como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió pañales y lo recostó en un pesebre porque no hubo lugar para ellos en la posada”.

Lo que había era un khan o caravasar, es decir, un gran patio rectangular cerrado en sus lados por muros con arcadas; en el centro se aposentaban las caballerías y en las arcadas los viajeros. Y es lógico que a la vista de todos los que allí pernoctaban no hubiese sitio “para ellos”, ni para cualquier mujer a punto de dar a luz

A mi entender hay que poner en contexto este pasaje del Evangelio, para entender las razones por las que la Sagrada Familia acabó refugiándose en una cueva de Belén, sin cargar toda la responsabilidad en la falta de humanidad del posadero de Belén. Porque el evangelista San Lucas no sostiene que el posadero les cerrara la puerta, sino que lo que dice es que no había sitio “para ellos” en la posada.

En efecto en el “para ellos” está la clave. Un matrimonio, del que la mujer estaba a punto de dar a luz, no podía tener sitio para alojarse en la posada de Belén. Y llamemos a las cosas por su nombre, porque San José no llamó a las puertas de una posada, como son las que acogen a los viajeros en España. En Belén, según los usos orientales lo que había era un khan o caravasar, es decir, un gran patio rectangular cerrado en sus lados por muros con arcadas; en el centro se aposentaban las caballerías y en las arcadas los viajeros. Y es lógico que a la vista de todos los que allí pernoctaban no hubiese sitio “para ellos”, ni para cualquier mujer a punto de dar a luz.

Litografía de un Khan o caravasar de Eugène Flandin (1809-1889)

 

Sor María de Jesús de Agreda, por su parte, en su Mística Ciudad de Dios. Vida de María, encuentra las posibles razones de la Providencia de Dios para que Jesús naciera en una cueva de Belén. Esto es lo que dice:

“El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María Santísima y José se retiraron (…) Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándolo con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero sol de justicia”.

E igualmente al día de hoy, en nuestra sociedad actual, hay tantos lugares y situaciones en los que, como en la posada de Belén, tampoco hay sitio “para ellos”. Puede que con las luces, las bolas y el espumillón algunos celebren unas “felices fiestas”, sin que eso guarde relación alguna con el nacimiento del Hijo de Dios, por lo que, propiamente, quienes conmemoramos el nacimiento de Jesucristo lo que celebramos es la Navidad y por eso deseamos a los demás ¡Feliz Navidad!

Portada del libro ilustrado por Tina Walls titulado Historia de la Navidad

 

Pero no todo está perdido, y esta Navidad de nuevo Tina Walls vuelve a hacer un sito “para ellos” en sus libros ilustrados. Y si el año pasado con sus dibujos narró la Historia de la Navidad, en otro nuevo libro ilustrado este año nos cuenta la Historia de los Reyes Magos, cargado de una espiritualidad y una belleza que esponja el alma de niños y mayores. Y no les oculto la admiración que siento por esta artista, a la vez que mi orgullo, pues como muchos de mis lectores saben Tina Walls con su nombre artístico en inglés camufla un poco su apellido, que es el que yo le he dado por ser su padre. Lo de Tina se lo explico otro día, porque eso tiene lo suyo…

Portada del libro ilustrado por Tina Walls titulado Historia de los Reyes Magos

 

Y a propósito del nacimiento del Hijo de Dios, hace unos días se ha estrenado una película en la que se representa a la Virgen dando a luz entre gritos de dolor. Pues no, no fue así. La Inmaculada Concepción, que fue preservada del pecado original, no pudo estar sometida a las mismas condiciones que el resto de las mujeres. Además, en las Sagradas Escrituras nos dice el profeta que tan milagrosa fue la concepción como el parto, por eso proclama que la “Virgen concebirá”, y añade también que “dará a luz un hijo”. Y de acuerdo con todo esto, la Iglesia enseña que María Santísima fue siempre virgen, antes del parto, en el parto y después del parto.

Para explicar el cómo sucedió, algunos autores utilizan el símil de que Jesús atravesó el seno virginal de su Madre, al modo como un rayo de sol traspasa el cristal, sin romperlo ni mancharlo. Y Santo Tomás de Aquino para explicarlo teológicamente dice lo siguiente en la Summa III, q.28, a.2:

“Cristo quiso demostrar la verdad de su cuerpo y con ella demostrar, a la vez, su divinidad. Por eso juntó las maravillas con las bajezas. Así, para manifestar la verdad de su cuerpo, nace de una mujer, y para revelar su divinidad, nace de una virgen”.

Feliz y santa Navidad. Les deseo a todos, mis queridos lectores, la bendición del Niño Dios.

 

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá