Decía en el artículo del domingo pasado que, según me había explicado el profesor Carlos Corona de la Universidad de Zaragoza, también la revolución de los “caramelos envenenados” tuvo su “plan, elaboración y objeto”. Por eso, nada de lo que sucedió en el colegio de las hijas de María Auxiliadora de la calle Villaamil de Madrid fue fruto de la casualidad.
Generalmente, los que diseñan el “plan” y deciden el “objeto” de las revoluciones no se suelen manchar las manos en su “elaboración”, ese trabajo sucio se lo dejan a las gentes de los bajos fondos. Y eso es lo sucedió los primeros días de mayo de 1936 con la barbarie desatada por el bulo de los caramelos envenenados, que difundieron por España los socialistas y los comunistas.
El día 4 de mayo, a primera hora de la mañana una mujer llamada Julia y conocida por el alias de “La Caballo” deambulaba por el madrileño barrio de Tetuán, dando gritos:
- ¡Asesinos…! ¡Mi hijo…! ¡Qué habéis hecho con mi hijo…!
Acompañaban a “La Caballo” dos personas que en vano trataban de calmarla, Antonio “El Miseria” y Palmira “La Platanera”. El alias de Palmira se debía a que vendía plátanos en Tetuán, por lo que llevaba una faca colgada a la cintura, que utilizaba para cortar los plátanos de la piña. Siempre lo llevaba sin infundir temor, pero ese día el cuchillo…
Lo primero que llama la atención es que Julia, “La Caballo”, anduviera buscando a su hijo por el barrio de Tetuán tan lejos de su casa, pues vivía en el barrio de Ventas, distante a una hora y media andando. Decía que buscaba por aquellas calles a su niño, que se había escapado del colegio de las “Señoras de la Doctrina”, porque le habían obligado a comer caramelos envenenados y le habían dicho que en la Casa de Socorro de Tetuán había muchos niños muertos y otros tantos muy graves por envenenamiento.
Antonio “El Miseria”, en perfecta complicidad con “La Caballo”, amplió la mentira y dijo a los que se habían arremolinado que a Sor Delfina, una monja de Ventas, a la que la habían hecho cantar, ya la habían dado su merecido, y que había que hacer lo mismo con el resto de las monjas, los curas y hasta con las beatas de Acción Católica. Y al grito de “¡Muerte a los envenenadores” y “¡Abajo las monjas y los curas!” se formaron varios grupos que se dirigieron a los colegios católicos del barrio de Tetuán. Una de las cuadrillas se encaminó con la peor de las intenciones al colegio de María Auxiliadora de la calle Villaamil de Madrid.
A medida que se iba acercando al colegio el grupo fue creciendo, por lo que cuando llegaron pudieron rodear todo el edificio. Taponaron todas las salidas para que no pudiera escapar ninguna monja e invadieron el colegio, saltando las tapias, y sacaron por la fuerza a las monjas que se las entregaron a la chusma que gritaba en la calle: “¡Que salgan, que salgan! ¡A matarlas!”.
Sor Julia Fernández, aprovechando un momento de confusión, se dio a la fuga, pero pronto fue alcanzada por un hombre que la arrojó al suelo. En ese momento un grupo de mujeres la emprendieron contra ella a puñetazos y patadas. Otros la golpearon la cabeza contra los adoquines de la calle, hasta hacerla sangrar. Fue providencial que ese momento pasara por allí camino de su cuartel el guardia Emiliano Velasco, que logró rescatarla de una muerte segura
Sor Julia Fernández, aprovechando un momento de confusión, se dio a la fuga, pero pronto fue alcanzada por un hombre que la arrojó al suelo. En ese momento un grupo de mujeres la emprendieron contra ella a puñetazos y patadas. Otros la golpearon la cabeza contra los adoquines de la calle, hasta hacerla sangrar. Según informe de la Comisaria de Cuatro Caminos, fue providencial que ese momento pasara por allí camino de su cuartel el guardia Emiliano Velasco, que logró rescatarla de una muerte segura.
Sor Ángeles Oliveros y Sor Eugenia Sánchez fueron igualmente linchadas como Sor Julia Fernández. A Sor Áurea Montenegro le sujetó un hombretón fornido y la inmovilizó, para que otro le abriera la frente con un ladrillo. A Sor Josefa Rufas, la más anciana de todas, la arrastraron del pelo por la calle y permitieron que un mozalbete se subiera encima de ella para patearla.
Gracias a que se presentaron unos guardias civiles a caballo, aquellos criminales se dispersaron y abandonaron a sus presas. Las religiosas tuvieron que ser asistidas en la Casa de Socorro de Cuatro Caminos y en distintos hospitales. Estremece la lectura de los partes médicos que se reproducen en los oficios de la comisaría de policía, situada en la calle Juan de Olías: contusiones de todo tipo, desprendimiento del cuero cabelludo, dientes rotos y arrancados, heridas de arma blanca…
Desatado el odio contra la religión, la emprendieron también contra todo “lo que olía a cera”. Fueron muchos los linchamientos de católicos que no eran ni monjas, ni curas, ni frailes; citemos solo uno, el de una mujer de 68 años que salía de la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y caminaba por la calle de Bravo Murillo. Se trataba de Asunción García García, católica ejemplar y muy apostólica, que fue reconocida por Palmira, “La Platanera”, a quien Asunción había hecho muchos favores, pero quien a pesar de ello comenzó a gritar: “¡Beata! ¡Envenenadora! ¡Asesina de niños! ¡A muerte…!”
Tras la invitación de Palmira, “La Platanera”, los demás de su grupo se lanzaron sobre ella y la arrojaron al suelo, golpeándola con palos y patadas. Una mujerona se subió encima de ella y bailó un zapateado, hundiéndola tres costillas de un lado y otras cuatro del otro. Un hombre de una patada en la cara, le hizo perder la visión de un ojo, y entre Palmira y otra mujer la arrastraron por el suelo, tirando una de los pelos y otra de los pies, hasta que “La Platanera” se quedó en la mano con un pingajo sangriento de su cuero cabelludo. Creyéndola muerta, abandonaron a Asunción, pero antes de marcharse, Palmira “La Platanera” sacó la faca que llevaba colgada a la cintura y la dio dos puñaladas, una en un muslo y otra en el vientre, mientras gritaba: “¡Toma, por si no has tenido bastante!”.
Una mujer de 68 años salía de la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y caminaba por la calle de Bravo Murillo. Se trataba de Asunción García García, católica ejemplar, que fue reconocida por Palmira, “La Platanera”, a quien Asunción había hecho muchos favores. A pesar de ello comenzó a gritar: “¡Beata! ¡Envenenadora! ¡Asesina de niños! ¡A muerte…!”
Prosiguieron los altercados durante todo la mañana del día 4 de mayo de 1936. Y ya por la tarde las fuerzas políticas, oficialmente, marcharon en manifestación para apoderarse de los colegios católicos. Sabemos lo que paso por un parte detallado de la Guardia Civil:
“El alférez de esta Comandancia, Don Antonio Alonso Rodríguez, que salió sobre las 16,30 del día de ayer de este cuartel de Guzmán el Bueno en unión de un brigada y catorce guardias con el fin de proteger y reforzar el puesto de Tetuán de la Victorias, donde existía el temor de que la multitud intentase asaltar la Casa Cuartel, me comunica en escrito de esa fecha que al llegar a dicha barriada, encontró en los alrededores de la mencionada Casa Cuartel a numeroso público en actitud pacífica, el que fue invitado a disolverse y circular, efectuándolo sin resistencia; al llegar a la altura de la estación de tranvías de Ciudad Lineal vio venir una manifestación presidida por el alcalde y dos concejales del Ayuntamiento de Chamartín de la Rosa, los que mostrando en alto los bastones de su cargo, le invitaron a que les franquease el paso, indicándoles dicho oficial, con el respeto debido, no prosiguieran en manifestación, a lo que contestaron que estaban autorizados por el Exmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia a fin de incautarse de distintos colegios, dando esto lugar a tener que conferenciar telefónicamente con la mencionada superior autoridad el alcalde y el oficial.
Dicho Exmo. Sr. manifestó que sin perjuicio de continuar la fuerza custodiando la Casa-Cuna de la calle Blasco Ibáñez 39, se incautase de ella la corporación municipal, así como de otros edificios dedicados a la educación del niño; posteriormente se ordenó telefónicamente por la Dirección General de Seguridad de que se acatara la orden de entrega de los edificios siguientes a la corporación municipal: Convento de María Auxiliadora, Casa-Cuna, Adoratrices y Colegios Católicos de Don Juan, en los cuales dejó la citada comisión municipal individuos de las Milicias Socialistas, Comunistas e Izquierda Republicana”. Así funcionaba el Estado de Derecho de la Segunda República Española.
Algunas iglesias de Madrid también fueron el objetivo del sectarismo antirreligioso de los socialistas y de los comunistas en mayo de 1936. Lo cierto es que con caramelos envenenados o sin ellos, desde que el Frente Popular asaltó el poder en el mes de febrero de 1936 hasta que estalló la Guerra Civil cinco meses después se produjeron en España unos mil episodios de sectarismo antirreligioso. Hace unos domingos di cuenta de uno de los más importantes, como fue la quema de la Iglesia de San Luis de Madrid en el mes de marzo, que provocó que algunas monjas abandonaran ya entonces sus conventos para esconderse, por temer por su integridad, alarma que no era injustificada como demostró el linchamiento de las salesianas de la calle Villaamil, un mes y medio después. Pues bien, en mayo de 1936 los socialistas quemaron la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de Cuatro Caminos, pero eso ya se lo contaré el próximo domingo, si Dios quiere.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá