El próximo miércoles, 14 de julio, los franceses estarán de fiesta… Nacional. Por lo tanto, Allons enfants de la Patrie. ¡Le jour de gloire est arrivé! Pero menos lobos, Caperucita, que lo de la Revolución Francesa, como la cuentan algunos, no hay quien se lo crea.
No se sabe muy bien si el día 14 de julio los franceses conmemoran la ridícula y sangrienta Toma de la Bastilla, o el esperpento que celebraron el mismo día al año siguiente, conocido como Fiesta de la Federación, para tapar la sangre derramada el año anterior y en la que Talleyrand, todavía obispo de Autun, celebró una ceremonia en el llamado “altar de la patria”, más cercana al aquelarre que a la liturgia de la Iglesia. Después colgó los hábitos y más tarde se arrejuntó con una conocida prostituta. ¡Cuánto razón tiene el sacerdote Aberasturi, cuando afirma que los males dentro de la Iglesia siempre se producen de arriba hacia abajo y no al revés!
El granTalleyrand ofició un sacrilegio, colgó los habitos y se arrejuntó con una prostituta
Sí, la Toma de la Bastilla fue ridícula, porque unos meses antes ya se había decidido clausurarla, y allí solo había seis presos: cuatro falsificadores, un noble condenado por incesto y un cómplice de una tentativa de asesinar al rey, al que se había declarado demente, al que después de pasearle por las calles de París como muestra de una hazaña liberadora, el recluso pidió volver a su celda. Y a la vez, la Toma de la Bastilla fue sangrienta porque, entre otros crímenes, tras la capitulación y en medio de las negociaciones de los asaltantes con el alcaide, Bernard-René Jordan de Launay, este fue linchado y asesinado; un carnicero le cortó la cabeza, la clavó en una pica y la paseó por las calles de París.
Dentro de la Iglesia, los males siempre se producen de arriba hacia abajo
Sí, la Historia de la Revolución Francesa está manchada de sangre, de mucha sangre de miles de víctimas inocentes. Todavía hoy lo cantan los franceses en el estribillo de su himno nacional con estas palabras:
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
¡Marchemos, marchemos!
¡Que una sangre impura
inunde nuestros surcos!
Y naturalmente que fueron los que se hicieron con el poder —liberté—, los que clasificaban al resto de los ciudadanos —égalité— como puros e impuros, método que hizo posible que los revolucionarios asesinaran —fraternité— a miles de franceses y hasta entre ellos mismos.
Y sin embargo en muchos de nuestros colegios de España, incluidos los que dicen tener un ideario cristiano, los profesores de Historia siguen diciendo a sus alumnos que la guillotina separó las tinieblas de la luz. El influjo de la historiografía marxista en tantas Universidades españolas durante el último tercio del siglo pasado, que idealizaba el proceso revolucionario francés, para justificar su propia revolución, ha provocado un gran retroceso en el conocimiento de la Historia, porque cuando aquellos universitarios se convirtieron en profesores de Enseñanza Media, la manipulación o en el mejor caso la ignorancia se transmitió a los colegios de la década de los ochenta y pervive al día hoy, por lo que todavía es muy necesario aclarar que la guillotina más que separar las tinieblas de la luz, seccionó la cabeza del tronco de miles de franceses, enterrando con tantos crímenes la libertad, la igualdad y la fraternidad.
En el XII Congreso Internacional de Ciencia Históricas de 1965, Daniel Ligou se refirió a la pobreza editorial española respecto a la Revolución Francesa. Tal afirmación motivó, años después, a Cristina Diz-Lois —una profesora universitaria ejemplar, humilde y trabajadora, a la que admiré y admiro y de la que tanto aprendí al principio de mi carrera docente— a revisar meticulosamente cuanto se había publicado en libros y en artículos de revistas de la Revolución Francesa. El resultado al que llegó esta historiadora fue sorprendente: se había publicado, y sobre todo se había traducido muchísimo, pero concluía su trabajo afirmando que a pesar de contar con tanto material, dado el matiz ideológico de las traducciones, no estaba claro si el interés que sugería era por un tema histórico de indudable importancia, como la Revolución Francesa, o simplemente por el marxismo.
En muchos de nuestros colegios, incluidos los que dicen tener un ideario cristiano, siguen diciendo a sus alumnos que la guillotina separó las tinieblas de la luz
Yo me he encontrado en la Universidad de Alcalá con muchos alumnos a los que cuando les explico lo de la Guerra de Vendée se quedan sorprendidísimos, porque nunca les han contado este episodio en sus colegios o en sus institutos. Por lo que tampoco me extrañaría que alguno de mis lectores tampoco conozca este acontecimiento, que es unos de los episodios más lamentables de la Historia Contemporánea.
La Guerra de la Vendée es el primer genocidio de la Edad Contemporánea y se produjo en el país vecino durante la Revolución Francesa, como magistralmente ha descrito Alberto Bárcena en su libro La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución. Un acontecimiento sobre el que se ha echado una capa de silencio, por lo que la lectura de este libro sorprende desde su primera página a la última. Recomiendo su lectura a todos mis lectores y sobre todo a aquellos profesores de Historia de colegios e institutos que siguen repitiendo los tópicos marxistas que les enseñaron en la Facultad. Y no faltan entre estos prefesores, quienes siguen repitiendo los mantras marxistas, sin ni tan siquiera ser conscientes de lo que están haciendo. Pero tampoco tiene ellos toda la culpa, porque les llenan sus horarios con tantas clases e infinidad de reuniones "pedagógicas", que no sirven para nada, de manera que no los queda tiempo pra estudiar.
El primer genocidio de la historia moderna tuvo como víctimas a los católicos la Véndée, pero casi nadie lo sabe. Otro logro recolucionario
Las cifras de los asesinados por los revolucionarios en el genocidio de la Vendée varían desde los 400.000 estimados por el demógrafo Pierre Chaunu a los 117.000 que ha documentado Reynald Secher en su libro La Vendée-Vengé, que tiene el significativo subtítulo: La génocide franco-français. Los genocidas franceses, envueltos en la bandera de la Liberté, égalité et fraternité, asesinaron según zonas entre 12% y el 20% de los vandeanos, a los que ellos llamaban bandidos. Y entre sus víctimas había mujeres, niños y hasta bebés lactantes.
El profesor Bárcena, en su libro que —insisto— debería ser de lectura obligada en colegios e institutos, cuenta con detalle lo que pasó y describe así uno de estos sucesos:
“El general Westermann informaba a la Convención de cómo había cumplido las órdenes recibidas escrupulosamente: un decreto emanado de dicha asamblea el 2 de agosto de 1793 ordenaba la destrucción sistemática y el incendio de todo lo que pudiera arder en aquel territorio, así como el exterminio de los rebeldes y sus familias, a los que los revolucionarios llamaban “bandidos”. El 1 de noviembre del mismo año, un nuevo decreto completaba el anterior: ‘Toda villa que reciba en su seno a los bandidos o que no los haya rechazado con todos los medios de los que sea capaz será castigada como una villa rebelde y en consecuencia arrasada’. No podemos precisar si pesaba más el ánimo vindicativo que el temor a que el ejemplo de los que allí tomaron las armas cundiera por toda Francia, frustrando los planes de quienes dirigían entonces, desde París, un proceso que acertadamente se ha llamado sobrerrevolución.
Los genocidas franceses, envueltos en la bandera de la 'Liberté, égalité et fraternité', asesinaron a entre 12% y el 20% de los vandeanos. Entre sus víctimas había mujeres, niños y hasta bebés lactantes.
En cualquier caso, la carta de Westermann, en su helado laconismo, es elocuente: Ya no hay Vendée. Ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y sus niños. Acabo de enterrarlos en la marisma de Savenay. He aplastado a los niños bajo los cascos de mis caballos, masacrando a las mujeres que ya no alumbrarán más bandidos. No tengo un prisionero que reprocharme. He exterminado todo… Los caminos están sembrados de cadáveres. Hay tantos que en algunos puntos forman pirámides”.
Nuestros escolares desconocen igualmente la existencia de personajes claves, como la hermana de Luis XVI, Madame Élisabeth, cuya biografía ha sido publicada recientemente en España, bajo el atrayente título de El sacrifico de la tarde. La vida de Madame Elisabeth es sencillamente impresionante y ha sido escrita magistralmente en muy pocas páginas, por el gran historiador francés, Jean de Viguerie, recientemente fallecido.
Madame Élisabeth, consciente del modo de ser de su hermano, ligó toda su vida a la defensa del trono católico de Francia... pero casi nadie la conoce
El hijo mayor de los reyes de franceses, como sucesor al trono, recibe el título de Delfín, pero si la mayor es una hija tiene el trato de Madame. Pues bien, Madame Élisabeth, consciente del modo de ser de su hermano, ligó toda su vida a la defensa del trono católico de Francia, por lo que hizo voto de castidad para evitar que la buscaran un marido por las Cortes europeas, y así permanecer al lado de su hermano, Luis XVI.
De la espiritualidad de Madame Élisabeth, escribe lo siguiente su biógrafo: “Sus cartas a María de Causans en estos años de 1785 y 1786 permiten entrever su vida interior. Son cartas de consuelo, ya que María tiene una gran pena por la enfermedad y muerte de su madre. Madame Élisabeth la reconforta y le disuade de abrazar la vida religiosa porque tiene a su cuidado a su hermana menor. Le sermonea incluso, por lo que le ruega que le excuse. «Perdona, corazón mío —le dice—, por este sermoncito, que es muy mediocre». Naturalmente, es pura modestia. Las cartas a María de Causans dan testimonio de una sorprendente madurez espiritual.
La lección que estas cartas dan es, en pocas palabras, la siguiente: Dios es misericordia, bondad paternal. Vayamos a él «sencillamente», como niños. Hay que «pedir la gracia de la resignación completa a» su voluntad, amarla por encima de todo. Así es como podemos lograr la felicidad sobrenatural. Todo hombre que es verdaderamente de Dios nunca es desgraciado. Ahora bien, es fácil ser hombre de Dios. Jesús está «a la puerta de nuestro corazón» y «tan solo pide entrar». Su Cruz nos instruye: es el «libro de los libros». Esta es la fe de Madame Éisabeth. Ahí está el cristianismo entero”.
“Ignoro por completo, Señor, qué me pasará hoy. Todo lo que sé es que no me pasará nada que Vos no hayáis previsto desde toda la eternidad.
Llegados los duros y sangrientos momentos de la Revolución Francesa, aunque pudo escapar de Francia, decidió permanecer junto a la familia real hasta el final, en la prisión del Temple. Tras el asesinato en la guillotina de Luis XVI (21-I-1793), María Antonieta, antes de correr la misma suerte que su marido, le dirige a Madame Elisabeth su última carta: “Es a vos, hermana mía, a quien yo escribo esta última vez. Acabo de ser condenada, no exactamente a una muerte vergonzosa, eso es para los criminales, sino que voy a reunirme con vuestro hermano. Inocente como él, yo espero mostrar la misma firmeza que él en sus últimos momentos”.
La reina le agradecía los desvelos que había tenido con su familia y le encargaba el cuidado de sus hijos. Lo pudo hacer, pero por muy poco tiempo, ya que siete meses después que su cuñada María Antonieta, Madame Élisabeth también fue asesinada por los revolucionarios el 10 de mayo de 1794, veinte años después justos, día por día, de que rindiese su alma a Dios su abuelo el rey Luis XV, el 10 de mayo de 1774.
Si de algo hacían gala los revolucionarios franceses era de su odio diabólico, especialmente hacia los católicos.
Durante todo el tiempo que Madame Élisabeth permaneció en la prisión del Temple fue consciente de que cada amanecer podía ser el último de su vida. Sintiendo la muerte tan cerca y consciente del odio diabólico del que hacían gala los revolucionarios, recitaba continuamente una oración que se hizo muy popular entre los soldados franceses, durante la Primera Guerra Mundial. Ellos, sabiendo que en cualquier combate podían morir, recitaban la misma oración que Madame Élisabeth.
Y yo quiero acabar el artículo de este domingo copiando dicha oración, porque pienso que además de que, como a mí me ha servido, también le puede servir a más de un lector. Por otra parte, transcribir este texto es una prueba más de que este periódico como quien este artículo firma queremos seguir siendo confesionales, muy confesionales, descaradamente confesionales…
Así rezaba Madame Elisabeth en la prisión del Temple:
“Ignoro por completo, Señor, qué me pasará hoy. Todo lo que sé es que no me pasará nada que Vos no hayáis previsto desde toda la eternidad.
Esto me basta, Señor, para estar en paz.
Adoro vuestros designios eternos, me someto a ellos de todo corazón. Quiero todo, lo acepto todo.
Os ofrezco todo en sacrificio, y uno este sacrificio al de vuestro querido Hijo, mi Salvador. Y os pido, por su Sagrado Corazón y por sus méritos infinitos, paciencia en mis males y el perfecto acatamiento que os es debido en todo aquello que Vos queréis y permitís”.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá