Pues claro que se veía venir lo que iban a hacer: los socialistas han entregado la alcaldía de Pamplona a los proetarras de Bildu. Pero esto solo es el principio de lo que se ve venir, porque a los socialistas no les va importar entregar toda Navarra al País Vasco, si con esto consiguen mantenerse en el poder. Por otra parte, el cambio de cromos entre socialistas y proetarras en Pamplona tiene precedentes. En 1979 el socialista Julián Balduz se convirtió en alcalde de Pamplona gracias a los votos de los concejales de Herri Batasuna, que eran los proetarras de entonces.

Sí, esto se veía venir desde hace cuarenta años, o al menos yo así lo vi venir desde que en 1978 me fui a vivir a Pamplona. Así es que, queridos lectores, este domingo me van a permitir que les cuente mis “visiones” políticas en tierras navarras.

Por entonces, había pedido la excedencia de la plaza del Instituto de Bachillerato de Quintanar de La Orden (Toledo), que había conseguido por oposición y me incorporé a la Universidad de Navarra, donde comencé a dar clases de Historia Contemporánea el curso 1978-79.

Esto solo es el principio de lo que se ve venir, porque a los socialistas no les va importar entregar toda Navarra al País Vasco, si con esto consiguen mantenerse en el poder

Mi primera visita a la ciudad de Pamplona fue a la Plaza del Castillo, donde recordé un pasaje de la novela del mismo nombre que escribió Rafael García Serrano. Pamplona y 19 de julio de 1936, entre los miles de requetés y falangistas que acudieron a aquella plaza para luchar contra la tiranía del marxismo se encontraba, naturalmente, el grupo de protagonistas de la novela de García Serrano, uno de ellos era el enamoradizo Felisín. El bueno de Felisín ni se enteró de aquel momento de exaltación patriótica por la arenga del general Mola (1887-1937), porque como dice el autor de la novela, aunque Felisín  formaba en la Plaza del Castillo, durante todo aquel acto había estado con su cabeza en Babia; es decir, en una chica de Pamplona que se llamaba Paloma.  Lo que le comentó con cierta comprensión  uno de sus compañeros con estas palabras:

-“La Historia ha pasado junto a ti y tu pensabas en una chica. Es bonito, hombre”.

Pues en mi caso, lo que me golpeó la cabeza cuando pisé la Plaza del Castillo por primera vez fue la visión de una enorme ikurriña que colgaba de la sede de los socialistas, porque en 1978 no existía el partido socialista  navarro, sino la Agrupación socialista de Navarra integrada en el Partido Socialista de Euzkadi. Así es que ya desde entonces yo lo veía venir.

En 1978 se estrenó en Pamplona y se promocionó por muchos pueblos del Viejo Reino Navarra sola o con leche, una obra que decían que era de teatro pero solo porque se representaba en un escenario, ya que en realidad era una bomba lapa en las cabezas de los navarros que querían mantener la integridad de Navarra sin integrarse en Euskadi. Su autor era el párroco de la iglesia de El Salvador de Pamplona, Pachi Larrainzar, que compaginaba sus tareas sacerdotales con sus artículos en el periódico Egin. Murió siendo cura, y otro sacerdote, Jesús Lezaun, que ejercía como él en la misma parroquia de El Salvador y también colaboraba en Egin, escribió como elogio de Larrainzar que no podía soportar al Papa Juan Pablo II por la doctrina de la sexualidad y de la Teología de la Liberación. Y no es ninguna casualidad que el año pasado se haya vuelto a reestrenar y a promocionar Navarra sola o con leche.

El campus de la Universidad de Navarra está situado en una hondonada, de modo que para llegar a la ciudad hay que subir una cuesta no muy pronunciada, pero cuesta al fin y al cabo. Y reconozco que esa cuesta yo me la allané antes de que acabara el primer trimestre del curso. Tenía dos atractivos que me impulsaban a subirla; el primero, era que en su cumbre había una ermita con una imagen de la Virgen que cada vez que pasaba por allí no podía menos que detenerme, porque se me esponjaba el alma al verla; y el segundo motivo era que en la ciudad, muy pronto, me hice con buenos amigos navarros.

El mayor peligro estaba al volver a Pamplona, en la salida de los pueblos a altas horas de la noche. Solíamos ir en tres o cuatro coches. Y por consejo de la policía, en el último coche siempre iba uno con una pistola. La policía nos había aconsejado que si sonaba un tiro, el encargado de llevar la pistola respondiera de inmediato disparando al aire, porque al oírlo los terroristas de la ETA no sabrían si el de la pistola sabía disparar o no, pero de ese modo les mandábamos un recado de que íbamos armados

Entre esas amistades tengo que referirme a dos personas, porque además de ser de mis mejores amigos de Pamplona, ellos fueron los responsables de que yo tuviera uno de los primeros carnets de Unión del Pueblo Navarro, ya que gracias a ellos me afilié al partido, muy poco después de fundarse.

Esas dos personas son Jesús Tanco y Juan Andrés Ciordia. La amistad que entablé con ellos llegó a tal punto, que con el tiempo me consideré, porque así me trataron ellos, como uno más de sus familias. Juan Andrés Ciordia ya ha fallecido. Era una persona inteligentísima y fue el responsable de poner en marcha en Navarra  la reforma educativa de 1970; nos daba cien vueltas a Jesús Tanco y a mí juntos, por lo que cariñosamente le llamábamos “el magister”. Jesús Tanco es increíble, le conoce todo el mundo en Navarra y le paran por la calle a cada paso, por lo que ir con él de un sitio a otro de la ciudad, por corto que  sea el trayecto, lleva su tiempo. Y como en Pamplona son como son y le ponen mote a todo, nosotros pasamos a ser conocidos como “la trilateral”.

Como desde el comienzo de la transición la actividad política se convirtió en un mercado persa, donde todo se compra y se vende, Adolfo Suárez traicionó a los navarros y endosó en la Constitución la dichosa disposición transitoria cuarta, que fue el motivo por el que algunos militantes con dignidad de la UCD abandonaron el partido y fundaron Unión del Pueblo Navarro. Y al poco tiempo de esto me afilié. Y hasta llegué a formar parte del comité político de UPN, gracias al apoyo del grupo de Jesús Tanco y Juan Andrés Ciordia: Maria Carmen Vela, Alfonso Añón, Mari Carmen Ciordia, Jesús Marrodán, Paula Arrechea, Ángel Marrodán… ¡Qué gente más buena! Resultaba llamativo escuchar en nuestras reuniones entre el acento de los navarros el “essss que” de mi Vallecas porque, como es sabido, en mi barrio de la infancia las eses se pronuncian como guturales.

Yo conocí la etapa romántica de UPN, en la que se decían cosas tales como “es preferible que tu encabeces la lista, porque das mejor imagen que yo”. Pero tras los primeros éxitos electorales, vinieron los primeros cargos y los primeros sueldos, y a partir de entonces UPN montó también su tenderete en el mercadillo persa del mundo de la política, donde ya estaban instalados los socialistas y los de la UCD, que con el tiempo estos últimos se acabaron convirtiendo primero en AP y más tarde en PP, por aquello de la moral Groucho-marxista: “estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros”.

Todos han contribuido a convertir la contienda política y por extensión la convivencia en todos los ámbitos de la sociedad en un patio de Monipodio, en el que el más pillo es el que se lleva el gato al agua, sin que el resto tenga, por haberla perdido, la autoridad moral para decirle al que se ha establecido como tirano: eso no se puede hacer.

Ante tan bochornosa deriva, un grupo de militantes de UPN nos negamos a participar en el mercado persa, y nos agrupamos en torno a un abogado de gran prestigio en la ciudad y de una integridad ejemplar, como era Josechu Andía Rivas. Y de este modo frente a las palomas oficialistas de UPN que vivían a costa de la politica, surgió el grupo de los halcones. Yo naturalmente me integré en el segundo con mis buenos amigos Jesús y Juan Andrés, y conspiramos lo que no está escrito en casa de Josechu Andía. Y, lógicamernte, como no teníamos el apoyo del partido ninguno de los halcones conseguimos ir en las listas en los puestos de salida. Pero como no queríamos liarla y teníamos cómo ganarnos la vida al margen de la política, en un mismo día nos dimos todos de baja en el partido.

Por supuesto que durante todo el tiempo que permanecimos en el partido, colaboramos en las campañas electorales, aunque no fuéramos en las listas. Gracias a esas campañas electorales, yo he cenado espárragos en casi todos los pueblos de la Ribera Navarra, por lo que llegaba destrozado a la Universidad para dar la clase de las 9 de la mañana, pero llegaba. En consecuencia, más de una vez mis autoridades académicas me recriminaron que así nunca haría carrera universitaria, por lo que para llevarles la contraria gané una oposición  de las antiguas adjuntías de Universidad y me vine a la Universidad de Alcalá en 1983, donde he permanecido hasta mi jubilación como catedrático, hace un par de años.

En las campañas electorales de entonces había que echarle valor. El mayor peligro estaba al volver a Pamplona, en la salida de los pueblos a altas horas de la noche. Solíamos ir en tres o cuatro coches. Y por consejo de la policía, en el último coche siempre iba uno con una pistola. La policía nos había aconsejado que si sonaba un tiro, el encargado de llevar la pistola respondiera de inmediato disparando al aire, porque al oírlo los terroristas de la ETA no sabrían si el de la pistola sabía disparar o no, pero de ese modo les mandábamos un recado de que íbamos armados. Y menos mal que nunca hubo que dar un tiro al aire.

Tengo miles de anécdotas de aquellas campañas electorales. Alguna hasta divertida, a pesar de ser de los socialistas. En cierta ocasión, nos contaron lo que había pasado en un pueblo unos días antes de llegar nosotros. Por lo visto, a la hora de empezar el mitin de los socialistas en aquel pueblo, solo se presentaron dos hombres. Y ante tan nutrida concurrencia, surgió entre los socialistas un cambio de opiniones de si en esas circunstancias había que dar el mitín:

-“Para dos que han venido…, para eso lo suspendemos”.

-“Ni hablar, precisamente, por respeto a los dos que han venido no lo suspendemos”.

Ganó la opción respetuosa. Y como entonces en el PSOE era época de lo de compañero para arriba y compañero para abajo, a los diez minutos de que ya les habían llamado compañeros a los dos asistentes más de lo soportable, uno de los dos se levantó y les dijo:

-“Que nosotros no somos compañeros, que somos la pareja de la Guardia Civil, que nos ha mandado el cabo venir vestidos de paisano, por si pasa algo para mantener el orden…”

Aquellas experiencias políticas me sirvieron para comprobar que, desgraciadamente, se habían desterrado los principios en todos los partidos políticos, en los de izquierda, en los del centro y en los de la derecha, y a la vista están los resultados en la alcaldía de Pamplona y en cualquier punto de España con una pizca de poder. Todos han contribuido a convertir la contienda política y por extensión la convivencia en todos los ámbitos de la sociedad en un patio de Monipodio, en el que el más pillo es el que se lleva el gato al agua, sin que el resto tenga, por haberla perdido, la autoridad moral para decirle al que se ha establecido como tirano: eso no se puede hacer.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Comtemporánea de la Universidad de Alcalá.