Atacan al Valle de los Caídos por sus cuatro puntos cardinales. El sectarismo antirreligioso de este Gobierno de socialistas y comunistas ha amenazado con expulsar a la comunidad de los benedictinos, además de profanar la basílica para convertirla en un cementerio civil y derribar la majestuosa Cruz.Y ante el mutismo del presidente de la Conferencia Episcopal Española que tardó días en romper a hablar, al modo como Magdalena se dirigía a Don Mendo, la feligresía así exclamaba:
“Cuéntame tu mal que ya te escucho.
Ha un rato que te espero, Omella amado,
¿por qué restas callado?”
Y en estas que se nos fue el cardenal a Roma muy bien acompañado por su vicepresidente y su portavoz. Y no sé qué despacho del Vaticano visitaron, ni con cuántas altas dignidades se entrevistaron, el caso es que tras salir de aquellas nobles estancias, ante un grupo de periodistas que les asaltaron en la mismísima plaza de San Pedro, Don Juan José Omella, como dirigiéndose a su feligresía, que desde días antes le interpelaba, respondió y dijo:
“No resto, no; es que lucho.
Pero ya mi mutismo ha terminado;
vine a desembuchar y desembucho”.
Y como el cardenal soltó aquello de que lo suyo era ayudar y no le quedó del todo claro al pueblo fiel si tal ayuda consistía en cerrar con las siete llaves del sepulcro del Cid la puerta de la abadía para que no se fueran los religiosos, o pagarles el camión de la mudanza a los benedictinos, cantaron los parroquianos de toda España el salmo que Don Mendo rezaba en su prisión:
“Siempre fuisteis enigmático
y epigramático y ático
y gramático y simbólico,
y aunque os escucho flemático
sabed que a mí lo hiperbólico
no me resulta simpático.
Habladme, claro, Cardenal,
que en esta cárcel sombría
cualquier claridad de día
consuelo y alivio es”.
Pero el cardenal de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, don Carlos Osoro, lo empeoró todavía más de lo que estaba, pocos días después, cuando dijo que ahora era el momento y la oportunidad de hacer de aquel lugar un sitio de paz, y que si patatín, que si patatán, y la zapatilla por detrás, que ni la ves ni la verás, tris, tras...
Y harta la feligresía de lo que calificaba como cobardía episcopal, empezó a circular por las redes que a los dirigentes de la Conferencia Episcopal les importa más la crucecita de la pasta del IRPF que la Cruz de Cristo. Por lo que mucho me temo que como los obispos no cambien, en el próximo ejercicio fiscal los contribuyentes católicos le van a hacer un roto a la economía eclesiástica de mucho cuidado.
Borrando mentiras: no hubo trabajos forzados en el Valle de los Caídos
Pero como uno en el fondo es bueno y desea que tal cosa no ocurra, voy a contarles a mis lectores que lo mismo que dije que lo de Franco no fue un genocidio, hoy sostengo que durante el franquismo en España no hubo trabajos forzados ni en el Valle de los Caídos, ni en ningún otro sitio. Y como sé que entre mis lectores hay más de un obispo, espero con este escrito contribuir a que se aclaren, y les hagan rectificar a Omella y a Osoro, para que dejen de ser “enigmáticos y epigramáticos…”, y defiendan de una vez por todas, frente a este Gobierno y frente al que sea, el recinto sagrado del Valle de los Caídos con claridad y en público… De modo que pronto todos podamos decir: aquí paz, y después… pondremos la preciada crucecita de la pasta en la declaración de la renta.
De entrada, conviene recordar que no hace falta hacer ahora una declaración de paz en el Valle de los Caídos, porque allí antes no ha habido guerra. Desde su fundación, el Valle de los Caídos fue concebido como lugar de paz y reconciliación. El párrafo primero del decreto-ley fundacional de 23 de agosto de 1957 dice lo siguiente:
“El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón que impone el mensaje evangélico.
Además, los lustros que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles.
Este ha de ser en consecuencia, el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”.
En honor de la verdad tengo que reconocer que hasta hace unos cuantos años hasta yo mismo me creí y me tragué parte de la leyenda negra del Valle de los Caídos, concretamente hasta el 1 de julio de 1988. Trabajaba por entonces en la recogida de documentación para escribir la biografía del empresario Félix Huarte, y ese día me recibió en su domicilio de Pamplona Valentín Erburu Echagüe.
Aunque en la Cruz no trabajó ningún penado, los presos empleados en otras construcciones estaban en el Valle de los Caídos porque lo habían pedido libremente para redimir años de cárcel. Cobraban por ese trabajo un salario y a sus familias se les permitía estar alojadas en el Valle de los Caídos, en los poblados
Mi anfitrión, además de cuñado de Félix Huarte, fue uno de los hombres de confianza del empresario navarro. Concretamente desempeñó el cargo de apoderado en la empresa constructora desde 1944 hasta 1963. Al ganar la empresa Huarte el concurso para construir la Cruz del Valle de los Caídos, Valentín Erburu siguió las obras de cerca, desde que se comenzó a estudiar el proyecto hasta su conclusión. Recibió a Franco en todas las ocasiones en las que fue a inspeccionar la marcha de las obras. Mantuvo una estrecha relación con el ingeniero de Caminos que estudió el proyecto, Carlos Fernández Casado, que era un hombre de la Casa Huarte. Trató a Diego Méndez, al escultor Juan de Ávalos y hasta hizo amistad con Joaquín Ruiz Jiménez.
Valentín Erburu se tuvo que relacionar con el político, porque por entonces Ruiz Jiménez era Ministro de Educación Nacional. Y fue la empresa Huarte la que levantó una escuela para los hijos de los presos que vivían con sus familias en poblados construidos en el Valle; la empresa Huarte edificó la escuela como regalo para aquellos niños, porque por ella no cobró ni una peseta.
Fue entonces cuando a mí se me desmontó la idea que me había tragado de los “trabajos forzados del Valle de los Caídos”, porque Valentín Erburu me contó que aunque en la Cruz no trabajó ningún penado, bien conocía que los presos empleados en otras construcciones habían ido al Valle de los Caídos porque lo habían pedido libremente para redimir años de cárcel, que cobraban por ese trabajo un salario y que a sus familias se les permitía estar alojadas en el Valle de los Caídos en los poblados, por lo que los presos tras la jornada laboral iban a su casa con sus familias.
Estaba entonces de moda la Historia oral, así es que yo grabé en cinta de cassette de la época nuestra conversación. Entre la mucha información que me transmitió y que conservo, me comentó que como entonces era Ministro de Educación Joaquín Ruiz Jiménez, fue a él al que la empresa Huarte le entregó la escuela, de modo que aquel político que años después se volvió tan progre, fue el que les puso una escuela a los hijos de los presos que trabajaban en la construcción del Valle de los Caídos.
Pasados los años, cuando ya era progre Joaquín Ruiz Jiménez, Valentín Erburu, le invitó a comer en uno de los mejores restaurantes de Madrid, del que prefiero no dar el nombre. Y esto fue lo que me dijo textualmente el cuñado de Félix Huarte: “Coincidí en el Valle de los Caídos, porque nos habíamos citado con el entonces Ministro de Educación Nacional, que era Joaquín Ruiz Jiménez. Después por otra circunstancia hice yo mucha amistad con él y llegué a decirle en una comida: ‘Joaquín tú que has sido ministro de Franco, estás diciendo unas cosas ahora… ¿Tú te crees que comiendo en restaurantes como este te va a seguir el de la alpargata y el de la tartera?’. Y me contestó: ‘Hombre es que tú no admites que las personas cambien de idea’. Le dije: ‘Sí, sí, los políticos podéis cambiar de ideas, pero cuando se cambia tan radicalmente como tú has hecho…, quédate en casa y a lo mejor aciertas”.
Recientemente el libro definitivo de Alberto Bárcena, Los presos del Valle de los Caídos, breve y claro como pocos y escrito después de consultar la voluminosa documentación que se conserva en los archivos de Patrimonio Nacional, me desmontó por completo la leyenda negra del Valle de los Caídos, porque cuenta la verdad sobre la redención de penas de los presos, que nada tiene que ver con trabajos forzados, los tipos de trabajos y los salarios que percibían, los poblados de las familias, los servicios sanitarios atendidos por dos presos, un médico y un practicante, que con ese trabajo redimían su condena, el economato, la escuela, la iglesia, las bodas, la celebración de las Primeras Comuniones y un sinfín de situaciones que vuelven a probar que la realidad es mucho más interesante que la ficción.
Por todo ello, recomiendo encarecidamente a todos mis lectores que adquieran el libro de Alberto Bárcena, para evitar que cualquier cantamañanas les tome el pelo. Bueno…, se lo recomiendo a todos, menos a monseñor Omella y a monseñor Osoro, si leyeren este artículo. Ya me he encargado yo de que la Editorial San Román tenga el detalle de enviarles un ejemplar de Los Presos del Valle de los Caídos al presidente y al vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, para que no pierdan el tiempo en ir a comprarlo por las librerías.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá