Un anglicano se ha convertido al catolicismo. En el día de hoy, cuarto domingo de Adviento, el obispo anglicano Gavin Ashenden será recibido en Iglesia Católica por el obispo de Shrwesbuy, Mons. Mark Davis, en la Catedral de Shrewsbury. Y yo conozco a un obispo español, que cuando leyó la noticia se puso tan contento, que daba saltos de alegría.
Naturalmente que toda conversión se recibe siempre con ánimo alegre. Pero lo de los saltos de alegría del monseñor español se justifica por un par de circunstancias, que concurren en esta conversión. Se las cuento, porque me las conozco muy bien; tengo información de este par de circunstancias de primera mano.
Circunstancia primera: El obispo Gavin Ashenden es toda una personalidad en la Iglesia anglicana, pues entre otros cargos ha desempeñado el de capellán de la reina Isabel II, que como es sabido es la cabeza de la Iglesia anglicana. Por este motivo, su conversión no ha podido dejar indiferentes a los anglicanos, como tampoco les dejó en su tiempo -salvando todas las distancias que ustedes quieran- las conversiones del cardenal Newman (1801-1890) o la del hijo del arzobispo de Canterbury, Robert Hugh Benson (1871-1914), sacerdote y gran escritor, autor de esa apasionante novela titulada Señor del mundo, en la que describe cómo será la sociedad cuando la gobierne el Anticristo.
Pero sé de muy buena tinta que era y es, sobre todo, la segunda circunstancia que concurre en esta conversión, la que en mayor medida ha contribuido y contribuye a hacer saltar de gozo al monseñor español, del que les vengo hablando. Porque el empujón inicial de su conversión, el obispo anglicano lo recibió al analizar los éxtasis de cuatro niñas españolas, a las que se les apareció la Virgen durante los años de 1961 a 1965 en las montañas santanderinas de un pueblecito muy pequeño, llamado San Sebastián de Garabandal.
El obispo que dio y sigue dando saltos de alegría, porque las apariciones de Garabandal hayan concurrido a la conversión del obispo Gavin Ashenden soy yo (Javier Paredes), y lo escribo entre paréntesis, como las cantidades de los talones bancarios, para que no haya ninguna duda
Y comprendo que en llegando a este punto, a muchos de mis lectores les habrá picado la curiosidad por saber quién es el obispo español exultante de gozo, que se ha salido de la fila. Y no quiero ni imaginar lo que les estará pasando a ciertos lectores míos, si además son obispos. A estos monseñores que leyéndome estén, no es que les haya picado la curiosidad, es que en estos momentos lo suyo tiene que ser un sinvivir.
Pero en atención a que ya estamos metidos en plenas fiestas de Navidad, compartiré el secreto y voy a desvelar la identidad del monseñor saltarín: el obispo que dio y sigue dando saltos de alegría, porque las apariciones de Garabandal hayan concurrido a la conversión del obispo Gavin Ashenden soy yo (Javier Paredes), y lo escribo entre paréntesis, como las cantidades de los talones bancarios, para que no haya ninguna duda.
Alguno de mis lectores que no me conozca bien, como en otros artículos me he presentado como padre de ocho hijos y catedrático de la Universidad pública de Alcalá, podría pensar que pertenezco a la especie de los viri probati, de los que tanto se habla últimamente. Pues bien, quien así haya pensado, no es que me conoce ni bien ni regular, es que no me conoce ni lo más mínimo. Pues nada repugna más a mí inteligencia que la suma de dos mitades, padre de familia y clérigo, que unidas en una misma persona simultáneamente dan como resultado un bicho duoforme, muy raro.
Pero dicho todo lo anterior tengo que confesar que yo fui un obispo…, de película. Yo he representado el papel de monseñor, precisamente, en la película Garabandal solo Dios lo sabe. Una película en la que ninguno de los actores nos habíamos puesto nunca delante de una cámara de cine. Una película hecha sin presupuesto, pero con todo el amor a Nuestra Madre la Virgen. Sin medios, cada una aportaba lo que sabía y nos las ingeniamos como podíamos. Sirva un ejemplo: nuestro travelling se construyó con unos largos tubos de PVC, sobre los que se deslizaba un palet de madera, que servía de plataforma a la cámara, y está bien dicho lo de “la” cámara, porque solo había una.
Pero lo sorprendente han sido los resultados: está película ha sido un éxito impresionante y ya ha sido doblada en estas 16 lenguas: español, inglés, francés, portugués, brasileño, alemán, francés, italiano, polaco, croata, ruso, holandés, húngaro, ucraniano, rumano y japonés. La han visto, según cifras oficiales de los cines 300.000 espectadores, se ha estrenado en 25 países, incluidos los Estados Unidos, y el próximo enero se volverá a estrenar en otros cinco. Naturalmente, todo esto sin contar las vistas de las copias en DVD que ya se pueden adquirir.
En mi papel cinematográfico tuve que representar al obispo que menos me apetecía, monseñor Vicente Puchol (1915-1967), obispo de Santander, y rodé concretamente uno de los momentos más duros de la vida de Conchita, una de las cuatro videntes. El 30 de agosto de 1966 monseñor Puchol, es decir yo en la película, se presentó en un colegio de Pamplona, donde estaba internada Conchita. El obispo de Santander iba acompañado de su vicario general, Javier Azagra, del recién nombrado párroco de Garabandal, José Olano, y del provisor del obispado, Agapito Amieva. Aquel encuentro fue todo menos vida y dulzura. El interrogatorio duró siete horas. Solo les diré que en una de las repeticiones de la escena, a la chica que representaba el papel de Conchita se le saltaron las lágrimas, y a mí me quedó un sensación de crueldad indescriptible. Y eso que solo era una representación.
Sobre las apariciones de Garabandal se ha hecho ya una tesis doctoral, que fue defendida brillantemente en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Su autor, José Luis Saavedra, ha publicado un resumen y sé que prepara una nueva edición. Para los que no conozcan la apariciones de Garabandal, pueden encontrar una buena explicación en el libro escrito por el argentino Santiago Lanús, titulado Madre de Dios y Madre nuestra.
Y como la bibliografía es lo último que se pone en los libros, ahora ya no me queda más que despedirme de todos ustedes, deseándoles una feliz y santa Navidad. Y comprenderán, queridos lectores, que en esta ocasión tenga una despedida especial para todos obispos españoles, para los que me leen y para los que se lo van contar: Por favor, de obispo de película a obispos reales, tómense en serio lo de Garabandal, porque esas apariciones son más ciertas que el sol que nos alumbra, y cada día que pasa sin que ustedes hagan nada se están desperdiciando gracias a raudales, y la prueba de lo que digo es la conversión de este obispo anglicano, que fue capellán de la reina de Inglaterra.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá