Las condenas de la ceremonia de los Juegos Olímpicos han sido de todos los colores, desde el púrpura de las altas dignidades eclesiásticas hasta el amarillo de la revista Charlie Hebdo, en cuya portada aparece un enorme culo del que sale una cantante y se remata con esta leyenda: “La ceremonia de clausura será todavía más bella”. Muchas, muchísimas críticas; sin embargo, no todas las condenas tienen el mismo valor.

Portada de la revista Charlie Hebdo, ligeramente critica con la apertura de los Juegos Olímpicos

La crisis de pensamiento que atravesamos es de tal magnitud, que decir que la hierba es verde se considera como un gran descubrimiento de la verdad. Pero claro, tan verde es la cizaña como el trigo, y además son tan parecidas estas dos hierbas que en el Evangelio se encomienda a la sabiduría angélica la separación de la cizaña del trigo, tarea por lo demás que deberán realizar esas criaturas de suprema inteligencia, como son los ángeles, al final de los tiempos. Y desde luego que en las críticas de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, por supuesto que hay trigo, pero entre el trigo hay mucha, pero que muchísima cizaña.

La cizaña lo que ha condenado de la dichosa ceremonia es su envoltura jacobina; pero solo eso, porque la cizaña acepta todo lo que de girondino se pudo ver en el Sena, en el curso del agua y a orillas del río. Los girondinos rechazaron ciertas formas violentas de la Revolución Francesa, pero no renegaron nunca de los principios que la sostuvieron. Y esta manera tan hipócrita de condenar estos hechos es lo que explica que, entre las sentencias desfavorables, se encuentren las dictadas en España por los católicos moderaditos, que se han encontrado como nunca en su salsa. Grande habrá sido su descargo de conciencia al condenar, aunque sea de manera hipócrita, una sociedad que ellos en buena medida han contribuido a construir.

Un católico moderadito, laico o clérigo, que los clérigos también son católicos, es un campeón de la hipocresía que retuerce la fe y la moral mediante el recurso al llamado “mal menor”, para vivir incoherentemente y disfrutar del cargo, a la vez que impide por todos los medios que los católicos coherentes saquen la cabeza, para que no les pongan en evidencia

En más de una ocasión, algún lector me ha preguntado qué es lo que entiendo por un “católico moderadito”. Pues se lo defino: un católico moderadito, laico o clérigo, que los clérigos también son católicos, es un campeón de la hipocresía que retuerce la fe y la moral mediante el recurso al llamado “mal menor”, para vivir incoherentemente y disfrutar del cargo, a la vez que impide por todos los medios que los católicos coherentes saquen la cabeza, para que no les pongan en evidencia. Con un ejemplo se entenderá; como ya dije hace tiempo los católicos moderaditos son los inventores de la moral del puticlub, lo que exponen de la siguiente manera: “Como en este pueblo tiene que haber un puticlub, lo que hay que hacer es agarrarse al mal menor y por lo tanto conseguir que el dueño sea un católico, para que así el puticlub cierre los domingos y fiestas de guardar. Y si a alguien se le ocurre decir que en este pueblo no tiene que haber ningún puticlub, se deberá a que esa persona es un radical, intolerante y antidemócrata, al que hay que sepultar bajo la losa de la marginación con todos los medios posibles”.

Pero a lo que estamos Remigia, que además de pasarse el arroz, con lo que acabo de decir he debido perder bastante audiencia, porque los católicos moderaditos en España, como los demonios del poseso de Gerasa, son legión. Así es que volvamos a lo de las críticas de la ceremonia jacobina y girondina.

Lo jacobino y lo girondino son dos diferentes maneras de ser radical. Los jacobinos son unos radicales ideológicos: “De nuestro programa no estamos dispuestos a suprimir ni una coma”. Por su parte los girondinos son unos radicales geográficos: “Nosotros estamos dispuesto a suprimir de nuestro programa, no una coma, sino hasta un párrafo o una página entera, con tal de llevar el programa revolucionario al último rincón del planeta”.

La parte jacobina de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos fue la representación bufa de la última cena, que daña a los ojos por su brutalidad, señalando al enemigo con la misma consigna de Voltaire (1694-1778): “écrasez l'infâme” (Destruir lo infame, dando por supuesto que lo infame es el cristianismo). Y eso es lo que la inmensa mayoría ha condenado por tratarse de una actitud intolerante, un ataque y una falta de respeto a los cristianos.

 

Charles de Rohan, IV píncipe de Soubise (1715-1787). Contrajo matrimonio en tres ocasiones, en la primera con Anne-Marie-Louise de La Tour d'Auvergne, que tan solo tenía doce años. Tuvo numerosas amantes, algunas muy jóvenes como una niña de quince años cuando él tenía sesenta. Convirtió su palacio en un lupanar donde la señorita Maillard entró en contacto con el príncipe Souvise. Maillard representó a la diosa razón, en la ceremonia en la que fue profanada la catedral de Notre Dame el 10 de noviembre de 1793.
 

 

 Sin embargo, apenas he visto críticas a la selección de esas mujeres de oro de Francia, que se presentaron, a lo girondino, sin las aristas de lo jacobino, y cuyas biografías constituyen el programa de esa nueva civilización, propuesta por la Revolución Francesa para sustituir a la sociedad cristiana. Nadie como Jean de Viguerie lo ha expuesto de manera tan clara en su libro Cristianismo y revolución, cuya lectura es de gran utilidad para entender la agonía de nuestra civilización.

Apenas he visto críticas a la selección de esas mujeres de oro de Francia, que se presentaron, a lo girondino, sin las aristas de lo jacobino, y cuyas biografías constituyen el programa de esa nueva civilización, propuesta por la Revolución Francesa para sustituir a la sociedad cristiana

El precedente de la blasfema ceremonia de los Juegos Olímpicos fue la fiesta de la diosa razón, que se celebró en la catedral de Notre Dame el 10 de noviembre de 1793.  Ese día, la diosa razón estuvo encarnada por la señorita Maillard, una mujer que además de actuar en la ópera de París prestaba también sus servicios en unas dependencias del palacio del príncipe Soubisse, conocidas como “el templo del amor”, porque la ciudadana Maillard era una mujer de virtud complaciente.  Lo que sucedió en la catedral de Notre Dame lo narra así el periódico Le Père Duchesne:

“¡Qué espectáculo tan grandioso era el ver a todos esos hijos de la libertad precipitarse en la excatedral, para purificar el templo de la bobería, y consagrarlo a la verdad, a la razón! Aquellas bóvedas, donde nunca se había oído más que el graznido del cuervo de la iglesia, donde hasta entonces no se había cantado más que salmos y letanías, han retumbado al estruendo de canciones patrióticas; en vez de altar, en el que unos sacerdotes embusteros persuadían a unos imbéciles que el Dios del cielo bajaba por su orden, barbullando algunas palabras en latín, y pasaba enterito, como una nuez moscada a un pedazo de pan; en vez de ese altar, o más bien de ese tablado de titiriteros, habíase construido el trono de la Libertad; no se colocó en él una estatua muerta, sino una imagen animada de esa divinidad, una obra maestra de la naturaleza, como dijo mi compadre Chaumette; una mujer encantadora, hermosa cual la diosa que representaba, sentada en lo alto de una montaña, con gorro encarnado en la cabeza y una pica en la mano; había entorno suyo todas las lindas hechiceras de la ópera, que a su vez han excomulgado el solideo cantando himnos patrióticos con más gracia que unos ángeles. Los patriotas embelesados gritaban bravo a boca llena, y todos juraban que no reconocían más divinidad que la patria, y que por ella morirían”.

Fiesta de la Diosa Razón (10-XI-1793). Obsérvese que a la “diosa” se la representa pisando un crucifijo

Así es la ideología liberal progresista. Y como dignas sucesoras de la señorita Maillard, la diosa razón de 1793, en la ceremonia de los Juegos Olímpicos fueron presentadas en forma de estatuas doradas, las que llamaron las diez mujeres de oro de Francia. Veamos solo algunas de ellas, porque con una pequeña muestra es suficiente.

Una de esas mujeres de oro de la ceremonia inaugural es Olympe de Gouges (1748-1793) que vivió, precisamente, durante la Revolución Francesa. Olympe de Gouges fue une enemiga declarada del matrimonio, al que llegó a definir como “la tumba de la confianza y del amor”. Remedando el texto oficial, Olympe de Gouges escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la Ciudadana en 1791, por lo que es considerada como una precursora del feminismo. Así es que con la inclusión de este personaje se esquivaba la crítica de las feministas, incluidas las del peor de los grupos feministas que son las que quieren vender como aceptable y hasta compatible con el cristianismo un feminismo moderado, como si la ingesta de veneno no fuera perjudicial para la salud si se bebe moderadamente.

Simone Veil (1927-2017) también fue presentada en la ceremonia de los Juegos Olímpicos como otra de las mujeres de oro de Francia. Sin duda, Simone Veil ha sido una las figuras más sobresalientes de la historia reciente de Francia: fue miembro de la Academia Francesa, presidió el Parlamento Europeo y fue ministra de Justicia y de Sanidad de 1956 a 1979. Pero ya que fue promocionada en la ceremonia de los Juegos Olímpicos, diremos que por lo que ha subido al podio de historia, da lo mismo con cualquiera de las tres medallas, es por haber sido la gran promotora de la cultura de la muerte. En 1975, por medio de una ley que es conocida por su nombre Loi Veil, despenalizó el aborto en Francia. Y en este punto, bajo la cabeza con dolor ante tanta cobardía, y sobre todo ante tan repugnante hipocresía de quienes, amparándose en el mal menor, no han movido ni un dedo en defensa de la vida, no fuera a ser que se jugaran el cargo.

Por último, mencionar a otra de las figuras propuestas como mujeres de oro de Francia. Simone de Beauvoir (1908-1986). Personaje que ha pasado a la historia por haber escrito el Segundo sexo, que es la biblia del feminismo y haber sido la compañera de Jean Paul Sartre (1905-1980), pero como ninguno de los dos ni creía ni aceptaba el matrimonio, suscribieron un pacto según el cual cada uno podía tener “amores contingentes”. Fue así como Simone de Beauvoir sedujo en el Instituto donde daba clases a una de sus alumnas, menor de edad, Bianca Lamblin, con la que mantuvo una relación lésbica y a la vez se la cedía a Sartre. Y cuenta Bianca Lamblin que aquel trío sexual acabó mal, cuando comprobó que ella solo fue una de tantas mujeres que Simone de Beauvoir sedujo con el único objetivo de entregárselas después a Sartre, como si fueran regalos de cumpleaños.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá