El gobierno de Pedro Sánchez ha justificado la profanación de la Basílica Pontificia del Valle de los Caídos y de la tumba de Franco sobre las grandes mentiras que se han contado sobre aquel recinto sagrado. Le han llamado mausoleo a una losa en el suelo plano, cuando en cualquiera de nuestros cementerios hay muchísimas sepulturas con bastantes más perejiles que la de Franco.
Se ha dicho también que no se puede permitir que exista un monumento en memoria de los que ganaron la guerra. Y cuando algunos han admitido que allí también estaban enterrados combatientes del bando perdedor, se ha argumentado que precisamente por eso no podía estar Franco con sus víctimas.
Pues bien, la verdad es otra bien distinta, y hasta desde un punto de vista intelectual bastante más atractiva que todas las groseras mentiras del gobierno socialista y de sus cómplices en esta profanación.
En el Valle de los Caídos los enterrados no son ni “rojos” ni “azules”, solo caídos en una lucha fratricida. Esto otorga de nuevo al monumento el carácter reconciliador que ahora se le niega.
El traslado de los restos mortales desde los distintos puntos de España hasta el Valle de Los Caídos se hizo respetando la legislación. En 1946, diez años después del comienzo de la guerra, se cumplían otros tantos años de la muerte de los primeros combatientes en la contienda. Según la legislación vigente en ese momento, diez años era el plazo máximo permitido en que los cadáveres de los ciudadanos españoles podían permanecer en sepulturas provisionales o temporales. Pasado este tiempo de 10 años, los restos debían ser llevados a fosas comunes o trasladados a nichos o sepulturas perpetuas adquiridos por sus familias, cuestión que en 1946 muy pocos podían permitirse.
En el Valle de los Caídos los enterrados no son ni “rojos” ni “azules”, solo caídos en una lucha fratricida. Esto otorga de nuevo al monumento el carácter reconciliador que ahora se le niega
En 1946 la Basílica del Valle de los Caídos distaba mucho de estar lista.
Por esto, Presidencia del Gobierno, mediante orden ministerial de fecha 11 de julio de ese mismo año 1946, prorrogó indefinidamente aquel plazo de enterramiento de 10 años, siempre que se tratara de fallecidos en la Guerra Civil. Esta orden, sin embargo, no limitaba en absoluto a quien desease realizar la exhumación de sus familiares muertos 10 años atrás para darles sepultura en nichos a propiedad.
Salvado este primer impedimento legal, la marcha de las obras del monumento continuó, tardando aún casi 13 años en estar listas todas las edificaciones del conjunto monumental del Valle.
Acercándose la fecha de finalización de las obras, se activó el protocolo diseñado años atrás para la búsqueda y localización de los restos de los caídos por toda España, identificación de los mismos o consecución del ineludible familiar para aquellos restos que estando localizados e identificados se quisieran trasladar a la nueva Basílica.
Uno de los principales fines que determinaron la construcción del Valle de los Caídos, en el Valle de Cuelgamuros (Guadarrama) fue el de dar en el sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieron...
El 27 de mayo de 1958 el Gobierno Civil de Madrid hacía público, como hicieron los del resto de España, la siguiente comunicación: “Uno de los principales fines que determinaron la construcción del Valle de los Caídos, en el Valle de Cuelgamuros (Guadarrama) fue el de dar en él sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieron, según exige el espíritu cristiano, que inspiró aquella magna obra, con tal que fueran de nacionalidad española y de religión católica. Próximas a su total terminación las obras de dicho Monumento, se pone en conocimiento de los parientes de personas en quienes concurriesen aquellas circunstancias, invitándoles a que manifiesten, en el plazo de quince días y mediante escrito dirigido a este Gobierno Civil, si desean o consienten que los restos de sus familiares sean trasladados al enterramiento del Valle de los Caídos”.
Naturalmente, eran los familiares quienes tendrían que solicitar el traslado de los restos mortales de sus deudos, cuya petición era la primera condición a cumplir para ser enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos.
En cuanto a la condición de ser de religión católica, puesto que iban a ser enterrados en un templo, bastaba con justificar que se estaba bautizado. Así las cosas, el Ayuntamiento de Navas del Rey (Madrid), confirmó la existencia de 30 cuerpos de “moros” del bando vencedor, cuyos restos estaban en un anexo a su cementerio parroquial, pero independientes de este. La respuesta fue tajante desde Gobernación: ”no deben ser llevados al Valle”.
Y, precisamente, el requisito de ser español fue el que impidió que en Cuelgamuros no se inhumaran a los aviadores alemanes caídos de la Legión Cóndor, cuyos restos estaban en Arenas de San Pedro (Ávila), Quijorna y San Lorenzo de El Escorial.
En la Basílica Pontificia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos hay enterrados cerca de 40.000 restos de combatientes en la contienda de 1936-1939, aunque esta cifra no podemos darla como definitiva ya que en algunos casos los restos fueron contabilizados de manera poco adecuada.
Dichas urnas fúnebres, de madera, iban siendo depositadas en los osarios a medida que estas iban llegando sin distinción alguna ni de procedencia, ni de fecha ni por supuesto de bando en el que encontraron la muerte
En la Basílica existen 18 osarios: dos detrás de cada una de las seis capillas laterales de la nave principal y otros tres en cada uno de los brazos del crucero, tres detrás de las capillas del Santísimo y otros tres en el lado opuesto, detrás de la capilla del Sepulcro, en el crucero del templo.
Las urnas fúnebres se normalizaron en dos tipos: cajas individuales para un solo cuerpo y cajas colectivas para quince cuerpos. El propio arquitecto de la obra, Diego Méndez, se encargó del diseño de las urnas. A medida que los columbarios se iban llenando, estos se cerraban y se sellaban sus accesos con una plancha de hormigón.
Dichas urnas fúnebres, de madera, iban siendo depositadas en los osarios a medida que estas iban llegando sin distinción alguna ni de procedencia, ni de fecha ni, por supuesto, de bando en el que encontraron la muerte.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá