Nuestros católicos “moderaditos”, políticos, jueces, periodistas, intelectuales…, ni siquiera son conscientes de lo que les pasa. Condenados a repetir la historia por haber cometido el delito de desconocerla, su ignorancia es tan atrevida que se creen originales. Es tan enorme su incultura que se pavonean como adelantados y modernos, cuando en realidad llegan a la estación de la vida con unos cuantos siglos de retraso.
Por eso, en el artículo de este domingo quiero referirme a dos importantes fechas de la historia de Francia, que se conmemoran en esta semana, porque nos guste o no, lo admitamos o no lo queramos reconocer, lo cierto es que en Europa hemos caminado a rebufo de la marcha histórica de Francia. Sin ir más lejos, cuando en un rincón de España se resistía a los invasores franceses y se les rechazaba con las armas, a la vez se acogía su sistema político y en la Constitución de Cádiz endosaron unos cuantos artículos copiados de la Constitución francesa.
La primera de las dos fechas tuvo lugar un día como hoy, pues el 17 de julio de 1429 Carlos VII (1403-1461) fue coronado rey de Francia en la catedral de Reims. La segunda efemérides es más conocida, pero en ocasiones no del todo bien interpretada, porque la fiesta nacional que los franceses celebran cada 14 de julio, recuerda no tanto la Toma de la Bastilla en el año 1789, como la fiesta de la Federación celebrada en el Campo de Marte justo otro 14 de julio del año siguiente. Y es oportuno que las comentemos a la vez, porque estos dos acontecimientos son la cara y la cruz del ser Francia, y en buena medida también de nuestra cultura.
Nos guste o no, lo admitamos o no lo queramos reconocer, lo cierto es que en Europa hemos caminado a rebufo de la marcha histórica de Francia
Andaban en conflicto Inglaterra y Francia en la que es conocida como la Guerra de los Cien de Años. Y el monarca inglés, Enrique V (1413-1422), aprovechando las intrigas internas de los franceses y la discapacidad mental del rey francés Carlos VI (1380-1422) alias Carlos El Loco, consiguió firmar en 1420 el Tratado de Troyes, según el cual además de apañar su matrimonio con Catalina, hija del monarca francés, este le reconocía como su sucesor al trono de Francia tras su muerte.
Y sucedió que Enrique V y Carlos VI se murieron los dos el mismo año de 1422 con menos de un par de meses de diferencia y los ingleses, naturalmente, reclamaron el trono de Francia, en detrimento del Delfín de Francia, el hijo de Carlos VI y de Isabel de Baviera (1370-1435).
Carlos VI, además del alias que antes hemos apuntado, que decía verdad de su personalidad tenía otro, "El Bien Amado," que ya no se correspondía con la realidad, pues Isabel de Baviera tenía una fama tan merecida, que cuando declaró que su hijo el Delfín no lo era del rey francés, sino que era fruto de una de sus aventuras extramatrimoniales, todos la creyeron. De modo que el Delfín además de desheredado, quedaba desligitimado por su señora madre.
No podía estar más perdido del trono de Francia en beneficio de los ingleses, y fue entonces cuando surgió la figura de Santa Juana de Arco (1412-1431), que se presentó ante el Delfín de parte del Cielo, para decirle que él era el legítimo sucesor al trono.
Sor Marie de la Sagesse Sequeiros ha publicado la mejor y más documentada biografía de Santa Juana de Arco, en la que describe cómo La Pucelle de Orléans recuperó el trono para Francia y gracias a su intervención Carlos VII pudo ser coronado rey de Francia en la catedral de Reims el 17 de julio de 1429.
Isabel de Baviera tenía una fama tan merecida, que cuando declaró que su hijo el Delfín no lo era del rey francés sino fruto de una de sus aventuras extramatrimoniales, todos la creyeron
Pero antes de la coronación del rey, muy pocos días antes sucedió algo que le da plena sentido a la monarquía de Francia, “La hija primogénita de la Iglesia”. Sor María de la Sagesse describe este acontecimiento que llama la triple donación de Francia. Lo que pasó está tan documentado que se sabe el día y hasta la hora. Eran las cuatro de la tarde del día 21 de junio de 1429, cuando Santa Juana de Arco pidió al rey Carlos VII (1429-1461) que compareciesen los notarios y los escribanos del reino, para que quedara constancia de lo que allí iba a suceder. Una vez todos reunidos en la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire, Sor Marie de la Sagesse, con las ricas fuentes que ha utilizado, cuenta así lo que pasó:
“Juana dice a Carlos: Señor, ¿me prometéis darme lo que os pediré?
El rey duda, luego consiente.
Juana: Señor, donadme vuestro reino.
El rey, estupefacto, duda de nuevo; pero comprometido por su promesa y subyugado por el influjo sobrenatural de la joven niña, le responde: Juana, os doy mi reino.
Esto no bastó. La Pucelle exige que sea redactada un acta notarial, firmada por los cuatro secretarios del rey. Luego de lo cual, viéndose este totalmente desconcertado y confundido por lo que había hecho, Juana dice: He aquí al caballero más pobre de Francia, él no tiene nada más.
Poco después, con voz grave, ella se dirigió a los secretarios: Escribid: Juana dona el reino a Jesucristo. Y en seguida: Señores en este momento es Jesucristo quien habla por mí diciendo: YO, SEÑOR ETERNO, DOY FRANCIA AL REY CARLOS.
El marqués de la Franquerie —continúa el relato de Sor Marie de la Sagesse— destaca el importante detalle de que Juana cambiara su voz en el momento en que Jesucristo hablaba por boca suya, justo cuando la doncella, había puesto en sus divinas manos el reino de Francia.
Los que aparecen como titulares del poder en este mundo, solo lo son de forma vicaria y como lugartenientes del único rey del Universo
En consecuencia, durante unos minutos Santa Juana de Arco fue verdaderamente reina de Francia, no por matrimonio ni por sus méritos, y durante tan corto tiempo hizo un único acto soberano de gobierno, que consistió en entregar a Jesucristo el reino de Francia. No conozco un acto más sublime y perfecto en toda la Historia política de Europa”.
Y nunca como en este acto ha quedado tan claro que el verdadero rey de Francia, y en definitiva del mundo, es Jesucristo. Por lo tanto, queda así reforzado con este acontecimiento la doctrina evangélica del origen divino del poder, según la cual los que aparecen como titulares del poder en este mundo, solo lo son de forma vicaria y como lugartenientes del único rey del Universo.
Pero todo esto cambió con la Revolución Francesa. Quisieron los franceses borrar lo sangriento de la Toma de de la Bastilla el 14 de julio de 1789, y por eso el 14 de julio del año siguiente organizaron la Fiesta de la Federación, acontecimiento que es el origen de la fiesta nacional que siguen celebrando al día de hoy.
Durante unos minutos Santa Juana de Arco fue verdaderamente reina de Francia, no por matrimonio ni por sus méritos, y durante tan corto tiempo hizo un único acto soberano de gobierno, que consistió en entregar a Jesucristo el reino de Francia
Enfrente de la Academia militar se extendía una zona de maniobras, conocido como Campo de Marte, y lo acondicionaron con gradas, para que pudiera acoger a 300.000 personas, que vieron desfilar a 50.000 militares con las banderas de los 83 departamentos recién creados. Y allí en el centro, profanando su ministerio episcopal, Talleyrand (1754-1838) junto con 300 sacerdotes oficiaron una "misa" en el llamado “altar de la patria”, para recoger el juramento ciudadano, lo que avala la sentencia de que cuando alguien deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa, aunque sea obispo o sacerdote.
Y como todavía los revolucionarios no le han cortado la cabeza a Luis XVI, le tienen en cuenta en el juramento de la Fiesta de la Federación. Es el momento de quienes han cambiado su fe en Dios: “el Estado regenerado por la ley, vivificado por el amor a la patria, regido por la sabiduría de nuestro monarca…” Y entonces se alzan los brazos y juran todos los presentes, hasta el niño pequeño aleccionado por su dos hermanas, como ilustra la foto que encabeza este artículo, se inclinan las banderas, retumban los tambores, atruenan los cañones escupienso contra el cielo el humo de sus disparos y hasta se escucha el sonido de las campanas profanadas para celebrar el juramento cívico. Ha surgido un nuevo Estado, que absorbe la Iglesia y la religión al mismo tiempo. Si hasta entonces la Iglesia competía con el Estado para orientarle moralmente, desde entonces el Estado ha absorbido y reemplazado a la religión.
Y los católicos “moderaditos” actuales que van de modernos, ocultando sus creencias para poder disfrutar del cargo, todavía siguen sin enterarse que ya hace siglos que su comportamiento fue engullido por un sistema que no deja de ser una versión del antiquísimo "comamos y bebamos que mañana moriremos", por más que se presente con los ademanes ilustrados de las pelucas del siglo XVIII.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá