“Hijo mío ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, que te alimenté por espacio de tres años con la leche de mis pechos, y te he criado y educado hasta la edad que tienes ahora.
¡Hijo mío! Te ruego que mires al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen; y que entiendas bien que Dios las ha creado todas de la nada, igual que al linaje de los hombres. De este modo no temerás a este verdugo; antes bien haciéndote digno de participar de la suerte de tus hermanos, abrazarás gustoso la muerte, para que así en el tiempo de la misericordia te recobre yo en el cielo, junto con tus hermanos”.
De toda la Biblia, solo el relato de la entrega que nos hace Jesús de su Madre, momentos antes de morir colgado del madero de la cruz, es más emocionante que este pasaje del libro de los Macabeos. Pues bien, esta narración que muestra la fe y la fortaleza de una madre ante el martirio de sus siete hijos, a los que ve morir uno a uno después de padecer horribles tormentos, desde el mayor hasta el más joven, y a los que anima a soportar las crueldades de Antíoco, antes que renegar de su fe, tuvo su réplica en España durante la Guerra Civil española en Algemesí, una localidad de la provincia de Valencia. Les cuento lo que pasó.
El próximo viernes, día 25 de octubre, la Iglesia celebra la fiesta de las cinco beatas mártires de Algemesí, beatificadas en Roma por San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001: una madre y sus cuatro hijas, las cuatro monjas, que padecieron martirio juntas el 25 octubre de 1936, durante la persecución religiosa que perpetraron los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, durante la Segunda República y la Guerra Civil, la más importante por el número de mártires de toda la historia de la Iglesia, en sus dos mil años de existencia.
Y les confieso que he estado a punto de dedicar el artículo de hoy a otro asunto, por pensar que lo que sucedió en Algemesí era de sobra conocido por todo el mundo, por ser un hecho tan impresionante. Yo había pensado en las mártires de Algemesí para mi artículo, porque en la próxima semana se celebra su fiesta. Y cuando estaba en las dudas de si debía contar o no su martirio, se lo comenté a un buen amigo mío, que además de ser un intelectual admirable procede de un pueblo muy cercano al de Algemesí y me manifestó que desconocía estos hechos.
Hice otros sondeos y comprobé lo mismo. Sin duda, el desconocimiento de lo que sucedió con nuestros mártires es, además de clamoroso, imperdonable, para aquellos que tienen la obligación de dar a conocer lo que pasó. Se empieza por ocultar a los verdugos con la denominación oficial de “mártires del siglo XX o mártires de la década de los treinta”, adjudicando a los siglos y a las décadas los crímenes de los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, no vaya a ser que les tilden de franquistas, y así, de paso, se creen que establecen “un buen rollito” con los sucesores políticos de los asesinos de nuestros mártires. El resultado es que la mayoría de los católicos españoles desconoce la vida ejemplar de los mártires. ¿O a lo mejor ocultan sus vidas ejemplares, porque quienes tienen la obligación de darlas a conocer no les llegan ni a las suelas de los zapatos y les ponen en evidencia…? Así es que, queridos lectores, me disculparan que cuando yo escriba sobre la Segunda República y la Guerra Civil insista, una y otra vez, en lo de la “persecución que llevaron a cabo los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones”, hasta que dejen de usar esa patraña de “mártires del siglo XX o mártires de la década de los años treinta”.
Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. En la réplica de los Macabeos en España, la madre se llamaba María Teresa Ferragut Roig y había nacido, precisamente, en Algemesí el 14 de enero de 1853; por lo tanto, fue martirizada a la edad de 83 años ya cumplidos.
Beata María Teresa Ferragut
A la edad de 19 de años contrajo matrimonio, el 23 de noviembre de 1872, con un joven labrador de Algemesí, Vicente Masiá Ferragut, de cuya unión nacieron nueve hijos. A la primogénita le llamaron María Teresa, nació el 18 de septiembre de 1873 e ingresó en el convento de San Julián de las Agustinas Ermitañas de Valencia y falleció en 1927. La segunda y la tercera hija fallecieron siendo jóvenes. Las cuatro hijas siguientes -María Vicenta, María Joaquina, María Felicidad y María Josefa Ramona- fueron religiosas. El penúltimo de los hijos fue un chico, Vicente, que fue capuchino y marchó a misiones. Y la última, Purificación, se casó y formó una familia en Algemesí.
A pesar de los cuidados que exigía tan numerosa prole, Teresa Ferragut se las apañaba para asistir todos los días a la santa misa y comulgar. Y téngase en cuenta que el ayuno que entonces regía para poder recibir la sagrada comunión consistía en no tomar nada, ni siquiera agua, desde las doce de la noche el día anterior, norma que estuvo vigente hasta la publicación del motu proprio de Pío XII, Sacram Communionem, de 19 de marzo de 1957, que redujo el ayuno a tres horas para los alimentos sólidos y las bebidas alcohólicas y a una hora para las bebidas no alcohólicas, a la vez que aclaraba que el agua no rompía el ayuno, según lo establecido pocos años antes.
Teresa Ferragut fue muy devota del Santísimo Sacramento, del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen, por lo que rezaba todos los días el Rosario; era conocida en su pueblo por la ayuda que prestaba a los más necesitados, a través de la Conferencia de San Vicente de Paúl, de la que fue presidenta. Se entiende así que en el ambiente cristiano de esa familia surgieran tantas vocaciones de vida consagrada.
Ya nos hemos referido a algunos hijos religiosos de Teresa Ferragut: uno capuchino, Vicente, y otra, María Teresa, Agustina Ermitaña, que falleció en 1927. Las otras cuatro hijas religiosas fueron las siguientes:
Vicenta Masía Ferragut -en religión sor María Jesús- nació en Algemesí el 12 de enero de 1882. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 26 de enero de 1902. Antes de que estallara la Guerra Civil, por motivos de salud se trasladó desde su convento a la casa de su madre.
Joaquina Masiá Ferragut -en religión sor María Verónica- nació en Algemesí el 15 de junio de 1884. También profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent y lo hizo el 26 de enero de 1904.
Raimunda Masiá Ferragut -en religión sor Josefa de la Purificación- nació en Algemesí el 10 de junio de 1887. Profesó como agustina descalza en el convento de Benigánim (Valencia) el 2 de febrero de 1905. Fue priora de la comunidad durante un trienio (1932-35).
Felicidad Masiá Ferragut -en religión sor María Felicidad- nació en Algemesí el 28 de agosto de 1890. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent el 20 de abril de 1910.
Al estallar la Guerra Civil, las tres hermanas se vieron obligadas a abandonar sus conventos y se refugiaron en la casa de su madre, donde ya estaba la hermana mayor. Del grado de la persecución religiosa en Levante nos da cuenta el mismo secretario general del Partido Comunista Español, José Díaz (1896-1942), que en un mitin celebrado en Valencia en 1937, mostraba con estas palabras su satisfacción por lo que habían hecho: «En las provincias en las que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado con mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada».
El 19 de octubre de 1936 los milicianos asaltaron la casa de Teresa Ferragut y se llevaron presas a la madre y a las cuatro hijas religiosas. La madre no quiso separarse de sus hijas, y todas juntas fueron encerradas en el convento cisterciense de Fons Salutis de Algemesí, que había sido convertido en cárcel. Durante la semana que permanecieron presas, sus carceleros intentaron apartarlas de su vocación con halagos, que ellas rechazaron indignadas.
Cruz Cubierta de Alcira, de estilo gótico-mudéjar, donde murieron mártires Teresa Ferragut y sus cuatro hijas
Por fin, durante la noche del domingo 25 de octubre, fiesta de Cristo Rey, las llevaron en un camión hasta el pueblo de Alcira, distante tan solo 8 kilómetros, y se detuvieron en la entrada de esta localidad, concretamente en el punto conocido como la Cruz Cubierta. Sus verdugos volvieron a intentar que renegaran de su fe, ante lo que su madre se dirigió a ellas en estos términos:
-“¡Hijas mías, sed fieles a vuestro Esposo y no consintáis en los halagos de los hombres!”.
Los milicianos furiosos arremetieron contra la madre y se disponían a fusilarla, cuando dirigiéndose a ellos les dijo:
-“Quiero saber qué hacéis con mis hijas. Si las vais a fusilar, matadlas primero a ellas y después a mí. Así moriré tranquila”.- Y a continuación les dijo a sus hijas:
- “Hijas mías, no temáis, esto es un momento y el Cielo es para siempre”.
Teresa Ferragut presenció cómo asesinaban a cada una de sus cuatro hijas. Y cuando sólo quedaba ella, uno de los verdugos la increpó:
-“Oye vieja, ¿tú no tienes miedo a la muerte?”- A lo que ella contestó:
-“Toda mi vida he querido hacer algo por Jesucristo y ahora no me voy a volver atrás. Matadme por el mismo motivo que a ellas, por ser cristiana. Donde van mis hijas voy yo”.
Gritó ¡Viva Cristo Rey!, como habían hecho sus hijas, y tras una descarga de fusiles, se reunió con ellas en el Cielo. Para que luego en ambientes clericales pongan púlpito a teólogas desorejadas, que sostienen que las mujeres no han tenido protagonismo en la Iglesia católica.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá