Hace poco más de un mes acababa mi artículo de Hispanidad con estas palabras: “La petición de perdón por las víctimas del franquismo que ha hecho el vicario general de Tarragona y, por lo tanto, también su obispo, Joan Planellas, puesto que no le ha desautorizado, me parece de una hipocresía de tamaño buque”. La reacción no se hizo esperar y, al día siguiente, la página del arzobispo de Tarragona publicó un comunicado, en el que utilizaba y hacía suyos los clichés ideológicos de los enemigos de la Iglesia. Y lo realmente grave es que el arzobispo y su vicario utilizaban esos chlichés en nombre de la Iglesia, para presentarlos como doctrina de la Iglesia en el pastoreo de los fieles.
Desde su publicación, domingo tras domingo, vengo desmontando todas las mentiras que contiene el precitado comunicado del arzobispado de Tarragona. Y hoy toca deshacer la mentira insidiosa de los “descontrolados”, porque el comunicado del arzobispado de Tarragona da entender que los autores de la persecución religiosa, durante la Guerra Civil, no dependían de las autoridades republicanas, y que eran unos descontrolados que actuaban al margen de la ley.
Pues no, monseñor Planellas, los hechos no fueron como su Reverendísima dice. Servidor, cuando el arzobispo de Tarragona hable como un sucesor de los apóstoles, chitón. Pero si se adentra como furtivo en el coto de la Historia… Le voy a contar una serie de acontecimientos que le pueden ayudar a orientarse, porque en el territorio de la Historia el arzobispo de Tarragona anda muy…, pero que muy perdido. Por lo tanto, voy a ir citando algunas declaraciones de los lideres de los partidos del Frente Popular, que desmienten lo que el arzobispado de Tarragona sostiene de que las autoridades republicanas no tuvieron parte en la persecución religiosa, porque todo fue obra de unos descontrolados que actuaron al margen de la ley.
Y lo realmente grave es que el arzobispo de Tarragona y su vicario utilizan y hacen suyos los chlichés de los enemigos de la Iglesia para actuar en nombre de la Iglesia y presentarlos como doctrina de la Iglesia en el pastoreo de los fieles
Como escribí en el artículo del domingo pasado, el secretario general del Partido Comunista Español, José Díaz (1896-1942), en un mitin celebrado en Valencia el 15 de marzo de 1937, dijo lo siguiente: «En las provincias en las que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado con mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada».
Por su parte, el presidente de Generalidad, Lluis Companys (1882-1940), en declaraciones al semanario francés Vu, justifica la persecución religiosa como un acontecimiento inexorable en la historia en manifestación de venganza: “Hay entre nosotros tres instituciones violentamente odiables, y de las cuales el pueblo, de año en año, se sentía amargado, quiero decir: el clericalismo, el militarismo, el latifundismo… El movimiento del cual sois testigos es la explosión de una cólera inmensa, de una inmensa necesidad de venganza, subiendo del fondo de los tiempos. Esta cólera explica el carácter impetuoso de este movimiento”.
Portada del número especial del semanario francés Vu (29-VIII-1936), dedicado a la Guerra Civil española
Andrés Nim líder del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) declaró lo siguiente en un mitin celebrado en Barcelona el 8 de agosto de 1936: “Había muchos problemas en España, y los republicanos burgueses no se habían preocupado en resolverlos. El problema de la Iglesia…, nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido a los sacerdotes, las iglesias y el culto”.
Mucho antes de que estallara la guerra civil, Manuel Azaña (1880-1940), como ministro de la Guerra, formó parte del Gobierno provisional que con su pasividad permitió que el 11 de mayo de 1931 se quemasen en Madrid la iglesia de los jesuitas de la calle la Flor, el Instituto Católico de Artes e Industrias en la calle Alberto Aguilera, el colegio de Maravillas en Cuatro Caminos, el convento de las Bernardas, el noviciado de las religiosas del Sagrado Corazón, el colegio de las Salesianas, la parroquia de Bellas Vistas y el convento de los carmelitas en la plaza de España. Cuando el ministro de la Gobernación, Miguel Maura (1887-1971), propuso sacar a la Guardia Civil para impedir los incendios, Manuel Azaña exclamó: “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano […] He dicho que me opongo a ello decididamente —amenazó Azaña— y no continuaré un minuto en el Gobierno si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez”. Y el gran estadista consagró la violencia.
Lluis Companys (1882-1940), en declaraciones al semanario francés Vu, justifica la persecución religiosa: “Hay entre nosotros tres instituciones violentamente odiables: el clericalismo, el militarismo, el latifundismo… El movimiento del cual sois testigos es la explosión de una cólera inmensa, de una inmensa necesidad de venganza, subiendo del fondo de los tiempos”
Con estos antecedentes, no sorprende que Azaña poco después de estallar la Guerra Civil declarase lo siguiente: “Lo que el pueblo ha querido aniquilar, incendiando iglesias y conventos, es el signo visible de una opresión secular. Se ha lanzado contra las fortalezas de un poder hostil. Su furor se ha parado aquí; todo lo demás ha sido respetado”. Y de las vidas segadas de sacerdotes por entonces, Manuel Azaña no hizo ni mención, porque todas juntas para él valían menos que la de un republicano, exactamente valían nada.
Joan Peiró (1887-1942), dirigente de la CNT y ministro del Gobierno presidido por el socialista Largo Caballero (1869-1946), escribió en Perill a la reraguarda (Mataró 1936): “El anatema general contra los mosqueteros con sotana y los requetés engendrados a la sombra de los confesonarios fue tomado tan al pie de la letra que se ha perseguido y exterminado a todos los sacerdotes y religiosos únicamente porque lo eran. La destrucción de la Iglesia es un acto de justicia… Matar a Dios, si existiese, al calor de la revolución cuando el pueblo inflamado de odio justo se desborda, es una medida muy natural y muy humana”.
Portada de la colección de artículos publicada bajo el título de Joan Peiró, Perill a la reraguarda. Edicions Llibertat. Mataró 1936
Lo que sentían los dirigentes republicanos del Frente Popular hacia la Iglesia queda reflejado en un artículo firmado por José Raimundo, titulado ¡A sangre y fuego!, publicado en Solidaridad Obrera el 18 de octubre de 1936. Lo transcribo íntegramente:
“Hay que destruir. Hay que reducir a escombros todos los viejos dogmas. Y, sobre las cenizas de tanta barbarie, levantar el monumento a la Libertad; pero no al estilo neoyorquino, que es un escarnio.
Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano, dijo Manuel Azaña, el gran estadista... y consagró la violencia.
Sin titubeos, a sangre y fuego. Porque si los otros se lanzan de esa manera, provocando y escudándose en una causa injusta y vil, ¿qué más lógico que emplear para nuestra defensa sus mismos medios de ataque, si estos son eficaces, y luchamos por una causa justa y honrada?
Durante siglos y más siglos han pretendido hacernos tragar a Dios a la fuerza y, amparándose tras él, los crímenes más horrendos han sido lícitos. Porque siempre, en todos los tiempos y en todas las épocas, los crímenes más horrendos han tenido por mudo testigo a la fatídica cruz.
Admitiendo, por unos momentos, la grotesca suposición de que ese Dios que nos pintan existiese, ¿no os parece que a los primeros que metería en el infierno sería ellos, por hipócritas y falsarios?
Para ellos no fue un mal invento lo del cristianismo; pero todo, con el tiempo, se desgasta y pasa de moda. Y con ese invento sucede lo mismo: su reinado pasó..., para no volver.
(Verdad es que ahora “florece” la teosofía y el espiritismo, porque siempre existirá algún narcótico para los pobres de espíritu; pero estos cuatro gatos locos no cuentan, como es de suponer).
No solo hay que dejar en pie a ningún escarabajo ensotanado, sino que debemos arrancar de cuajo todo germen incubado por ellos. ¡Hay que destruir! El mundo de ellos y el nuestro es incompatible; no caben en uno, se ahogan. ¡Qué mueran ellos, pues, ya que representan la barbarie, la incivilización y lo que es peor un peligro constante para nuestra existencia!
No resta en pie una sola iglesia en Barcelona, y es de suponer que no se restaurarán, que la piqueta demolerá lo que el fuego empezó a purificar. Pero, ¿y en los pueblos? Muchos hay en que todavía resta en pie su casa de prostitución del entendimiento. Sabido es que en el campo el sentido religioso es mucho más profundo que en la ciudad, debido, precisamente, a la incultura peculiar en él, lo que prueba una vez más que las religiones todas se filtran allí donde la ignorancia merodea a sus anchas y el raciocinio brilla por su ausencia.
No. Hay que ir con tiento. Que después no nos den la sorpresa que desde el campo nos quieran civilizar.
Duro con ellos, a sangre y fuego, sin compasión, que es cuestión de vida o muerte.
Y que conste que ni en NOMBRE DE LA LIBERTAD, no hemos echado a ninguno a la hoguera, procedimiento muy corriente en ellos EN NOMBRE DE DIOS”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.