Nuestro Dios, el Dios de los católicos, no tiene nada que ver con ese dios tan lejano imaginado por los deístas, suposición por la que estos iluminados decidieron organizar su vida sin contar con Él. A nuestro Padre Dios le interesamos y le interesa nuestro mundo. Y hoy, víspera de la festividad de la Virgen de Fátima, conviene recordar la conveniencia de avivar esta verdad, aunque solo sea porque en los pronósticos históricos procede con mayor acierto el Cielo que la tierra. Con unos retazos de Historia se comprenderá fácilmente a qué me refiero.

En 1899, por iniciativa del último zar Nicolás II (1894-1918) y como homenaje a la reina Guillermina de Holanda (1890-1948) se celebró en La Haya la Primera Conferencia Internacional de la Paz, a la que asistieron varios jefes de Estado. Tras el éxito de esta primera reunión, en 1907 se celebró en La Haya una Conferencia Mundial de la Paz, a la que en esta ocasión asistieron representantes de 44 países, procedentes de la casi totalidad de las naciones civilizadas de entonces.

En esta segunda reunión, los asistentes aprobaron por unanimidad declarar a la guerra “fuera de la ley”. Y para el caso de que surgiera algún conflicto entre ellos, crearon el Tribunal Internacional de la Haya, al que acordaron someter sus contenciosos y acatar sus dictámenes. Emperadores, reyes, presidentes de Repúblicas y Ministros de Estado lo celebraron brindando por la paz, y proclamaron que, a partir de entonces, la guerra, además de innecesaria, sería imposible. Todos ellos se despidieron con el compromiso acordado de volver a reunirse en 1915. Pero ese año no se pudo celebrar la reunión prevista, porque todos ellos estaban combatiendo entre sí en el más cruento conflicto que la Humanidad había conocido hasta entonces: La Primera Guerra Mundial, también llamada La Gran Guerra.

Portugal participó en esta guerra, arrastrada por Inglaterra, ya que estas dos naciones eran aliadas por estar en vigor un acuerdo diplomático suscrito en el siglo XIV. El Tratado Anglo-Portugués de 1373 fue firmado por los reyes Eduardo III de Inglaterra (1327-1377) y Fernando I de Portugal (1367-1383). Según se lee en el documento, los monarcas se comprometieron a respetar este tratado de "amistad, unión y alianza perpetua" entre las dos naciones marítimas, constituyendo con ello la Alianza anglo-portuguesa. En la actualidad, está en vigor y es el tratado activo más antiguo del mundo.

El 1907 el 'Tribunal de La Haya' proscribió la guerra. En 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial

Portugal no figuró en el bando de los beligerantes desde un principio, pero en pleno desarrollo de la Gran Guerra, Inglaterra, apoyándose en el acuerdo firmado en el siglo XIV, exigió a Portugal que confiscase unos buques alemanes, que se habían refugiado en los puertos de Portugal. Así lo hicieron los portugueses, y en respuesta, Alemania declaró oficialmente la guerra a Portugal el 9 de marzo de 1916.

Como resultado de esta participación en la guerra, los perjuicios para Portugal fueron mucho mayores que los beneficios. Un país pobre y con vocación marítima prácticamente perdió su flota, pues los submarinos alemanes hundieron un total de 96 buques militares y civiles.

Pero más doloroso fue el sacrificio de Portugal en costes humanos. Un país tan pequeño de 6 millones de habitantes mandó al frente a 111.000 soldados, de los que más de 20.000 no regresaron, porque murieron 8.145 y otros 12.318 fueron contados como prisioneros o desaparecidos. Y a estas cifras hay que añadir los 13.751 combatientes que volvieron heridos a sus hogares.

La contienda mundial que comenzó siendo una guerra de movimientos, daba a entender que pronto acabaría, pero se convirtió en una guerra de posiciones, que estabilizó los frentes, de manera que como en un largo túnel oscuro no se podía ver la luz de la paz. En el verano de 1917, la Gran Guerra parecía perpetuarse, hasta el punto de que hundió la moral de los ejércitos y se negaron a combatir.

Y justo en ese momento, cuando la tierra establecía que la guerra no iba a tener fin, en la sencillez de una aldea perdida de Portugal, la Virgen de Fátima se dirigió a los Tres Pastorcitos en estos términos:

— “La guerra va a acabar”.

Y en efecto, contra los pronósticos de la tierra, se cumplieron los vaticinios del Cielo. El 29 de septiembre de 1918, desde el cuartel general alemán, instalado en Spa (Bélgica), Hindenburg (1847-1934) y Ludendorff (1865-1937) comunicaron al gobierno alemán que, ante la imposibilidad de ganar la guerra, había que iniciar las conversaciones para lograr un armisticio. Y así fue; se llegó a la paz sin que Alemania hubiera sido derrotada por acciones de guerra. Otra cosa es que en Versalles, Alemania fuera tratada con el criterio del ¡Vae Victis! (¡Ay, de los vencidos!). Los aliados impusieron a Alemania unas condiciones, que con toda justicia pueden ser calificadas de un auténtico diktat, como así calificaron los alemanes al tratado firmado por los aliados y Alemania en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles el 28 de junio de 1919, con el que se ponía el fin, oficialmente, a la Primera Guerra Mundial.

El 25 de enero de 1938, una luz desconocida anunció el comienzo de la Segunda Guerra Mundial

El balance de la Primera Guerra Mundial dejó tan abatidos los ánimos, como para no repetir la experiencia. Al margen de las pérdidas económicas, baste recordar que en el conflicto murieron trece millones de soldados, también perecieron más de diez millones de civiles, como consecuencia del hambre y las enfermedades provocadas por la guerra. Y el número de heridos ascendió a un total de 21.219.000.

Pero como en el mensaje de la Virgen quedó claro que las guerras son consecuencia de los pecados de los hombres, el Cielo volvió a acertar y se cumplió el anuncio profético que la Virgen dio a los Tres Pastorcitos de Fátima, después de comunicarles que la Primera Guerra iba a concluir. Esto es lo que les dijo el 13 de julio de 1917:

—“Habéis visto el Infierno, adonde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar el mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.

La guerra es una mera consecuencia del pecado

Y todo lo que dijo la Virgen en Fátima se ha cumplido al pie de la letra, hasta el punto de que la Historia del siglo XX parece haber sido escrita con la falsilla de las palabras dichas por la Virgen a esos tres niños, tan santos como ignorantes. Entre ellos comentaron si, como decía Francisco, Rusia sería la borrica de un aldeano de Aljustrel, que respondía al nombre de Rusa, o bien, si como decía Lucia, Rusia sería el nombre de una mujer muy mala.

Y como en ese día 13 de julio de 1917, tras la visión del Infierno, los tres pastorcitos comprendieron esa realidad de mayor dificultad comprensiva que la existencia de Rusia, cabe pensar que el mensaje más que destinado a los tres niños iba dirigido a todos nosotros, y que ellos simplemente tenían la misión de trasmitírnoslo, aunque no lo entendiesen.

Todo se cumplió; hasta lo de la noche alumbrada por una luz desconocida. El 25 de enero de 1938 se vio en todo el orbe esa luz dada como señal que anunciaba la Segunda Guerra Mundial. Los periódicos de todo el mundo dieron cuenta de lo sucedido en la edición del día 26, llamándola la aurora boreal.

Pero del cumplimento profético de lo anunciado por la Virgen de Fátima, desde el 25 de enero de 1938 hasta la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, me ocuparé, si Dios quiere, la próxima semana. Así es que con mi petición por mi parte a los lectores de todos los perdones, como ya se me ha acabado el espacio  para escribir, tengo que comunicar que hoy me veo obligado a despedirme con otro “continuará”. Lo siento.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá