“De aquel primer alimento se dijo: «En el día en que comiereis de él moriréis»; del segundo se ha escrito: «Quien comiere de este pan vivirá eternamente». Es un alimento que restaura y nutre verdaderamente, sacia en sumo grado no el cuerpo, sino el corazón; no la carne, sino el espíritu; no las vísceras, sino el alma. El hombre tenía necesidad de un alimento espiritual, y el Salvador misericordioso proveyó, con piadosa atención, al alimento del alma con el manjar mejor y más noble”. Por esta, entre otras razones, el papa Urbano IV (1261-1264) establecía la fiesta del Corpus Christi, mediante la bula Transiturus de hoc mundo fechada en Orvieto el 11 de agosto de 1264.

En la bula se fijó la fiesta del Corpus Christi para el primer jueves, después de la octava de Pentecostés, y así se ha celebrado hasta que fue trasladada al domingo siguiente al de la Santísima Trinidad, lo que sucedió el domingo pasado. Y para esa festividad el papa encargó a Santo Tomás de Aquino (1225-1274) un nuevo oficio litúrgico, que respondiera a la grandeza con la que el papa quería que se celebrase esa fiesta. Trabajo por el que Chesterton, que en su libro sobre Santo Tomás le califica de excepcional artista como los grandes artífices del Renacimiento, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci, ha escrito lo siguiente de la secuencia Lauda, Sion y del Pange lingua, compuestas por Santo Tomas: “¿Cómo vamos a encontrar ocho palabras breves en inglés que realmente equivalgan a Sumit unus, sumunt mille; quantum isti, tantum ille [pero en español sí que las tenemos: lo toma uno y lo toman muchos; lo mismo recibe uno que todos los demás]? ¿Cómo va nadie a traducir realmente el sonido del Pange lingua, si ya la primera silaba es como un golpe de platillos?”. Y por lo que me cuenta el profesor Eudaldo Forment, catedrático jubilado de metafísica de la Universidad pública de Barcelona, el mejor filósofo tomista que tenemos en España en la actualidad y gran experto en Santo Tomás de Aquino, probablemente también fue el autor de la música, tal como se sigue cantando en la actualidad, pues adquirió esa competencia musical durante su niñez, en la Schola Cantorum del monasterio de Montecasino, donde estuvo diez años.

Pange lingua, cantado por los Heraldos del Evangelio.

Pues bien, sigue estando de actualidad escribir sobre la Eucaristía, siete días después de la fiesta del Corpus Christi y cualquier día del año, porque es la misma bula Transiturus de hoc mundo, la que literalmente dice que “sea celebrada una fiesta especial y solemne de tan gran sacramento, además de la conmemoración cotidiana que de él hace la Iglesia”. Así es que la Eucaristía de cada día hace una fiesta. Y por esta razón y para hablar de la Eucaristía nada mejor que resumirles las casi veinte páginas de la cuestión 83 de la Tercera Parte de la Suma Teológica de Santo Tomás, dedicadas el sacramento de la Eucaristía.

No hay mayor autoridad en la materia que Santo Tomás de Aquino. El papa Pío XI (1922-1939) escribió la encíclica Studiorum ducem (29-VI-1923), que propongo se aprendan de memoria todos los seminaristas y sacerdotes, y de paso también que, al menos, el resto de los fieles laicos se la lean, pues es una auténtica vacuna contra la herejía modernista, que está destruyendo la Iglesia. Pues bien, en esta encíclica el papa Pío XI, confirma el título que tradicionalmente se daba a Santo Tomás de Aquino de Doctor Eucarístico. Por esta razón se suele representar a Santo Tomás sosteniendo una custodia.

Santo Tomás de Aquino. Museo diocesano de arte sacro de Vitoria (Álava).

Y si he elegido estas páginas de la Suma Teológica, para resumirlas y comentarlas, es por lo prácticas que resultan para saber cómo tratar a Jesucristo Eucaristía. Porque si alguien piensa que a Santo Tomás se le conoce por el título de “El Doctor Angélico” porque su pensamiento deambula por las nubes celestiales, sin pisar tierra, podrá comprobar que eso no es así de ninguna de las maneras, porque -como veremos- desciende incluso al detalle de decir lo que hay que hacer cuando después de la consagración cae una mosca dentro del cáliz.

Y para quienes no estén familiarizados con la lectura de la Suma Teológica, les cuento la estructura de cómo están escritas estas páginas. La cuestión 83 consta de seis artículos y en cado uno Santo Tomás responde a una pregunta, así por ejemplo en artículo I se plantea la siguiente “¿Se inmola Cristo en la celebración de este sacramento?”. Y la pregunta se resuelve en cuatro apartados: en el primero se exponen las objeciones contrarias a la tesis que se va a defender; en segundo lugar, precedida de un “en cambio”, se cita la afirmación de una autoridad de la iglesia reconocida, como San Agustín, que contradice las objeciones en su conjunto; en tercer lugar, Santo Tomás expone su “solución”; y por último, Santo Tomás rebate una por una todas las objeciones.

Si alguien piensa que a Santo Tomás se le conoce por el título de “el Doctor Angélico” porque su pensamiento deambula por las nubes celestiales, sin pisar tierra, podrá comprobar que eso no es así de ninguna de las maneras, porque -como veremos- desciende incluso al detalle de decir lo que hay que hacer cuando después de la consagración cae una mosca dentro del cáliz

Naturalmente que en el texto, por ser del siglo XIII, se cita alguna norma litúrgica que ha sido modificada posteriormente, pero la doctrina de fondo es la misma y por eso su lectura es provechosa. Por cierto, me he dado cuenta de que buena parte de las modificaciones litúrgicas se han hecho por la misma razón por la que se permitieron ciertas licencias en el matrimonio en época de Moisés: “por la dureza de vuestro corazón ¡So cabritos!, porque al principio no fue así”; (se habrán dado cuenta de que lo que va entre interjecciones es una licencia a la vallecana de este copista). Pero una cosa es que la autoridad competente cambie la norma litúrgica por la dureza de nuestro corazón, y otro muy distinta es que el celebrante de turno, por su cara dura, haga de su capa un sayo y nos salpique la ceremonia con sus ocurrencias, que generalmente no tienen gracia, ni sentido sobrenatural.

Y a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz, así que voy a transcribir algunos párrafos de la cuestión 83. A la objeción de que en otros tiempos se usaban cálices que no eran de oro, sino de madera, Santo Tomás responde: “Que está establecido que el cáliz del Señor con la patena se haga de oro o de plata o que por lo menos el cáliz sea de estaño. Pero que no sea de bronce ni de oropel, ya que estos metales, al contacto con el vino, crían cardenillo y provocan vómitos. Y que nadie ose cantar la misa con cáliz de madera o de cristal. Porque la madera es porosa y permanecería en ella la sangre consagrada, y el cristal es frágil y hay peligro de que se rompa. Y lo mismo se diga de la piedra. Por consiguiente, por respeto al sacramento se decretó que el cáliz se hiciera de los metales indicados”.

A la objeción de que no hay porqué estimular más la devoción de los fieles en el sacramento de la Eucaristía que en el resto de los sacramentos, Santo Tomás argumenta: “Este sacramento requiere una devoción mayor que los otros sacramentos por contener a Cristo en su totalidad, y una devoción más extensa por requerir la devoción de todo el pueblo, por el que se ofrece este sacrificio, y no solamente de los que le reciben, como sucede con los otros sacramentos”.

Claudio Coello (1642-1693). Adoración de la Sagrada Forma, cuadro que preside la sacristía nueva del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid)

A la objeción de que no es necesario hacer la ceremonia del lavabo, dice Santo Tomás: “En la celebración de la misa se hace el lavatorio de las manos por respeto hacia el sacramento. Y esto por dos motivos. Primero, porque no solemos tocar ciertas cosas preciosas, sin lavarnos antes las manos. De tal manera que sería indecoroso que alguien se acerque a tan gran sacramento con las manos sucias, aun en el sentido corporal de la palabra. Segundo, por el significado de este rito. Porque, como dice Dionisio en III De Eccl. Hier., la ablución de las extremidades significa la limpieza aún de los pecados más leves, conforme al texto de Jn 13,10: Quien ya está limpio no necesita lavarse más que los pies. Y esta limpieza se requiere en quien se acerca a este sacramento”.

En el caso de que cayera en el cáliz una mosca o una araña, Santo Tomás dice que “si alguno de estos animales cayera antes de la consagración, se debe tirar el vino, y una vez limpiado el cáliz, echar otro vino para consagrar. Pero si alguno de estos animales cae en el cáliz después de la consagración debe cogérsele con cuidado, lavarle bien, quemarlo y echar en el sumidero las cenizas y el líquido de la ablución”

Ya en el siglo XIII se decía que el sacerdote durante la misa hace gestos que parecen ridículos como extender los brazos, juntar las manos, plegar los dedos o inclinar el cuerpo, a lo que Santo Tomás responde: “Lo que hace el sacerdote en la misa no son gestos ridículos, porque lo hace para representar algo. La extensión de los brazos, efectivamente, después de la consagración, es para significar la extensión de los brazos de Cristo en la cruz. Cuando eleva las manos para orar quiere significar que su oración por el pueblo se dirige a Dios, según las palabras de Lam 3,41: Elevemos nuestro corazón y nuestras manos a Dios que está en el cielo. Y en Ex 17,11 se dice que cuando Moisés elevaba las manos Israel vencía. El hecho de que algunas veces junte las manos y se incline en oración suplicante y humilde, significa la humildad y la paciencia con que Cristo aceptó la pasión. Y el hecho de juntar, después de la consagración, los dedos pulgar e índice, con los que había tocado el cuerpo de Cristo consagrado, es para que no se desprendan de ellos las partículas que podían habérseles adherido. Esto entra dentro del respeto debido al sacramento”.

Y en el caso de que cayera en el cáliz una mosca o una araña, Santo Tomás dice que “si alguno de estos animales cayera antes de la consagración, se debe tirar el vino, y una vez limpiado el cáliz, echar otro vino para consagrar. Pero si alguno de estos animales cae en el cáliz después de la consagración debe cogérsele con cuidado, lavarle bien, quemarlo y echar en el sumidero las cenizas y el líquido de la ablución”.

Y en cuanto al caso de se caiga el contenido del cáliz, después de la consagración, Santo Tomás se vale de un texto del papa san Pío I (140-154), para decir lo que hay que hacer: “Si por negligencia se cayesen algunas gotas de sangre sobre la tarima, lámase la parte afectada con la lengua, y ráspese la tabla. Pero si no hubiese tarima, ráspese el suelo, quémense esas raspaduras y deposítense las cenizas debajo del altar. Y que el sacerdote haga penitencia cuarenta días. Si cayera alguna gota sobre el altar, que el ministro la absorba. Y que haga penitencia por tres días. Si al caer sobre el primer mantel cala hasta el segundo, hará penitencia cuatro días. Si calase hasta el tercero, haga penitencia nueve días. Y y si llegase hasta el cuarto mantel, haga penitencia cuarenta días. Los manteles sobre los que cayeron las gotas de vino, que los lave el ministro tres veces poniendo el cáliz debajo, y recójase el agua de la ablución y guardese junto al altar”.

Yo comprendo que después de leer todas estas disposiciones, la primera vez que se asista a la Santa Misa se puede tener una incómoda reacción, o sencillamente no tener nada. Todo dependerá si cuando se rece esa magnífica composición de Santo Tomas del Adorote devote, se puede pronunciar de verdad estos versos: Visus, tactus, gustus in te fallitur. Sed auditu solo tuto creditur. Credo quidquid dixit Dei Filius; nil hoc verbo veritatis verius.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.