Madrid y 16 de julio de 1936. Festividad de la Virgen del Carmen. Las Concepcionistas Franciscanas de San José, del número19 de la madrileña calle de Sagasti, van a representar, dentro de su clausura, el martirio de Santa Inés, para celebrar la onomástica de la madre abadesa, Sor María del Carmen Lacaba. Son 18 mujeres de la Orden de Santa Beatriz de Silva, que cubren sus espaldas con una capa azul cielo, en honor de la Inmaculada.
Sor María del Santísimo Sacramento es la directora de escena, porque tiene unas cualidades innatas de artista. Por su origen humilde carece de estudios, pero posee un don para la música y es la organista y la directora del coro. Las más antiguas de su comunidad la conocen desde niña, porque es la hija de Manuel Prensa, que trabajó como demandadero del monasterio.
Los españoles dieron el triunfo a la derecha en 1933. La izquierda respondió en 1934 con un golpe de Estado
La representación fue todo un éxito, reconocido con un largo aplauso. Y tras las palmas, se hizo un silencio pesado y embarazoso. Había que ser muy superficial, y ninguna de aquellas mujeres lo era, para no ver las semejanzas del cerco, que los enemigos de la religión habían tendido contra Santa Inés, con la persecución que ellas mismas venían sufriendo desde el 14 de abril de 1931, día en que se había proclamado la Segunda República en España. Y no era un temor infundado el suyo, por eso después de la Guerra Civil, el nombre de la calle de su monasterio, Sagasti, cambió por el de Mártires Concepcionistas.
Esta comunidad fue de Concepcionistas Franciscanas solo desde el año 1878, aunque tenía detrás una historia de siglos como beaterio de la Orden Tercera Franciscana, cuyas integrantes solicitaron ayuda a Sor Patrocinio (1811-1891) para pasar a formar parte de su Orden, que era la fundada por Santa Beatriz de Silva (1437-1492) con el nombre de Orden de la Inmaculada Concepción.
El beaterio fue fundado en 1638 por iniciativa de María Antonia de Cristo Ocampo, mujer de grandes penitencias, fe y caridad, que poseía el discernimiento de espíritus y a la que se la atribuyeron algunos milagros. Tenían como finalidad “recoger a mujeres y apartarlas del pecado”. Vivían de la limosna. En 1653, el rey Felipe IV (1621-1665) mandó que el Real Consejo tomara al beaterio bajo su protección y amparo. El año 1666, su segunda esposa y reina regente de Carlos II (1665-1700), Mariana de Austria (1634-1696), le concedió una renta perpetua de tres mil ducados de vellón.
La proclamación de la Segunda República abrió una etapa de terror por la persecución religiosa
En el siglo XIX las religiosas del beaterio padecieron las leyes antirreligiosas. Fueron expulsadas de su convento y tuvieron que refugiarse en el de la Concepción Jerónima de Madrid. Y en 1877 el cardenal de Toledo, Francisco A. Lorenzana, transmitió a Sor Patrocinio el deseo de las beatas de San José de pasar a formar parte de la Orden de las Concepcionistas Franciscanas.
“La reforma de la ejemplar comunidad de beatas de San José —cuenta la secretaria de Sor Patrocinio— se verificó al propio tiempo que la de Almería. Fue de abadesa la Reverenda Madre Sor María Catalina de los Dolores con dos religiosas más; una para vicaria y la otra para maestra de novicias.
Con la solemnidad que el caso requería, tomaron el santo hábito de nuestra Madre Purísima el día 8 de diciembre de 1878 las religiosas de toda aquella venerable comunidad, practicando, con edificante fervor y santo gozo, el año de noviciado y con la aprobación y bendición especial de Su Santidad, el Papa Pío IX, pronunciaron todas y cada una sus votos solemnes, profesando nuestra santa Regla y Constituciones de la Orden de la Purísima Concepción Francisca Descalza, que siempre han seguido y siguen cumpliendo exactísimamente y a satisfacción de los prelados.
Verificada la profesión solemne y perfectamente instruidas en nuestras costumbres y método de vida común, regresaron al convento de Santa Isabel de Madrid la Reverenda Madre Dolores y las dos religiosas que la habían acompañado a la reforma, quedando ya la nueva comunidad con su abadesa, vicaria, maestra de novicias y demás cargos de comunidad, todo perfectamente arreglado, con aprobación de los superiores”.
La proclamación de la Segunda República (14-IV-1931) abrió una etapa de inseguridad y de miedo por causa de la persecución religiosa, promovida y ejecutada por los socialistas y los comunistas. La madre abadesa de las Concepcionistas de San José, ante el clima de terror generado por los partidos de izquierda, decidió que todas las monjas se proveyeran de ropas de seglar, por si había que abandonar el convento sin el hábito.
Y eso es lo que sucedió el día 11 de mayo de 1931. Ni siquiera había transcurrido un mes desde la proclamación de la Segunda República, cuando los revolucionarios comenzaron a quemar iglesias y conventos. Las Concepcionistas de San José de la calle de Sagasti, tuvieron que abandonar a toda prisa el suyo y se refugiaron en una casa del número 5 de la calle Maldonado, donde permanecieron escondidas durante 26 días.
El día 18 de julio de 1936 por la tarde habían traspasado la clausura los gritos de ¡Mueran las monjas!
Poco después de regresar, saltaba de nuevo la alarma que indicaba que había que abandonar por segunda vez el convento. Permanecieron fuera del monasterio de cuatro a seis días. Y esta vez no eran los incendios los que amenazaban su integridad, sino la celebración de las elecciones a Cortes Constituyentes del 27 de junio de 1931, porque los socialistas y los comunistas tenían intimidada a la población mediante actos de violencia, destrozos en el mobiliario y hasta quemas de alguna iglesia y casa religiosa. Y fue en este ambiente de miedo como las izquierdas ganaron las elecciones y se hicieron con la mayoría de los escaños.
Las leyes sectarias del Parlamento y la actividad continua de los revolucionarios, en la calle hicieron que la tensión y el sobresalto se convirtieran en los compañeros inseparables de las Concepcionistas de San José de la calle de Sagasti. Una de ellas ha dejado este testimonio: “Pasábamos días frecuentes de intranquilidad y angustia, siempre que ocurría algún suceso por el cual se temiese reacciones violentas de las masas, pues la fiera estaba en casa y andaba suelta. En estas ocasiones, cuando nos avisaban de posibles peligros, toda la comunidad pasaba la noche en oración ante el Santísimo y además se hacía mucha penitencia, en privado y en público. Esto ocurrió muchas veces”.
“Si las circunstancias lo pidieran, ¿estaríais dispuestas a dar la vida para manteneros fieles a vuestros compromisos de almas consagradas?” Todas contestaron con un sí firme e incondicional
La tensión fue en aumento y los españoles respondieron en las urnas, dando la victoria a las derechas en noviembre de 1933. Pero los perdedores respondieron con un golpe de Estado. Y tras el fracaso del golpe de Estado, que dieron los socialistas en 1934, sus dirigentes por boca de Largo Caballero proclamaban con toda claridad cuál iba a ser su estrategia a seguir: “Cuando nos lancemos a la calle por segunda vez, que no se nos hable de generosidad y no se nos culpe, si los excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas”.
De modo que, si ya antes había habido motivos para que las monjas abandonasen el convento vestidas con ropas de seglar, el terror generado por los socialistas y los comunistas para intimidar a los votantes en las elecciones de febrero de 1936, las empujaron de nuevo a refugiarse fuera del claustro por tercera vez. Y esta huida iba a ser la penúltima. En esta ocasión permanecieron escondidas fuera del monasterio 36 días.
La última vez que salieron huyendo de su convento fue el día siguiente de que estallara la Guerra Civil. El día 18 de julio de 1936 por la tarde habían traspasado la clausura los gritos de ¡Mueran las monjas! Al día siguiente, como era su costumbre, asistieron a la santa misa a las ocho de la mañana. Y, cuando iban recogidas camino del comedor, la madre abadesa les dio la orden de volver al coro para consumir el Santísimo.
El capellán, con rostro de grave preocupación, distribuyó todas las sagradas formas a las religiosas. Y al finalizar, se dirigió a ellas en voz alta y las hizo esta pregunta: “Si las circunstancias lo pidieran, ¿estaríais dispuestas a dar la vida para manteneros fieles a vuestros compromisos de almas consagradas?”
Todas contestaron un sí firme e incondicional, y marcharon apresuradamente a quitarse el hábito, para vestirse de seglar. Hicieron unos hatillos con lo más imprescindible y se dispusieron a abandonar el monasterio por grupos y espaciadamente. Por la tarde, las 18 Concepcionistas de la calle de Sagasti estaban todas reunidas en el número 45 de la calle de Manuel Silvela, un piso con una capacidad para una familia de cinco o seis personas, que tenían alquilado desde las elecciones de febrero de 1936.
(No tengo más espacio para seguir. Lo siento. Soy consciente de que hay algunos a los que no les gusta lo de “continuará”, sobre todo al director de este periódico. Pero… ¿Y el gusto de llevarle la contraria al que manda?)