“Las cosas son lo que son”. Con los años, con tantos años… Eso es lo más importante que enseño a mis alumnos en la Universidad. Cierto que además hay unos programas —guías didácticas, los llaman desde lo de Bolonia— pero escribo las dichosas guías porque Mariló, que como ya dije en otra ocasión es la mejor secretaria del mundo, cada curso me persigue a muerte para que se las entregue. Pero a lo que vamos Remigia, que senos quema el asado. Y tengo para mí que en el origen de los males de nuestra sociedad está el desconocimiento o la falta de aceptación de este principio fundamental: “Las cosas son lo que son”.
No, la sociedad española no está envejecida. Lamentablemente ahora ya no es así, porque eso sucedió hace algún tiempo. Ahora lo que nos ocurre es mucho peor y la consecuencia lógica del envejecimiento que comenzó hace años. Alejandro Macarrón ha publicado un magnífico libro alertando sobre este problema, que se titula El suicidio demográfico. Y los datos que acaba hacer públicos el Instituto Nacional de Estadística para el año 2017, vuelven a indicar que en España tenemos un crecimiento vegetativo negativo; es decir, son más los que se mueren que los que nacen. Pero los dirigentes y los dirigidos de nuestra sociedad cierran los ojos a esta realidad para no admitir que las cosas son lo que son, por eso tiene toda la razón Alejandro Macarrón: la sociedad española no es que se muera, se está suicidando al arrojarse por partes al vacío de la muerte cada año.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística en el año 2017 los muertos superaron a los nacimientos en 31.713, pero si sacamos a los inmigrantes de estos números, las muertes superarían en más de cien mil a los alumbramientos. Es decir, casi los mismos que el número de abortos quirúrgicos practicados en los abortorios, muchos de los cuales se pagan con nuestros impuestos. Y esa cifra solo contando el aborto de camilla, a la que habría que añadir los innumerables abortos de taza de retrete, provocados por la píldora del día después.
La sociedad española no es que se muera, se está suicidando al arrojarse por partes al vacío de la muerte cada año
Y para sostener que esto el progreso y la conquista de un derecho retuercen las palabras y llaman al aborto interrupción del embarazo, para lo que se ven obligados a rechazar el principio de que las cosas son lo que son para no admitir que el aborto es el más cobarde de los crímenes, cometido contra los seres inocentes más indefensos.
Tampoco aceptan el principio de que las cosas son lo que son los que atacan de mil maneras a la familia natural, que es la constituida por un hombre y una mujer abiertos a la vida. Porque cuando decimos que España tiene una tasa de natalidad digamos que X, porque da vergüenza escribirla de lo baja que es, no es que los niños los traiga la tasa como en las imágenes del principio de la película de Dumbo. Cada niño que llega a este mundo es la decisión personal, generosa y amorosa de un hombre y una mujer, como cooperadores al plan creador de Dios. En consecuencia, he visto que el candidato a presidir el PP, Pablo Casado se presenta como defensor de la familia y a la vez aparece avalado por determinado camarada del PP, lo hacen porque nos minusvaloran y se creen que les vamos a comprar la moto de Maroto.
La falta de recursos económicos tampoco es la causa de nuestro crecimiento vegetativo negativo. La Historia de la Demografía es tozuda y enseña que son las clases altas las que comienzan a practicar el control de natalidad. Es más, si la relación entre ingresos y número de hijos fuera determinante, los políticos, empresarios, artistas y demás gente de buen cobrar tendrían que tener cada uno de ellos una familia numerosísima, ya que algunos matrimonios han demostrado que con dos sueldos medios, que solo es una pequeñísima parte de lo que ganan estos millonetis, pueden mantener una familia numerosa.
La Historia de la Demografía es tozuda y enseña que son las clases altas las que comienzan a practicar el control de natalidad
Son las sociedades ricas y opulentas las más envejecidas las que presentan una pirámide de población estrecha en su base, sencillamente porque no han querido tener hijos, a pesar de poseer recursos económicos más que suficientes para mantenerlos. La avaricia les ha cegado para ver las cosas como son y por eso no han sido capaces de apreciar el valor de cada vida, también el valor económico y ni siquiera los políticos por mirar siempre a tan corto plazo no se dan cuenta que cada nueva vida con el tiempo en un maravilloso despliegue de posibilidades, también acabará siendo un contribuyente.
Sin niños no hay harina, y sin harina todo es mohína. Y si no, que escuchen esta canción que canta Celine Dion con Mes Aïeux, que se titula “Degeneración”, en la que se cuenta la historia de cómo el tatarabuelo comenzó por roturar la tierra, que luego el bisabuelo labró, y que más tarde rentabilizó el abuelo, para que por fin su padre la vendiera con el fin de convertirse en funcionario, lo que empujó a la última generación a refugiarse en un apartamiento caro y frío, donde sueña cada día en poseer un trozo de tierra.
Y vean en el video cómo los miles de jóvenes que escuchan este concierto se sienten tan identificados con la letra que cantan y gritan con fuerza como protesta de su situación, porque a continuación Celine Dion y Mes Aïeux, les cuenta la historia paralela de la degeneración demográfica. La tatarabuela, esposa del tatarabuelo que roturó la tierra, tuvo catorce hijos, casi los mismos que la bisabuela. Cambiaron las cosas con la abuela, que pensó con tres ya era suficiente, la madre ya solo tuvo una hija y eso por accidente, y la última generación, la niña cambia de pareja continuamente y arregla los fallos de los cálculos abortando, pero cada mañana se despierta llorando, por el contraste de la realidad con los sueños de la noche, en los que se veía sentada en una mesa rodeada de muchos hijos.
Estas son las lágrimas más amargas, las que se vierten cuando uno comprueba que se ha hecho trampas en el solitario. Son las lágrimas que se derraman, cuando uno se da cuenta que por no querer aceptar que las cosas son lo que son, se tiene el alma magullada de tantos encontronazos contra la realidad. Y es, en definitiva, el llanto amargo de quien descubre que ha desperdiciado una vida por haber transitado por este mundo de una manera intranscendente, sin ser capaz de romper la barrera del comamos y bebamos que mañana moriremos. Es el berrinche, ya al límite de la desesperación, de haber vivido sin sentido, por haberle dado la espalda a Dios, que es cuando realmente la vida pierde su sentido. Y una vida sin sentido resulta tan insoportable que resulta comprensible que no se quiera transmitir.