“Cardenales, obispos y sacerdotes van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas”. Corresponde esta afirmación a una parte del mensaje que el 18 de junio de 1965 recibió en un éxtasis Conchita, una de las videntes de Garabandal. Se lo transmitió, por mediación del arcángel San Miguel, la Santísma Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra.
Y se me podrá objetar que estas apariciones no están aprobadas. A lo que yo respondo, que tampoco están condenadas y que, en consecuencia, tanto se pueden rechazar como admitir y, desde luego, que lo que resulta evidente es que lo del mensaje mencionado, algo impensable y hasta escandaloso en 1965, se ha venido cumpliendo en últimos años... hasta rematarlo la actuación de una parte de los cardenales, obispos y sacerdotes en esta pandemia del coronavirus.
La esterilidad de la Iglesia actual: un descenso pavoroso de vocaciones sacerdotales
Podría ponerse en relación con el “camino de la perdición” los desvaríos doctrinales, que amparados en nombre del “espíritu del Concilio Vaticano II”, han pervertido el depósito de la fe y arrumbado la moral, provocando la esterilidad en la Iglesia, una de cuyas manifestaciones es el descenso pavoroso de las vocaciones sacerdotales; así por ejemplo en España, los más de veinte mil seminaristas, que había cuando se producían las apariciones de Garabandal, no llegan en la actualidad ni a una décima parte y con una población mucho mayor.
Y desde luego también tiene algo que ver lo del “camino de la perdición” con los escándalos de los clérigos pederastas, ahora conocidos, algo que en 1965 no se le hubiera pasado por la imaginación ni al peor enemigo de la Iglesia. Pero, en mi opinión, el “camino de la perdición”, al que se refiere el mensaje de Garabandal, no había tocado fondo ni con las herejías ni con la pederastia, como lo ha hecho ahora con el cierre de las iglesias y la imposibilidad de que los fieles podamos asistir a misa y comulgar.
En España, la gran mayoría de los obispos, al impedir que los fieles asistan a la santa misa, ha ido incluso más lejos que un gobierno formado por socialistas y comunistas
En España, la gran mayoría de los obispos, al impedir que los fieles asistan a la santa misa, ha ido incluso más lejos que un Gobierno de socialistas y comunistas que no ha prohibido la asistencia a la santa misa, si se guardan medidas similares a las que se adoptan cuando se hace la compra en los hipermercados: pocos dentro de un recinto y separados. Se podría haber actuado de otra manera que la de cerrar las puertas de las iglesias y de las enormes catedrales. Una misa para los que quepan separados, y los demás a la cola, como en Mercadona. Y misa tras misa, día y noche si fuera preciso, hasta que se acabe la cola.
El mensaje al que me vengo refiriendo, tras profetizar el descarrilamiento de los pastores y de las ovejas a su cuidado, decía a continuación: “A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia”. Por eso me atrevo a afirmar que el mensaje del 18 de junio de 1965 a lo que se refiere directamente es a una situación como la que estamos viviendo en la actualidad, a pocos pasos de la abominación de la desolación, que eso es la supresión de la Santa Misa.
Y digo más, estoy convencido de que en el origen de la perdición de un sacerdote pederasta se encuentra el maltrato que en su momento dio a la Eucaristía, hasta dejar de creer en la presencia de Jesucristo en las especies sacramentales. No me cabe la menor duda de que alguien que cree de verdad que con sus palabras, pronunciadas en la consagración, Jesucristo baja realmente a sus manos con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad…, alguien que cree que es capaz de eso cada día, es imposible que se le ocurra después tocar ni un pelo a un monaguillo, porque en lo de celebrar la Santa Misa cada día, al sacerdote que así piensa le va la vida.
Garabandal: Los sacerdotes van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas almas. A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia
Como ya se había anunciado que el día 18 de junio de 1965 Conchita iba a recibir un mensaje, su aldea de Garabandal, que no eran más que unas setenta casas perdidas, en medio de las montañas de Santander, desde la víspera se llenó de gente y no pocos eran extranjeros, como se puede leer en un periódico de entonces: “La gente dormía en los quicios de las puertas, en los pajares, en las cuadras, en las cocinas, en medio de las calles… En nuestro deambular nocturno por ellas, tan irregulares y pedregosas, hubimos de andar con sumo cuidado, sorteando a los muchos que dormían tendidos en el suelo, bajo la luz débil de la docena de bombillas que habrá repartidas por el pueblo. Uno de los bares permaneció abierto durante toda la noche, aunque su reducida capacidad apenas pudo albergar a doce o quince personas… En él nos acomodamos nosotros para escribir. Al lado teníamos a dos inglesas que, con los codos apoyados sobre la mesa, dormían plácidamente. En el suelo, dos sacerdotes franceses rezaban el rosario en voz baja. Otros tomaban una cerveza y salían luego a tumbarse en plana calle, bajo la luna clara que iluminaba aquella noche de Garabandal”.
Además de los corresponsales de la prensa escrita de varios países, ese día estaban también en Garabandal periodistas de medios audiovisuales con sus equipos de grabación, entre ellos los de la RAI italiana, los del noticiario de Televisión Española y los del NODO —Noticiario Documental Oficial de España— que grabó el éxtasis de Conchita de esa noche, cuya cinta se conserva en sus archivos y que he tenido la oportunidad de ver, aunque todavía no está publicado.
Cuenta Jose Luis Saavedra, autor de una tesis doctoral sobre Garabandal, defendida en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, y del libro Garabandal 1961-1965, que Conchita durante todo el día 18 permaneció en su casa, porque su madre no le dejó salir, ya que estaba convaleciente de una enfermedad. Pero tras la puesta del sol, los acontecimientos se precipitaron. Ya de noche se anunció a la gente que fuera al lugar de la Calleja, donde sería el éxtasis.
Las personas que durante el día rodeaban la casa de Conchita, corrieron al lugar llamado del Cuadro, en la Calleja. Y como describe gráficamente José Luis Saavedra: “Todos querían llegar los primeros —escribe un distinguido peregrino, Aniano Fontaneda—; a mí casi me desnudan de los empujones que me daban de todas partes, muchos rodaron por el suelo, yo mismo levanté a Mercedes Salisachs —la famosa escritora conversa en Garabandal— y a otros dos”.
A las doce menos cuarto de la noche, salió Conchita de su casa, en dirección a la Calleja; la niña caminaba con toda normalidad, escoltada por tres parejas de la Guardia Civil y al llegar al sitio, cayó de rodillas sobre las piedras del camino y comenzó el éxtasis.
El éxtasis duró unos doce o trece minutos. Los ojos de Conchita estaban fijos en el cielo y al principio su aspecto era sonriente. Pero a los pocos minutos cambió de expresión y las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas. Musitaba palabras de las que solo se le entendieron las siguientes: “¿Sacerdotes…? ¿Obispos…? ¿Dos de julio…? ¡No todavía no… ¡Perdón! ¡Perdón!”.
Corporativismo clerical: los curas cántabros se enfadaron por las críticas de la Virgen María en Garabandal hacia sus personas y ministerio. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Al día siguiente, la niña escribió el mensaje, que Luis Jesús Luna, un sacerdote de Zaragoza, leyó a la puerta de su casa. Textualmente decía lo siguiente: “Como no se ha cumplido y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de octubre, os diré que este es el último. Antes la Copa se estaba llenando, ahora está rebosando. Los sacerdotes van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas almas. La Eucaristía cada vez se le da menos importancia. Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Yo, vuestra Madre, por intercesión del Ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. Ya estáis en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente y nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros más. Pensad en la pasión de Jesús”.
Más tarde, Conchita aclaró que si bien en el éxtasis se le dijo que cardenales, obispos y sacerdotes, escribió solo sacerdotes, puesto que de ese modo no faltaba a la verdad, ya que los obispos y los cardenales eran sacerdotes, y el mensaje podría parecer así menos ofensivo a la autoridad eclesiástica. Y añado por mi parte, que probablemente también por miedo a unas autoridades eclesiásticas, que le habían tratado sin ninguna consideración. La prueba de lo que digo es que, al día siguiente, uno de los componentes de la comisión del obispado convocó en Puentenansa, una asamblea de sacerdotes de la comarca, para que elevaran al obispo “su más enérgica protesta” por lo de los sacerdotes que van camino de la perdición.
Y no quiero acabar este artículo, sin confirmar la sospecha de algunos de mis lectores: efectivamente, soy yo el que aparece vestido de obispo en la foto que ilustra este artículo. Hice ese papel en la película que se rodó sobre Garabandal ("Garabandal, sólo Dios lo sabe"). Tuve que actuar en contra de mis convicciones y no puedo decir más, para no reventar la película.
El éxito de la película sobre las apariciones marianas de Garabandal: un auténtico milagro
Solo comentar que esa película es un auténtico milagro. Se hizo sin presupuesto y sin profesionales, ninguno de los muchos que actuamos nos habíamos puesto antes detrás de una cámara de cine. Y sin embargo al día de hoy, son ya más de trescientos mil los espectadores que han acudido a los cines para verla en los 29 países que se ha estrenado. Y todavía hay un dato más sorprendente: durante esta Semana Santa hasta hoy, día 12 inclusive, se puede ver la película gratis en la página oficial y en este enlace; en el momento que escribo estas líneas me comunican que los accesos pasan ya del millón, lo que significa que los espectadores solo en estos días pueden duplicar esa cifra. Así es que es no tengo más remedio que atribuirlo a un auténtico milagro, porque de no ser así, podría acabar pensando que soy una estrella rutilante de las ondas.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.