El próximo miércoles, 9 de octubre, la Iglesia celebra la memoria de los santos mártires de Turón, que derramaron su sangre ese mismo día y mes de 1934 en los acontecimientos que tuvieron lugar durante el golpe de Estado de 1934, a cuyo frente se puso el socialista Francisco Largo Caballero (1869-1946).

Y conviene recordar que cuando se habla de los mártires de Turón de 1934, nos referimos a localidad asturiana, porque también hubo mártires en otra localidad con el mismo nombre de Turón en la andaluza comarca de la Alpujarra años después, durante la Guerra Civil.

El caso de la localidad andaluza de Turón, los hechos han sido descritos en un librito que es una auténtica joya histórica y que se puede leer en la red, además del ejemplar que se conserva en la Biblioteca Nacional. El texto de este libro cuenta con precisión el horror que se vivió en aquel pueblo, y echa por tierra la tan cacareada superioridad moral de la izquierda, que se autoproclama redentora de los humildes y oprimidos. Al igual que sucedió en Barbastro, donde murió mártir el gitano Ceferino Giménez Malla (1861-1936), conocido como El Pelé, en el Turón andaluz las izquierdas también asesinaron a otro gitano, llamado Marcos Heredia García.

 

La noche anterior al crimen, la mujer del gitano Marcos Heredia García se la pasó de rodillas llorando en la fachada del edificio donde le tenían preso. Y cuando este oyó llorar a su esposa, para consolarla cantaba lo siguiente:

Apártate de mi vera

que me da penita verte,

de haber “sío” mi compañera…

 

Al igual que sucedió en Barbastro, donde murió mártir el gitano Ceferino Giménez Malla (1861-1936), conocido como El Pelé, en el Turón andaluz las izquierdas también asesinaron a otro gitano, llamado Marcos Heredia García

Sacaron a Marcos Heredia García, con las manos atadas a la espalda, camino del cementerio de Turón. Allí, le colocaron al borde de una fosa y dispararon contra él. Del primer tiro le seccionaron un brazo y cayó al fondo de la fosa, desde donde pedía que le perdonaran la vida y les decía a sus verdugos que, incluso manco, podía ser útil para sacar adelante a sus hijos. No hubo piedad; sus verdugos le remataron a balazos…

Pero contemos el contexto histórico en el que se produjo el martirio en el Turón del norte. La mal llamada “Revolución de octubre” de 1934 fue en realidad un golpe de Estado dado por los socialistas para acabar con la Segunda República. A pesar de su fracaso, la vida del régimen se prolongó agónicamente durante dos años más, pero desde esa fecha los socialistas consiguieron que fuera imposible la convivencia pacífica de los españoles dentro de la República. Así es que los socialistas liquidaron la Segunda República en 1934 y Franco y sus seguidores levantaron su acta de defunción años después.

Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984), que militaba en Izquierda Republicana, el partido dirigido por Azaña, escribió lo siguiente: “La revolución de octubre me pareció un inmenso error […] Creo que de entonces arranca la crisis de la República. Pero sabía muy bien que la revuelta se había hecho contra la voluntad de Azaña. Delante de mí había intentado detener a los socialistas”.

Y ahora los hechos. El 4 de octubre de 1934 se constituyó el Gobierno, que reflejaba el triunfo democrático de las derechas. Y en lugar de aceptar la consecuencia de un legítimo triunfo electoral, la respuesta de los socialistas fue el golpe contra el régimen, mediante el llamamiento a un gran movimiento revolucionario, cuyos principales focos fueron Barcelona y Asturias.

El 6 de octubre se proclamó el Estat Catalá en Barcelona, que solo duró diez horas por la intervención del ejército, al mando del general Domingo Batet (1872-1937). Mayor repercusión tuvieron los hechos en Asturias, que según los datos del Gobierno provocaron 1369 muertos: Guardia Civil 100; Ejército, 98; Fuerza Pública y Carabineros, 86; Religiosos y sacerdotes 34 y paisanos 1051.

Portada del libro de Francisco Martínez, Dos jesuitas mártires en Asturias el P. Emilio Martínez y el H. Juan B. Arconada. 70 páginas. Burgos 1936. Condenados a muerte por ser religiosos en la Casa del Puelo de Santullano, les hicieron objeto de malos tratos e insultos y cercenaron la nariz al padre Emilio

Me limitaré a contar alguno de estos hechos de 1934, que son capítulos de la persecución religiosa que transcurre entre los años de 1931 a 1939, cuyos responsables fueron los socialistas, los comunistas y los anarquistas. Así es que nada de “mártires del siglo XX, ni mártires de la década de los treinta”, porque ni los siglos ni las décadas matan a nadie, eso solo son denominaciones temporales en las que situar a las víctimas, los mártires, y a los verdugos, los socialistas, los comunistas y los anarquistas.

Y sucedió que el 7 de octubre fueron torturados en la Casa del Pueblo de Santullano (Asturias), -así se llamaban entonces a las sedes del PSOE, Casas del Pueblo-, el padre Emilio Martínez y el hermano Arconada y fueron posteriormente asesinados cerca de Mieres. En el recordatorio del padre Emilio se cuenta lo que pasó: “Regresaba de Carrión cuando los revolucionarios detuvieron en Ujo el tren en que se dirigía a Gijón en compañía del hermano Arconada. Condenados a muerte por ser religiosos en la Casa del Puelo de Santullano, les hicieron objeto de malos tratos e insultos y cercenaron la nariz al padre Emilio. Los sacaron en una camioneta, y al llegar a la bocamina “La Coca”, próxima a Mieres, les mandaron bajar. Allí mismo a la entrada junto a la cuneta, al ver que les apuntaban, se abrazaron y dando un “¡Viva Cristo Rey! cayeron en un charco de sangre y fueron rematados a culatazos, hundiéndoles el cráneo. Eran las once de la noche del domingo 7 de octubre, fiesta del Rosario, de 1934”.

 

Pasemos a describir ahora el martirio de los ocho Hermanos de las Escuelas Cristianas. Los Hermanos atendían doce escuelas en la cuenca minera asturiana, donde daban clase, gratuitamente, a los hijos de los mineros. Una de estas localidades era Turón, donde los socialistas, los comunistas y los masones de la logia de la zona se habían enfrentado a ellos por la formación religiosa que daban en sus colegios, y hasta habían manifestado su intención de cerrar el colegio.

El día 4 de octubre, cuando estalló la revolución, los socialistas detuvieron a los tres sacerdotes de pueblo y a otras personas, por el único motivo de ser reconocidos católicos y los metieron a todos presos en la sede del PSOE de Turón.

Además de los ocho Hermanos fue martirizado el pasionista Inocencio Canoura, que atendía sacramentalmente a los profesores y escolares del colegio de Turón

 

Ese mismo día 4 de octubre el padre Inocencio, perteneciente a la comunidad de los pasionistas de Mieres, se traslada a Turón y hace noche en la residencia de los Hermanos. Como los Hermanos no son sacerdotes, este religioso pasionista atendía sacramentalmente a los profesores y a los alumnos del colegio de Turón. En consecuencia, el padre Inocencio se levantó muy temprano para confesar a los Hermanos y a los escolares, pues ese día 5 de octubre era primer viernes de mes. Tras las confesiones celebró la santa misa, que es interrumpida por los gritos de los asaltantes armados con escopetas. Y ante el inminente peligro de una profanación el padre Inocencio y los Hermanos consumieron todas las hostias que había en el sagrario.

Colocados junto a la fosa, fue preciso hacer dos descargas para acabar con los mártires. El único que no murió de los disparos fue el director de la comunidad, José Sanz Tejedor, un burgalés hijo de un humilde trabajador que había nacido en 1888. Con una maza le reventaron la cabeza

Se había puesto en marcha el mismo esquema de persecución religiosa, empleado dos años después durante la Guerra Civil para eliminar a miles de españoles por odio a la fe que profesaban. Los revolucionarios registraron todo el colegio hasta dar con lo que andaban buscando: la lista de la juventud católica de esa institución. Y con esa información ya podían ir a buscarlos a sus casas.

La estrategia de la persecución religiosa en España había sido importada del Estado totalitario de la Rusia comunista. No es ninguna casualidad que al director del golpe de 1934, Francisco Largo Caballero, los suyos, los socialistas, como elogio le denominaban el Lenin español, desde la celebración de la Escuela socialista de verano de Torrelodones, pueblo cercano a Madrid, en 1933.  

 

Los socialistas encerraron en la sede del partido, la Casa del Pueblo de Turón, a los ocho Hermanos y al padre pasionista Inocencio, donde permanecieron presos durante cuatro días. El primer día del cautiverio estuvieron solos en una sala, donde no les llevaron nada de comer. Al día siguiente ya les dieron algo de comida y les trasladaron a la sala donde estaban presos los tres sacerdotes del pueblo. A partir de ese momento fueron conscientes de que no les iban a dejar en libertad y, por lo tanto, del peligro que corrían.

Al tercer día de cautiverio tuvieron pruebas de sobra de que les iban a asesinar y todos se confesaron. A la una de la madrugada del 8 al 9 de octubre sus carceleros les hicieron desprenderse de todos los objetos que tuvieran, con el pretexto de que los iban a trasladar al frente. Poco después apareció el cabecilla, el socialista Silverio Castañón Rodríguez que, irónicamente les preguntó si sabían a dónde los llevaban, a lo que le respondió uno de los Hermanos:

-“A donde ustedes quieran. Estamos preparados para todo”.

-“Pues camino del cementerio, porque van a morir”.- Le contestó el jefe de aquellos asesinos.

Silverio Castañón Rodríguez era un socialista importante en Asturias. El fichero biográfico de la fundación socialista José Barreiro le presenta con elogios, ocultando su responsabilidad en el martirio de los religiosos de Turón. Entre otros cargos fue concejal del Ayuntamiento de Mieres en 1931, población muy cercana a Turón, y, en abril de 1936, fue elegido compromisario del PSOE por Oviedo para la elección del nuevo presidente de la República, Manuel Azaña (1880-1940).

 

 

En el cementerio de Turón todo estaba preparado desde el día anterior, pues se había abierto una gran fosa. Pero cuando Silverio Castañón Rodríguez llegó al cementerio, a esas horas de la madrugada, la puerta estaba cerrada, por lo que ordenó a uno de sus hombres que fuera a despertar al enterrador, que llegó poco después con la llave.

Colocados junto a la fosa, fue preciso hacer dos descargas para acabar con los mártires. El único que no murió por los disparos fue el director de la comunidad, José Sanz Tejedor, un burgalés hijo de un humilde trabajador que había nacido en 1888. Con una maza le reventaron la cabeza.

 

San Juan Pablo II beatificó a los ocho Hermanos de las Escuelas Cristianas y al padre pasionista el 29 de abril de 1990 y los canonizó el 21 de noviembre de 1999.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá